UNA ORDEN IMPERIAL

Legio, noroeste de la Tarraconensis, Hispania

Febrero de 89 d.C.

Lucio Quieto acudió raudo a la llamada del legatus de la legión VII en Legio, pues había visto llegar un correo imperial aquella misma mañana al campamento. El legado tendría órdenes imperiales que cumplir y no le parecía mala señal para su carrera militar que Trajano le llamara. Sólo al entrar en el praetorium y observar los rostros preocupados tanto del legatus como de Longino y Manió, sus hombres de confianza, comprendió que no todo iban a ser buenas noticias. Un pequeño puñado de tribunos y centuriones completaban la reunión. Nada más entrar, Quieto sintió la mirada de Trajano clavada en él. Se adelantó y se situó frente a Trajano.

—Ave, mi legatus —dijo y calló a la espera de órdenes o de preguntas.

Trajano miró entonces a Longino y a Manió y éstos asintieron.

—Ya sabéis lo que tenéis que hacer —dijo Longino a todos los oficiales—. Partimos al alba. Todo debe estar dispuesto. Tenéis sólo un día. Aprovechadlo bien.

Todos los oficiales saludaron mirando primero a Longino y a Manió y luego al legatus y salieron del praetorium. Quieto comprendió que la legión VII se ponía en marcha, pero ¿hacia dónde? ¿Por qué? El legatus, una vez que se quedaron a solas con Longino y Manió, volvió a mirarle.

—Háblame del legatus del Danubio, de sus tribunos, Quieto, tú que has estado allí —le ordenó Trajano con seriedad.

Quieto abrió bien los ojos y miró un instante al suelo mientras se esforzaba en recordar. No entendía bien a qué venía aquello, pero tenía claro que debía responder con precisión.

—Tetio Juliano es un buen mando. Tiene mucha experiencia y es respetado. Todos saben… —Dudó, tragó saliva y se corrigió—. Todos piensan que si él hubiera comandado el ejército en Tapae el año pasado en lugar de Fusco no habría ocurrido lo que pasó.

—¿Y Nigrino? —preguntó Trajano.

—¿Nigrino? Sí. Nigrino es un buen tribuno. Combatí junto a su sobrino, que estaba en la V legión Alaudae. El joven fue valiente en aquella emboscada. Si su tío es igual, será un gran tribuno.

Trajano se reclinó hacia atrás en el solium hasta dejar caer todo el peso de su espalda sobre el respaldo del asiento.

—Entonces conoces bastante bien al sobrino de Nigrino —dijo.

Quieto asintió. Trajano le miraba fijamente. Quieto sabía que la pregunta clave, fuera lo que fuese, se tratara de lo que se tratase, estaba a punto de salir de los labios del legatus.

—¿Crees que los Nigrino son leales al emperador, decurión? —preguntó Trajano con solemnidad.

Lucio Quieto tardó unos instantes en responder. Fue muy cuidadoso en las palabras que escogió para hacerlo.

—Creo que tanto el tribuno Nigrino como su sobrino piensan que la elección de Fusco fue un error y seguramente creen que la forma de conducir la guerra en el Danubio no ha sido la mejor, pero de ahí a rebelarse contra el emperador hay una enorme diferencia.

Ante el silencio de Trajano, Longino intervino.

—El emperador Domiciano no suele entender de sutilezas, decurión. El legatus te ha preguntado si crees que los Nigrino son leales al emperador.

Quieto comprendió que no había forma de eludir dar un sí o un no. ¿Qué estaba pasando?

—Sí, son leales —respondió al fin Quieto.

Trajano asintió. Necesitaba la colaboración de aquel aguerrido decurión que, si no fuera por haber sido el mensajero de la derrota de Fusco, debería ocupar ya un rango mayor en el ejército de acuerdo a sus brillantes servicios en Moesia y Dacia. El legatus miró a Longino y a Manió buscando confirmación. El primero asintió un par de veces y Manió una sola pero de forma decidida. Ambos compartían con Trajano la opinión de que necesitaban buenos oficiales en su círculo si querían salir vivos de lo que se avecinaba. Volvió a mirar a Quieto.

