87
El último discurso

Zama, 19 de octubre del 202 a.C, media hora después de la entrevista

No había habido acuerdo entre los dos generales.

Publio había empezado dirigiéndose hacia sus tropas con cierta calma fría, pero, a medida que avanzaba en su discurso, sus músculos se tensaron, las venas del cuello se marcaban con claridad, su rostro se tornó sudoroso y ligeramente enrojecido, henchido de sangre y pasión. Pronto todos y cada uno de los legionarios de la V y la VI no hacían otra cosa sino escuchar a su líder, a su jefe, al único procónsul de Roma que Aníbal había considerado de interés suficiente como para entrevistarse a solas con él. No había habido pacto. Sólo quedaba la batalla y borrar con sangre enemiga la ignominia de Cannae y la vergüenza del destierro de Sicilia, pero el procónsul seguía hablando, seguía hablando...

—¡Parece que tendremos que combatir sin las tropas de Tiberio Claudio! —continuaba Publio Cornelio Escipión desde lo alto de un hermoso caballo blanco con el que se movía despacio, al paso por delante de la perfecta formación de las legiones V y VI—. ¡Tendremos que combatir solos porque los soldados que nos enviaban no sabían ni navegar! —Y el procónsul se detuvo para dejar que los legionarios rieran un poco y rebajaran su tremenda tensión—. ¡Por Castor y Pólux, no sabían ni navegar y los llamaban refuerzos! —Más risas, carcajadas generales en todas las filas, desde los velites de primera línea hasta los veteranos triari, desde los legionarios de menor rango hasta los centuriones y tribunos al mando del ejército: Lelio, Silano, Marcio, Mario, Terebelio, Digicio, Valerio. Todos reían; el procónsul esperó que las risas perdieran fuelle y tornó su semblante en una faz seria antes de proseguir—. ¡Mejor solos! ¡Mejor pocos y fuertes y leales y valientes que muchos y, entre los muchos, demasiados flojos y débiles y cobardes! ¡Estas legiones dicen que están malditas! ¡Es posible, pero en ellas no hay sitio para los débiles de espíritu y de físico! ¡Os reís y eso está bien, pero no penséis que ya lo habéis conseguido todo porque habéis logrado algunas victorias! ¡Es cierto que conquistasteis Locri en Italia y que hemos derrotado al rey Sífax y a los generales Hanón y Giscón! ¡Y es cierto que muchas ciudades se han entregado y han abierto sus puertas por el temor a vuestras armas o por vuestra persistencia en el asedio, como en Útica! ¡Por todos los dioses, sé que hablo a hombres valerosos y de gran fortaleza de ánimo! ¡Las únicas legiones de Roma que han conseguido tantas victorias, una tras otra en suelo africano! ¿Pero sabéis una cosa, sabéis qué sois vosotros para Roma? —Y una nueva pausa en la que el procónsul miraba desde su caballo a los hombres ahora silenciosos que le observaban absortos desde sus cascos ajustados bajo el sol resplandeciente de aquel amanecer, quizás el último que vieran muchos, quizás el último que vieran todos—. ¡Para Roma no sois nada! ¡Nada! ¡Os lo repetiré una vez más: para Roma no sois nada más que la misma escoria que expulsó y desterró a Sicilia para olvidarse, para borrar de los anales de la historia de Roma la más vergonzosa de las derrotas ante el enemigo! ¡Para Roma seguís siendo los vencidos de Cannae, los miserables que huyeron en lugar de morir con dignidad protegiendo su patria! ¡Lo sé, lo sé, mi corazón está con vosotros y sé lo que pensáis, sé que pensáis que eso no es justo, ya no, porque creéis haber compensado aquella grave ofensa con vuestro servicio y vuestra sangre en África, con las victorias aquí conseguidas y, aún más, con haber hecho necesario que Cartago reclamara a Aníbal para que, al fin, después de tantos años de terror, abandonara Italia!

¡Creéis que sólo por eso se os debería conceder el perdón y el derecho a regresar a Roma después de estas duras campañas en África! ¡Pero os he de decir una cosa! ¡Eso valdría con cualquier otra ciudad y con cualquier otro pueblo pero eso no basta para el pueblo romano y para el Senado de Roma, eso no es suficiente! ¡No es suficiente para borrar las seis legiones masacradas por Aníbal en Cannae! ¡Y a decir verdad que si juntáramos todos los muertos enemigos que hemos abatido desde que llegamos a África hace ya casi dos años y medio no juntaríamos un número suficiente de enemigos muertos para igualar el número de legionarios que los soldados de Aníbal degollaron en Cannae! ¡A decir verdad, por todos los dioses, que así es! ¡Así que para Roma no sois nada! ¡Nada! ¡Y Roma no os dejará regresar ni os perdonará nunca! ¡Nunca! ¡Nunca! —Publio Cornelio Escipión miró a su ejército; el silencio se había fraguado poco a poco y parecía que los legionarios fueran estatuas de piedra y que ni tan siquiera respiraran—.Y vosotros me diréis entonces y con razón, ¿y para qué luchamos entonces si no es para volver con los nuestros y para recibir el perdón? 

