Perú, 1892 ࢤ 1938

Voluntario de España, miliciano

de huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón,

cuando marcha a matar con su agonía

mundial, no sé verdaderamente

qué hacer, dónde ponerme; corro, escribo

aplaudo,

lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo

a mi pecho que acabe, al bien, que venga,

y quiero desgraciarme;

descúbrome la frente impersonal hasta tocar

el vaso de la sangre, me detengo,

detienen mi tamaño esas famosas caídas de arquitecto

con las que se honra el animal que me honra;

refluyen mis instintos a sus sogas,

humea ante mi tumba la alegría

y, otra vez, sin saber qué hacer, sin nada, déjame,

desde mi piedra en blanco, déjame,

solo,

cuadrumano, más acá, mucho más lejos,

al no caber entre mis manos tu largo rato extático,

quiebro contra tu rapidez de doble filo

mi pequeñez en traje de grandeza!

Un día diurno, claro, atento, fértil

¡oh bienio, el de los lóbregos semestres suplicantes,

por el que iba la pólvora mordiéndose los codos!

¡Oh dura pena y más duros pedernales!

¡Oh frenos los tascados por el pueblo!

Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo, oró de cólera

y soberanamente pleno, circular,

cerró su natalicio con manos electivas;

arrastraban candado ya los déspotas

y en el candado, sus bacterias muertas...

¿Batallas? ¡No! ¡Pasiones! Y pasiones precedidas

de dolores con rejas de esperanzas,

¡de dolores de pueblo con esperanzas de hombres!

¡Muerte y pasión de paz, las populares!

¡Muerte y pasión guerreras entre olivos, entendámonos!

Tal en tu aliento cambian de agujas atmosféricas los vientos

y de llave las tumbas en tu pecho,

tu frontal elevándose a primera potencia de martirio.

El mundo exclama: «¡Cosas de españoles!» Y es verdad,

Consideremos, durante una balanza a quemarropa, a Calderón, dormido sobre la cola de un anfibio muerto, o a Cervantes, diciendo: «Mi reino es de este mundo, pero también del otro»: ¡punta y filo en dos papeles! Contemplemos a Goya, de hinojos y rezando ante un espejo a Coll, el paladín en cuyo asalto cartesiano tuvo un sudor de nube el paso llano, o a Quevedo, ese abuelo instantáneo de los dinamiteros, o a Cajal, devorado por su pequeño infinito o, todavía a Teresa, mujer, que muere porque no muere, o a Lina Odena, en pugna en más de un punto con Teresa... (Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él, de frente o trasmitidos por incesantes briznas, por el humo rosado de amargas contraseñas sin fortuna.) Así tu criatura, miliciano, así tu exangüe criatura, agitada por una piedra inmóvil, se sacrifica, apártase;

decae para arriba y por su llama incombustible sube, sube hasta los débiles, distribuyendo españas a los toros, toros a las palomas...

Proletario que mueres de universo, ¡en qué frenética armonía acabará tu grandeza, tu miseria, tu vorágine impelente, tu violencia metódica, tu caos teórico y práctico, tu gana dantesca, españolísima, de amar, aunque sea a traición, a tu enemigo! Libertador ceñido de grilletes,

sin cuyo esfuerzo hasta hoy continuaría sin asas la extensión,

vagarían acéfalos los clavos,

antiguo, lento, colorado, el día,

¡nuestros amados cascos, insepultos!

Campesino caído con tu verde follaje por el hombre,

con la inflexión social de tu meñique,

con tu buey que se queda, con tu física,

también con tu palabra atada a un palo

y tu cielo arrendado

y con la arcilla inserta en tu cansancio

y la que estaba en tu uña, caminando!

Constructores

agrícolas, civiles y guerreros,

de la activa, hormigueante eternidad: estaba escrito

que vosotros haríais la luz entornando

con la muerte vuestros ojos;

que, a la caída cruel de vuestras bocas,

vendrá en siete bandejas la abundancia, todo en el mundo será de oro súbito. y el oro,

fabulosos mendigos de vuestra propia secreción de sangre, y el oro mismo será entonces de oro!

Se amarán todos los hombres

y comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes

y beberán en nombre

de vuestras gargantas infaustas!

Descansarán andando al pie de esta carrera,

sollozarán pensando en vuestras órbitas, venturosos

serán y al son

de vuestro atroz retorno, florecido, innato,

ajustarán mañana sus quehaceres, sus figuras soñadas y cantadas!

Unos mismos zapatos irán bien al que asciende

sin vías a su cuerpo

y al que baja hasta la forma de su alma!

Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán!

Verán, ya de regreso, los ciegos

y palpitando escucharán los sordos!

Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios!

Serán dados los besos que no pudisteis dar!

Sólo la muerte morirá! La hormiga

traerá pedacitos de pan al elefante encadenado

a su brutal delicadeza; volverán

los niños abortados a nacer perfectos, espaciales,

y trabajarán todos los hombres,

engendrarán todos los hombres,

comprenderán todos los hombres!

