EL NORTE
Moguntiacum, Germania Superior
18 de septiembre de 96 d. C., hora sexta
Trajano paseaba bajo una fina lluvia en el corto verano de Germania. Caminaba concentrado, mirando al suelo. A su espalda, una docena de legionarios de confianza le seguían a una prudente distancia. El gobernador de Germania Superior se detuvo un instante y miró hacia el otro lado del Rin. Los catos llevaban unos meses tranquilos: no había habido ningún ataque desde hacía tiempo. Tanta calma le incomodaba, pero, por otro lado, la actividad parecía estar ahora en el corazón del Imperio. Era como si los propios catos lo supieran y estuvieran esperando, como el propio Trajano, como Sura, como Nigrino, como todos, pero se le hacía difícil aceptar que los catos, que habían sido tan torpes como para hundir un ejército en las heladas aguas del Rin, tuvieran la intuición de prever que algo grave se tramaba en la lejana Roma. Y sin embargo, como en tantas otras ocasiones desde hacía años, era como si todos los bárbaros del norte actuaran guiados por alguien. Era difícil de creer, pero ya llevaban dos legiones aniquiladas en los últimos tiempos; las dos en las fronteras del Danubio.
Trajano miró hacia el este. ¿Había allí alguien realmente al mando de todo? ¿Era Decébalo el que regía el mundo al norte del Imperio? Era una idea a tener en cuenta, pero con la falta de gobierno en Roma, con un emperador de orgía en orgía, cometiendo incesto con todas sus sobrinas, condenando a muerte a los mejores legati, poco podía hacerse para averiguar lo que ocurría al norte de los grandes ríos. Trajano se volvió entonces hacia el sur, hacia la lejanísima Roma. Sólo se veía la pradera de los valles de Germania. Licinio Sura no había sido preciso sobre el día clave. Qué lástima que su padre siguiera enfermo. Hablar le agotaba. No debería haber hecho aquel largo viaje estando enfermo. ¿O quizá sí? ¿Le habría puesto el emperador alguna vez en la misma situación en la que Nerón puso a Corbulón? Difícil saberlo. Difícil saber qué ocurriría en Roma. Si su padre estuviera mejor volvería a preguntarle su opinión sobre el asunto. Este estaba convencido de que nunca nadie podría asesinar a Domiciano, pero Trajano hijo había empezado a considerar que quizá… pero no. Marco Ulpio Trajano negó con la cabeza. Lamentablemente, su padre solía estar siempre en lo cierto. Quienquiera que fuese a intentarlo, no tenía ni una sola posibilidad. Ni una sola.