EL EJÉRCITO DE TITO

Campamento general romano,

frente a las murallas de Jerusalén

Febrero de 70 d. C.

Trajano padre llegó al campamento del monte Scopus cabalgando al trote. En su cabeza repasaba los últimos acontecimientos, que se habían sucedido como un torbellino: Vitelio había sido ejecutado, sus hombres depuestos y arrestados, el Senado había proclamado a Vespasiano emperador y éste, de viaje desde Egipto hacia Roma para hacerse con el control de la ciudad y del Imperio, había nombrado Césares a sus dos hijos, Tito y Domiciano. El Imperio había cambiado de manos una vez más, sólo que Trajano intuía que Vespasiano no tenía la más mínima intención de ser uno más, otro emperador que apenas durara en el poder unos meses. Estaba claro que Vespasiano partía a Roma para asegurar su poder en la capital, por un lado, y para controlar la rebelión de los bátavos en la Galia, por otro.

A Tito le correspondía cumplir con su promesa de terminar con la resistencia de los judíos en Oriente, pero, desde la partida de Vespasiano, se había perdido un tiempo precioso en asegurar el poder romano en el resto de ciudades de Judea. Estaban en febrero y Jerusalén debía caer antes del final de junio, según lo pactado entre Vespasiano y Tito, su hijo. Aquélla era una promesa imposible de cumplir, pero Trajano tenía prisa por entender la estrategia de Tito para superar las infranqueables defensas de Jerusalén. Había dejado atrás, rodeando todas las murallas de la ciudad sagrada de los judíos, las fortificaciones en construcción de la legión X Fretensis en el monte que los judíos llamaban de los Olivos, al este de las murallas. Tito había ordenado dos campamentos, uno al este y otro al oeste de la ciudad, con el fin de controlar los movimientos del enemigo desde todos los ángulos. Hasta ahí todo le parecía razonable a Trajano, pero cuando un joven Aulo Larcio Lépido se presentó en el praetorium de la legión X para notificarle que era relevado del mando de dicha legión y que debía presentarse ante Tito en el campamento occidental, el veterano Trajano tuvo que contener su enfado, saludar militarmente y salir a por un caballo para entrevistarse con el nuevo César e intentar comprender qué estaba pasando.

Le gustó observar que, al menos, independientemente de a quién estuviera seleccionando el joven Tito para el mando de sus legiones, las fortificaciones del campamento occidental iban a buen ritmo, especialmente las de la legión V Macedónica y las de la XV Apollinaris. Como era de esperar, los legionarios de la XII Fulminata iban mucho más retrasados en el trabajo en la sección del campamento que les había correspondido construir. Y es que los hombres de la XII Fulminata llevaban cosechadas varias derrotas durante la campaña pasada de Galilea, incluyendo una terrible emboscada donde habían perdido algunos de sus estandartes en forma de rayo. Sin algunos de estos emblemas sagrados para los legionarios, con varios de sus centuriones degradados y trasladados a otras legiones, la XII Fulminata era sólo un resto de unidades desorganizadas y de dudosa capacidad militar. El retraso en su sección del campamento occidental sólo confirmaba todo lo que Trajano había oído sobre esa legión.

El veterano legatus hispano llegó al praetorium donde Tito, César y jefe supremo del ejército romano en Siria y Galilea, planeaba cómo culminar con éxito el asedio de una ciudad tan vasta y tan bien defendida como Jerusalén. En el consilium de legati y oficiales, Trajano reconoció a Sexto Vettuleno Cerealis, veterano como él de las campañas con Corbulón, y a Marco Tittio Frugi, eficaz en el mando y en el combate. El resto eran oficiales de menor rango, centuriones en su mayoría. Tito, en pie junto a la mesa donde se había abierto un gran mapa de Jerusalén, se limitó a mirar un instante a Trajano, saludarle con un leve cabeceo y volverse a mirar a Cerealis.

—Entonces, ¿están claras mis órdenes? —preguntó.

—Fortificamos los dos campamentos y mañana al amanecer haremos un reconocimiento con la caballería alrededor de las murallas para localizar el mejor punto para iniciar el ataque si las negociaciones fracasan, César —resumió con habilidad marcial Cerealis.

—Exacto —confirmó Tito—. Y yo personalmente comandaré a la caballería en ese reconocimiento, ¿está claro? —Cerealis y el resto de oficiales asintieron; Tito miró entonces a Trajano—. Ahora salid todos menos Trajano.

Los legati de la V y la XV salieron en primer lugar y, a continuación, el resto de oficiales. Tito fue directo al asunto que le importaba.