Obrero, salvador, redentor nuestro,

¡perdónanos, hermano, nuestras deudas!

Como dice un tambor al redoblar, en sus adagios:

¡qué jamás tan efímero, tu espalda!

¡qué siempre tan cambiante, tu perfil!

Voluntario italiano, entre cuyos animales de batalla

un león abisinio va cojeando!

Voluntario soviético, marchando a la cabeza de tu pecho universal!

Voluntarios del sur, del norte, del oriente

y tú, el occidental, cerrando el canto fúnebre del alba!

Soldado conocido, cuyo nombre desfila en el sonido de un abrazo!

Combatiente que la tierra criara, armándote

de polvo,

calzándote de imanes positivos, vigentes tus creencias personales, distinto de carácter, íntima tu férula,

el cutis inmediato,

andándote tu idioma por los hombres y el alma coronada de guijarros! Voluntario fajado de tu zona fría, templada o tórrida, héroes a la redonda, víctima en columna de vencedores: en España, en Madrid, están llamando a matar, voluntarios de la vida!

Porque en España matan, otros matan

al niño, a su juguete que se para,

a la madre Rosenda esplendorosa,

al viejo Adán que hablaba en alta voz con su caballo

y al perro que dormía en la escalera.

Matan al libro, tiran a sus verbos auxiliares,

a su indefensa página primera!

Matan el caso exacto de la estatua,

al sabio, a su bastón, a su colega,

al barbero de al lado —me cortó posiblemente,

pero buen hombre y, luego, infortunado;

al mendigo que ayer cantaba enfrente,

a la enfermera que hoy pasó llorando,

al sacerdote a cuestas con la altura tenaz de sus rodillas...

Voluntarios,

por la vida, por los buenos matad

a la muerte, matad a los malos!

Hacedlo por la libertad de todos,

del explotado y del explotador,

por la paz indolora— la sospecho

cuando duermo al pie de mi frente

y más cuando circulo dando voces

y hacedlo, voy diciendo,

por el analfabeto a quien escribo,

por el genio descalzo y su cordero,

por los camaradas caídos,

sus cenizas abrazadas al cadáver de un camino!

Para que vosotros,

voluntarios de España y del mundo, vinierais,

soñé que era yo bueno, y era para ver

vuestra sangre, voluntarios...

De esto hace mucho pecho, muchas ansias,

muchos camellos en edad de orar.

Marcha hoy de vuestra parte el bien ardiendo,

os siguen con cariño los reptiles de pestaña imanente

y, a dos pasos, a uno,

la dirección del agua que corre a ver su límite antes que arda.

Al fin de la batalla,

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: «¡No mueras; te amo tanto!».

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:

«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!».

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: «¡Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!». Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,

con un ruego común: «¡Quédate hermano!».

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado:

incorporóse lentamente;

abrazó al primer hombre; echóse a andar...

10 de noviembre de 1937

Niños del mundo,

si cae España —digo, es un decir—

si cae

del cielo abajo su antebrazo que asen, en cabestro, dos láminas terrestres; niños, ¡qué edad la de las sienes cóncavas! ¡qué temprano en el sol lo que os decía! ¡qué pronto en vuestro pecho el ruido anciano! ¡qué viejo vuestro 2 en el cuaderno!

¡Niños del mundo, está

la madre España con su vientre a cuestas;

está nuestra maestra con sus férulas,

está madre y maestra,

cruz y madera, porque os dio la altura,

vértigo y división y suma, niños; está con ella, padres procesales! Si cae —digo, es un decir— si cae España, de la tierra para abajo, niños, ¡cómo vais a cesar de crecer! ¡cómo va a castigar el año al mes! ¡cómo van a quedarse en diez los dientes, en palote el diptongo, la medalla en llanto! ¡Cómo va el corderillo a continuar atado por la pata al gran tintero! ¡Cómo vais a bajar las gradas del alfabeto hasta la letra en que nació la pena!

Niños,

hijos de los guerreros, entretanto,

bajad la voz, que España está ahora mismo repartiendo

la energía entre el reino animal,

las florecillas, los cometas y los hombres.

¡Bajad la voz, que está

con su rigor, que es grande, sin saber

qué hacer, y está en su mano

la calavera hablando y habla y habla,

la calavera, aquella de la trenza,

la calavera, aquella de la vida!

¡Bajad la voz, os digo;

bajad la voz, el canto de las sílabas, el llanto

de la materia y el rumor menor de las pirámides, y aun

el de las sienes que andan con dos piedras!

¡Bajad el aliento, y si

el antebrazo baja,

si las férulas suenan, si es la noche, si el cielo cabe en dos limbos terrestres, si hay ruido en el sonido de las puertas, si tardo,

si no veis a nadie, si os asustan los lápices sin punta, si la madre España cae —digo, es un decir— salid, niños del mundo; id a buscarla!...

¡Cuídate, España, de tu propia España! ¡Cuídate de la hoz sin el martillo! ¡Cuídate del martillo sin la hoz! ¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,

del verdugo a pesar suyo

y del indiferente a pesar suyo!