¡Un legionario jamás lucha por obtener un perdón, un legionario nunca buscará ser redimido, un legionario sólo puede buscar la victoria o la muerte! ¿Que por qué lucháis? ¡Yo os lo diré, por Júpiter! ¡Lucháis, lucharemos hoy todos por el triunfo y por la gloria! ¡Las legiones V y VI no buscan el perdón de Roma sino que Roma se arrodille ante ellos! ¡No lucháis por que os dejen regresar sino que lucháis por recibir un triunfo y ser conducidos por mí hasta el mismísimo Capitolio! ¡Lucháis por ser no las «legiones malditas», sino las mejores legiones de la historia de Roma, porque una afrenta tan grave como la de Cannae sólo se puede borrar con una victoria de iguales proporciones, y la batalla de hoy, creedme, será como la de Cannae! ¡Hoy es un nuevo Cannae pero hoy será el Cannae de Cartago! ¡Y a los legionarios que me habéis seguido desde Hispania sólo os recordaré que allí jurasteis seguirme hasta el mismísimo infierno! ¡Sea, entonces: bienvenidos todos al infierno! —Y el procónsul desenvainó su espada y la esgrimió en alto al tiempo que gritaba—: ¡Muerte o victoria! ¡Muerte o victoria! ¡Muerte o victoria! —Y con un último esfuerzo, llorando, salpicando saliva al gritar—. ¡Todos al infierno! ¡Hasta el infierno!

Y los miles de soldados de sus legiones, de las legiones V y VI, desgarraron el aire con un rugido cien mil veces más fuerte que el rugido del más temible de los leones.

—¡Hasta el infierno! ¡Hasta el infierno! ¡Hasta el infierno!

Las legiones malditas
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
libro1.xhtml
001.xhtml
002.xhtml
003.xhtml
004.xhtml
005.xhtml
006.xhtml
007.xhtml
008.xhtml
009.xhtml
010.xhtml
011.xhtml
012.xhtml
013.xhtml
014.xhtml
015.xhtml
libro2.xhtml
016.xhtml
017.xhtml
018.xhtml
019.xhtml
020.xhtml
021.xhtml
022.xhtml
023.xhtml
libro3.xhtml
024.xhtml
025.xhtml
026.xhtml
027.xhtml
028.xhtml
029.xhtml
030.xhtml
libro4.xhtml
031.xhtml
032.xhtml
033.xhtml
034.xhtml
035.xhtml
036.xhtml
037.xhtml
038.xhtml
039.xhtml
040.xhtml
041.xhtml
042.xhtml
libro5.xhtml
043.xhtml
044.xhtml
045.xhtml
046.xhtml
047.xhtml
048.xhtml
049.xhtml
050.xhtml
051.xhtml
052.xhtml
053.xhtml
054.xhtml
055.xhtml
056.xhtml
057.xhtml
058.xhtml
059.xhtml
060.xhtml
061.xhtml
062.xhtml
063.xhtml
064.xhtml
065.xhtml
066.xhtml
067.xhtml
libro6.xhtml
068.xhtml
069.xhtml
070.xhtml
071.xhtml
072.xhtml
073.xhtml
074.xhtml
075.xhtml
libro7.xhtml
076.xhtml
077.xhtml
078.xhtml
079.xhtml
080.xhtml
081.xhtml
libro8.xhtml
082.xhtml
083.xhtml
084.xhtml
085.xhtml
086.xhtml
087.xhtml
088.xhtml
089.xhtml
090.xhtml
091.xhtml
092.xhtml
093.xhtml
094.xhtml
095.xhtml
096.xhtml
097.xhtml
098.xhtml
099.xhtml
100.xhtml
101.xhtml
apendices.xhtml
1_glosario.xhtml
II_arbol_escipion.xhtml
III_mando_cartagines.xhtml
IV_consules_roma.xhtml
V_mapas.xhtml
batalla_baecula.xhtml
batalla_ilipa.xhtml
campanas_africa.xhtml
batalla_zama_inicial.xhtml
batalla_zama_carga_elefantes.xhtml
batalla_zama_enfrentamiento_infanterias.xhtml
batalla_zama_fase_final.xhtml
VI_bibliografia.xhtml
agradecimientos.xhtml
proaemium.xhtml
dramatis_personae.xhtml