—No tengo suficientes hombres para esta tarea, Trajano. —Como comprobó que su interlocutor le escuchaba con atención, el hijo del emperador fue preciso en sus cálculos; Trajano comprendió que el joven César le estaba dando toda esa información con una intención, pero no sabía aún discernir cuál era y no podía evitar sentirse dolido porque se le hubiera relevado del mando de la X Fretensis, con la que siempre había conseguido grandes resultados al servicio de Vespasiano. No obstante, prudente, callaba y escuchaba; Tito enumeró las fuerzas de las que disponía para el ataque—. Es cierto que tenemos la V Macedónica, la XV Apollinarisy la X Fretensis, Trajano, pero tú mejor que nadie sabes que ninguna de esas tres legiones está al completo por las bajas que han sufrido durante esta guerra; además, mi padre envió varios destacamentos de estas legiones a luchar contra Vitelio al norte de Roma. Es cierto que hace poco me han llegado desde Egipto una vexillatio de dos mil legionarios procedentes de la III Cyrenaica y de la XXII Deiotariana, que ha enviado mi propio padre, pues sabe que necesito hombres a toda costa, pero aún eso es poco. Frontón Aerio ha venido al mando de estas tropas y él mismo me ha confirmado que son soldados poco expertos en el combate. Los judíos, estos malditos judíos, Trajano, tú lo sabes bien, luchan a muerte por cada palmo de terreno. Me han llegado algunas alae más de caballería auxiliar y algunas otras cohortes desde diferentes puntos, pero siguen siendo recursos escasos para rendir una ciudad de medio millón de habitantes donde dispondrán de al menos veinte mil condenados locos, quizá más, treinta mil de esos que ellos llaman zelotes, dispuestos a morir por su rebelión. Todos esos hombres, bien protegidos por la larga serie de murallas que les rodean, son demasiados para las fuerzas de las que dispongo. Demasiados.

Trajano padre asintió despacio. No sabía bien si se esperaba de él una respuesta, una valoración o simplemente silencio, pero el hijo del emperador se había olvidado de mencionar una legión.

—Quedan también los hombres de la XII Fulminata —empezó Trajano—. Sé que no son los mejores, pero pueden valer en muchas tareas del asedio…

—¡La Fulminata —exclamó Tito levantando los brazos, girándose, dándole la espalda por un instante, para terminar sentándose en un solium antes de volver a dirigirse a él—. Precisamente, Trajano, está la XII Fulminata, casi una legión de inútiles: ¿han avanzado en la construcción de su sección del campamento? Acabas de pasar por allí, has tenido que cruzarte con ellos para llegar al praetorium. Sorpréndeme, Trajano, y dime que han avanzado como el resto.

Trajano tragó saliva. No dijo nada y se limitó a negar con la cabeza.

—Lo imaginaba, lo imaginaba —respondió un hundido Tito apretando los puños en señal de impotencia—. Una legión entera de inútiles y cobardes desperdiciada en un momento en el que necesito a todos los hombres con los que pueda contar. Un desastre, Trajano.

El hispano permaneció firme y en silencio, al otro lado de la mesa. No tenía nada interesante que añadir, nada que pudiera reforzar los ánimos del joven César.

—Por eso te he llamado, Trajano —dijo Tito mirándole fijamente—. No has dicho nada sobre el hecho de que te haya relevado del mando de la X Fretensis.

—Estoy a las órdenes del César, hijo del emperador Vespasiano, y si el César considera que es mejor relevarme…

—Leal hasta el final —le interrumpió Tito—. Eso me dijo mi padre cuando me habló de ti: leal hasta el final. ¿Es eso cierto, Trajano? Son tiempos en los que las lealtades cambian con facilidad.

—Los Flavios siempre han sido sensibles a los intereses de mi familia y, en general, a los de los hispanos de Occidente. Es justo que devolvamos ese interés con lealtad.

Tito le miró sin decir nada durante unos momentos que a Trajano se le hicieron eternos. Quizá se había excedido al ligar su lealtad a la predilección de los Flavios por la aristocracia hispana, pero Tito miraba al suelo, como si estuviera en otro mundo.

—Necesito la XII Fulminata, operativa y con energías en el combate —respondió al fin el César—. Necesito, como tú muy bien has dicho, que esa legión se ocupe de muchos trabajos si, al final, como preveo por la tozudez de los zelotes, todo esto termina en duro y largo asedio. Te he relevado de la X Fretensis para que dirijas la XII Fulminata durante este asedio —se levantó del solium—, y escúchame bien, Trajano: no es una degradación ni un castigo, sino un desafío que te lanzo; sé que son hombres derrotados en varias ocasiones y que han perdido sus estandartes, por todos los dioses, sus propias insignias, sus rayos, en manos del enemigo. Sé que no tienen ni confianza ni valor, pero los necesito en este asedio, como necesito al resto. Dime, Trajano, pero no digas algo que no puedas cumplir; dime, Marco Ulpio Trajano, como nuevo legatus de la XII Fulminata, ¿crees que podrás conseguir que tus legionarios luchen con valor, que combatan con fuerza, que mueran con honor cuando llegue el momento? ¿Crees que puedes prometerme eso?

Trajano no había esperado ser nombrado el nuevo legatus de una legión caída en desgracia, de unos hombres que no valían para nada, pero la forma de expresarse del hijo de Vespasiano, su ansia, su anhelo en aquellas preguntas, no dejaba mucho margen. Un César nunca pregunta, sólo ordena. Da igual que envuelva sus órdenes en forma de ruego.

—La XII Fulminata combatirá con fuerza y honor a las órdenes del César Tito Flavio Sabino, hijo del emperador Vespasiano.

Tito sonrió levemente. No con una gran mueca, sino con un gesto casi imperceptible, y se sentó de nuevo en su solium.

—Que los dioses te ayuden, Trajano, que los dioses nos ayuden a todos.

Levantó su mano derecha. Trajano saludó al hijo del emperador, dio media vuelta, y cargado de furia emergió del praetorium dispuesto a hacer trabajar, incluso a latigazos si hacía falta, a los legionarios de la XII Fulminata, toda la noche si era necesario, hasta que igualaran su sección de las fortificaciones con las de la V y la XV. No iba a ser fácil. No iba a ser nada fácil. Y maldijo su suerte. No había nada peor en una guerra que verse forzado a entrar en combate rodeado de cobardes.

Los asesinos del emperador
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