—Decurión, ha estallado una guerra civil —anunció Trajano con concisión para a continuación y bajo la atenta mirada de Quieto ponerle al día con los detalles de la situación—. El gobernador de Germania Superior se ha rebelado con las legiones XIV Gemina y la XXI Rapax y cuenta con la colaboración de los catos y otros germanos al norte del Rin. Esto ha obligado a que el emperador Domiciano haya pactado una paz rápida con Decébalo, el rey de la Dacia. Todo esto prueba que lo que yo intuía está ocurriendo: dacios y germanos actúan coordinadamente, lo que no esperaba es que un mentecato como Saturnino, encima, fuera a regalarles dos legiones. Tetio Juliano ha muerto y el tribuno Nigrino ya no es tribuno si no que actúa como legatus en aquella región; por eso era esencial saber tu opinión sobre su lealtad a Domiciano. El emperador en persona va a desplazarse al Rin con varias legiones que retirará del Danubio y con su guardia pretoriana para hacer frente a Saturnino y acabar con esta rebelión. Yo he recibido orden de estar en el Rin lo antes posible y es un mandato que pienso cumplir. Necesito de buenos oficiales para ejecutar esta orden. A partir de ahora serás el jefe de caballería de la VII legión. Espero de tu parte toda la colaboración posible para cumplir con la orden imperial y que cuando entremos en combate contra las legiones de Saturnino o contra los germanos acabes con tantos de ellos que pueda sentir que mi decisión de hoy no ha sido equivocada. ¿Está claro?

Lucio Quieto se sintió abrumado por recibir tanta información en tan poco tiempo y por aquel inesperado ascenso. Abrumado a la par que agradecido.

—No defraudaré al legatus —respondió y se llevó el puño al pecho.

—Eso espero —replicó a su vez Trajano—. Eso espero, Lucio Quieto, pues en los días que se avecinan no habrá ni tiempo ni espacio para los errores. Longino y Manió te acompañarán y te explicarán los pormenores de la marcha que hemos de realizar hacia el norte.

Quieto, Longino y Manió abandonaron el praetorium. Marco Ulpio Trajano se levantó y caminó hasta llegar a la mesa donde se encontraba extendido un gran mapa del Imperio. Sus ojos se pasearon por el norte de Hispania, cruzaron el Ebro y llegaron a los Pirineos; estaba acabando el invierno; ya no debería haber tanta nieve en los valles, pero aun así las montañas eran imponentes; luego venía la gran llanura de la Galia, los montes del centro y nuevamente una larga llanura hasta el Rin. Los dioses se habían apiadado algo de él y no era necesario adentrarse en los Alpes para llegar a Germania Superior. Aun así era una marcha brutal para tan pocos días. Brutal. Tenía una orden imperial que no se podría acatar en el plazo señalado y un emperador nervioso que no aceptaría incumplimientos de ningún tipo. Saturnino era un imbécil. No por rebelarse —por todos los dioses, Domiciano se había creado suficientes enemigos entre las familias senatoriales para tener un levantamiento cada año—, pero lo de aliarse con los germanos podía ser el fin del Imperio. Si los catos y los germanos cruzaban el Rin, las legiones del Danubio y la VII Gemina no serían suficientes. No serían suficientes. Las fronteras del Rin y el Danubio eran demasiado costosas de proteger y demasiado próximas al sur. Las fronteras del Imperio deberían haberse llevado hacía ya tiempo más al norte, mucho más al norte. Aquél fue el sueño de Julio César, pero Augusto, tras el desastre de Teutoburgo, abandonó la empresa. Ahora aquello parecía ya un sueño imposible.

Los asesinos del emperador
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