NOTA HISTÓRICA

Los asesinos del emperador es una novela histórica y, en consecuencia, contiene una parte de ficción. No obstante, y al contrario de lo que se pudiera pensar inicialmente, hay mucha menos ficción de lo esperable. Así, por ejemplo, en aquellos pasajes de especial dramatismo donde el lector pudiera concluir con facilidad que el autor se aleja de los datos que nos proporcionan los historiadores clásicos, he optado por incorporar algunas citas con el fin de hacer notar que no era el caso y que el relato se pliega con mucha frecuencia a los datos que nos han llegado desde el mundo antiguo. Algunos ejemplos ilustrativos de esto serían el momento en que el emperador Domiciano obliga al cónsul Manió Acilio Glabrión a luchar en la arena del anfiteatro de Alba Longa contra varias fieras, la batalla contra Saturnino y los catos con el repentino deshielo del Rin que engulle a los germanos o la terrible escena de tortura que padece el consejero imperial Partenio. En todos estos casos he incluido esas citas de las fuentes clásicas donde se nos indica que estos acontecimientos ocurrieron.

La parte de ficción de Los asesinos del emperador, que existe, hay que buscarla en la vida privada de los grandes personajes históricos que desfilan por sus páginas, en los diálogos entre Trajano y su padre, entre Vespasiano y sus hijos o entre Domiciano y todas aquellas personas de su entorno que tanto padecieron su tiranía y su paranoia. Ahí es donde entra la ficción para completar los datos de la vida pública que sí conocemos y de ese modo dar continuidad a la narración en el contexto privado de cada uno de estos personajes históricos.

Hay, no obstante, una importante licencia que me he permitido, aunque sólo es una licencia en parte. Suetonio nos dice que los que remataron al emperador Domiciano de Roma fueron unos gladiadores y no certifica que Domicia Longina apuñalara personalmente al emperador, aunque tanto Suetonio como otros historiadores clásicos reconocen la participación activa de la emperatriz en el complot para asesinar a su esposo. Pero en todo caso, ¿qué quería decir Suetonio? ¿Que los gladiadores remataron a Domiciano después de que fuera atacado por Estéfano? El mismo Suetonio incide en que el golpe de Estéfano supuso apenas una pequeña herida. No parece que se pueda hablar de rematar a quien apenas está levemente herido. Se remata a quien está gravemente herido. ¿Quién, entonces, hirió de gravedad a Domiciano? ¿Quién asestó el golpe clave, el que lo dejó mortalmente herido a falta de que lo remataran? Nadie nos lo dice. Y, para completar esta extraña escena, resulta cuanto menos curiosa la insistencia del Senado en no hacer extensible a la persona de Domicia Longina la terrible damnatio memoriae que emitió contra Domiciano. ¿Tanto había ayudado Domicia a la caída del tirano? Todo vuelve a la misma pregunta: ¿qué pasó exactamente en la cámara del emperador Domiciano el mediodía del 18 de septiembre del año 96? Nadie lo sabe. Los asesinos del emperador presenta una posible recreación de lo acontecido aquella mañana en la que, sin saberlo, los reunidos en aquella habitación escribieron la Historia, una vez más, con sangre y odio y venganza. Aunque hay venganzas que uno, si bien puede no justificar, en el caso de Domicia Longina yo sí puedo entender.

Con relación a la identificación del 666, el número que san Juan adscribe a la Bestia en el Apocalipsis, son muchísimas las teorías que se han desarrollado para intentar desvelar el secreto que Juan el Evangelista ocultaba tras esa cifra. Pero ésta es una novela Histórica y no sobre enigmas del mundo antiguo, así que me gustaría concluir recordando una de las explicaciones más simples y sencillas sobre el número 666: en números romanos esta cifra corresponde con la combinación de letras DCLXVT y esta combinación supondría las iniciales que se podrían corresponder con el siguiente mensaje:

DOMITIANUS CAESAR LEGATOS XTI VILITER INTERFECIT

Es decir: «El César Domiciano mató vilmente a los enviados de Cristo.» Hay quien defiende que san Juan escribió el Apocalipsis en tiempos de Nerón y en griego, y que fue traducido al latín en la época de Domiciano, mientras que también hay quien considera que tal vez el texto se redactara en tiempos del propio Domiciano y quizá en latín directamente. En la primera posibilidad, las teorías basadas en la gematría del griego cobran fuerza, pero, en el segundo caso, la segunda teoría podría ser más cierta. La gematría implica que cada letra del alfabeto griego tiene un valor numérico y sumando las letras en griego de la expresión «Nerón César» daría el valor de 666. Es difícil saber si san Juan escribió en griego o en latín, incluso confirmar que fuera el propio san Juan el autor de esta obra, y más difícil aún estar seguros de a quién se refería el autor del Apocalipsis con el número 666, pero son realidades bastante comprobadas que Tito Flavio Domiciano fue un auténtico tirano que persiguió a los primeros cristianos con una brutalidad descarnada y vil y que este tirano hablaba en latín.

Finalmente, con respecto a la progresiva demencia del emperador Domiciano, me gustaría llamar la atención sobre un aspecto recurrente durante toda la novela: Domiciano comía en vajillas de bronce que los romanos, para protegerse del cardenillo cuya toxicidad conocían, recubrían de una fina capa de plomo; y bebía vino endulzado con ralladuras del mismo metal. La toxicidad del plomo, incluso ingerido en pequeñas cantidades, es terrible, y uno de sus efectos más destacados es el de la paranoia.

Más allá de lo expresado aquí, Los asesinos del emperador es sumamente fiel a aspectos como el ascenso progresivo de los hispanos en el Senado, el penoso asedio de Jerusalén, las guerras de frontera en Britania, Germania, el Danubio o Partía, la construcción del anfiteatro Flavio (Coliseo) en dos fases, las intrigas de Domiciano para acceder al poder y su progresiva locura, las persecuciones a los cristianos, la vida de los gladiadores y hasta la existencia de gladiadoras. De esta forma, Los asesinos del emperador intenta presentar un intenso y fidedigno fresco de la vida del Imperio romano durante el último tercio del siglo I d. C.

Los asesinos del emperador
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