República Checa, 1900 ࢤ 1958

A orillas del Svratka florece la raspilla —el dulce nomeolvides—, y la hierba es esbelta, cada día nadaba y soñaba en su orilla, a orillas del Svratka florece la raspilla y el agua es densa y fría, y es oscura y revuelta.

Aquí tiene una sombra especial el verano como en el viejo cuadro que en casa hay todavía, aquí huele a ajo, a eneldo y aromático grano, aquí tiene una sombra especial el verano como el jardín aquel que visitar solía.

Podrá haber ríos más bellos, de esplendores extraños, que el oscuro río Svratka de tan triste arenilla, y no obstante aquí tuve que vivir tantos años, podrá haber ríos más bellos, de esplendores extraños, pero no iba mi madre a pasear en su orilla.

Acaso aguas azules haya en otros países, cielo azul y montañas de tanto azul celestes, mi eterno país es esta Moravia de aguas grises, acaso aguas azules haya en otros países, pero no son países tan queridos como éste. Podrá haber cementerios de más blanco decoro, pero éste de granito me hace mucho más tierno, y aunque haya cementerios de más blanco decoro, y en el pecho de Praga Vysehrad, joya de oro, para mí el más querido es aquél sobre Brno.

El nomeolvides junto al río Svratka florece y en el verano espigan maíz, avena y trigo, oh madre, si hasta hoy contigo aquí viviese, el nomeolvides junto al río Svratka florece, si en los muros de Brno viviese hasta hoy contigo.

Más esplendor acaso haya en ríos más bellos que el oscuro río Svratka, triste orilla materna, y aquí contigo, madre, viviera a pesar de ello, más esplendor acaso haya en ríos más bellos, pero tú eres mi patria, mi patria, madre eterna.

Versión: Sergio Valdés Bernal y Francisco de Oraá

Quienquiera que tú seas, te conozco: muchacho de la prensa, compañero, y tú que vagas solitario y hosco, o tú en tejados cantador jilguero.

Nunca nos separó el mísero fiambre de la rima, o el traje diferente. Electricista, me enrolló tu alambre conectando la idea mente a mente.

De monte o mar o una ciudad cualquiera, la pieza somos para el engranaje de destinos comunes en la estera,

y llevamos al más feliz paraje y a pie, la era humana que cojea. Nos conocemos todos, seas quien seas.

Versión:Vera Pravdova y Francisco de Oraá

En la mesa en que el mismo viejo Goethe escribía, en ese hotel decrépito y ventrudo, mi mano hoy escribe, aunque no soy viejo todavía, en la mesa en que el mismo viejo Goethe escribía, cuando ya no era joven ni aún era un anciano, ah cuánta primavera por el cielo en verano cruzó, era el año mil ochocientos y tantos, ocho tal vez o cinco, yo no recuerdo cuántos, le besaban el cuello los primeros albores inclinado a la mesa del hotel Las Tres Flores.

Pero esa mesa en Frantiskovy Iazne, esa casa que salpican de escarcha las fuentes, el oliente aliento del otoño, cuando ya el temor pasa, pero esa mesa en Frantiskovy Iazne, esa casa a dos pasos de las medicinales fuentes, dos años piedras que alguien arrojó a la corriente, cuando la vida, pasos que crujen en la arena un surtidor parecen, el rumor de su vena, ¿cuánto amaste a María?, dime de tus amores. Esa casa, esa mesa, casa de Las Tres Flores.

Esa mesa, ese palco en el que duermo a veces,

checo orgulloso, y él orgulloso germano,

me mezo con la vieja lámpara que se mece,

esa mesa, ese palco en el que duermo a veces,

ese oreado pueblo pequeño, comarcano

de Bohemia, país dueño de mi aliento, esa mano

que a través de otros tiempos se tiende hacia los míos

y esos subterráneos y turbulentos ríos

de los que nadie bebe, ni sus raros licores

el gato en los cristales grises de Las Tres Flores.

En las fronteras hoy escuchamos un ruido, sonó el ruido y después se alejó a paso lento. Corazón mío, ése no ha sido tu latido, ese raro, ese turbio, sospechoso sonido que después fue alejándose paso tras paso lento, convirtiéndose en sombra movida por el viento no obstante la distancia cerca de la frontera, la guerra fue ese ruido que retrocede, y era un estrellado ejército conjurando terrores lejos, a tres kilómetros de Las Tres Flores.

Tú que a cantar aprendes para épocas tranquilas en la mesa en que el viejo Goethe escribió sus sueños, lees de los pioneros las azules pupilas como prados en épocas de cosecha, tranquilas, y aquel ruido alejándose aun más de los risueños prados, de los poemas de Goethe, de sus sueños, y era tan radiante, tan hermosa la gente que salía del balneario, bebiendo largamente, bebiendo agua, a salvo de todos los temores, como el viejo poeta del sol en Las Tres Flores.

Versión: Sergio Valdés Bernal y Francisco de Oraá

Asalto al cielo - Antología poética
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