¡Cuídate del que, antes de que cante el gallo,

negárate tres veces,

y del que te negó, después, tres veces!

¡Cuídate de las calaveras sin las tibias, y de las tibias sin las calaveras! ¡Cuídate de los nuevos poderosos! ¡Cuídate del que come tus cadáveres, del que devora muertos a tus vivos! ¡Cuídate del leal ciento por ciento! ¡Cuídate del cielo más acá del aire y cuídate del aire más allá del cielo! ¡Cuídate de los que te aman! ¡Cuídate de tus héroes! ¡Cuídate de tus muertos! ¡Cuídate de la República! ¡Cuídate del futuro!...

Y, desgraciadamente,

el dolor crece en el mundo a cada rato,

crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,

y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces

y la condición del martirio, carnívora, voraz,

es el dolor, dos veces

y la función de la yerba purísima, el dolor dos veces

y el bien de ser, dolemos doblemente. Jamás, hombres humanos,

hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,

en el vaso, en la carnicería, en la aritmética!

Jamás tanto cariño doloroso,

jamás tan cerca arremetió lo lejos,

jamás el fuego nunca

jugó mejor su rol de frío muerto!

Jamás, señor ministro de salud, fue la salud

más mortal

y la migraña extrajo tanta frente de la frente!

Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,

el corazón, en su cajón, dolor,

la lagartija, en su cajón, dolor.

Crece la desdicha, hermanos hombres,

más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece

con la res de Rousseau, con nuestras barbas; crece el mal por razones que ignoramos y es una inundación con propios líquidos, con propio barro y propia nube sólida! Invierte el sufrimiento posiciones, da función en que el humor acuoso es vertical al pavimento,

el ojo es visto y esta oreja oída, y esta oreja da nueve campanadas a la hora del rayo, y nueve carcajadas a la hora del trigo, y nueve sones hembras a la hora del llanto, y nueve cánticos a la hora del hambre, y nueve truenos y nueve látigos, menos un grito.

El dolor nos agarra, hermanos hombres,

por detrás, de perfil,

y nos aloca en los cinemas,

nos clava en los gramófonos,

nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente

a nuestros boletos, a nuestras cartas;

y es muy grave sufrir, puede uno orar...

Pues de resultas

del dolor, hay algunos

que nacen, otros crecen, otros mueren.

y otros que nacen y no mueren, y otros

que sin haber nacido, mueren, y otros

que no nacen ni mueren (son los más).

Y también de resultas

del sufrimiento, estoy triste

hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,

de ver el pan, crucificado, al nabo,

ensangrentado,

llorando, a la cebolla,

al cereal, en general, harina,

a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,

al vino, un eccehomo,

tan pálida a la nieve, al sol tan arduo!

Cómo, hermanos humanos,

no deciros que ya no puedo y

ya no puedo con tanto cajón,

tanto minuto, tanta

lagartija y tanta

inversión, tanto lejos y tanta sed de sed! Señor Ministro de Salud: qué hacer? Ah!, desgraciadamente, hombres humanos, hay, hermanos, muchísimo que hacer.

Hay gentes tan desgraciadas, que ni siquiera tienen cuerpo; cuantitativo el pelo, baja, en pulgadas, la genial pesadumbre; el modo, arriba;

no me busques la muela del olvido,

parecen salir del aire, sumar suspiros mentalmente, oír

claros azotes en sus paladares.

Vanse de su piel, rascándose el sarcófago en que nacen

y suben por su muerte de hora en hora

y caen, a lo largo de su alfabeto gélido, hasta el suelo.

Ay de tanto! ay de tan poco! ay de ellas!

Ay en mi cuarto, oyéndolas con lentes!

Ay en mi tórax, cuando compran trajes!

Ay de mi mugre blanca, en su hez mancomunada!

Amadas sean las orejas Sánchez, amadas las personas que se sientan, amado el desconocido y su señora, el prójimo con mangas, cuello y ojos!

Amado sea aquel que tiene chinches,

el que lleva zapato roto bajo la lluvia,

el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas,

el que se coge un dedo en una puerta,

el que no tiene cumpleaños,

el que perdió su sombra en un incendio,

el animal, el que parece un loro,

el que parece un hombre, el pobre rico,

el puro miserable, el pobre pobre!

Amado sea

el que tiene hambre o sed, pero no tiene hambre con qué saciar toda su sed, ni sed con qué saciar todas sus hambres!

Amado sea el que trabaja al día, al mes, a la hora,

el que suda de pena o de vergüenza,

aquel que va, por orden de sus manos, al cinema,

el que paga con lo que le falta,

el que duerme de espaldas,

el que ya no recuerda su niñez; amado sea

el calvo sin sombrero,

el justo sin espinas,

el ladrón sin rosas,

el que lleva reloj y ha visto a Dios, el que tiene un honor y no fallece!

Amado sea el niño, que cae y aún llora y el hombre que ha caído y ya no llora. Ay de tanto! Ay de tan poco! Ay de ellos!

Asalto al cielo - Antología poética
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