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Las calles pintadas
Roma, abril del 208 a.C.
Plauto abría los ojos de par en par. Miraba a un lado y otro de cada calle y no podía creer lo que veía. Roma había amanecido repleta de pintadas. Las primeras las había visto en algunos de los puestos de ganado del Foro Boario, pero a medida que avanzaba por el Vicus Tuscus, las cosas no hacían sino empeorar. En paredes sucias, en muros en construcción, en el suelo, en cualquier lado, menos en los templos, se podía leer las palabras que su amigo Nevio había pronunciado en la última cena en casa de Ennio, donde, pese a la negativa del joven poeta a unirse a ellos en una lucha de palabras contra aquella guerra interminable, seguían reuniéndose con frecuencia. En las cenas se empezaba hablando de literatura y se terminaba siempre discutiendo sobre política y sobre la guerra. Nevio, en medio de una de sus tremendas borracheras, se había levantado y pronunció aquel brindis en el que todos rieron, incluso Livio Andrónico, al apreciar el doble sentido de aquel verso saturnio: «Fato Metelli Romae fiunt cónsules.» Y es que si bien aquella frase podría traducirse como «los Metelos son nombrados cónsules en Roma por la ley del destino», a nadie escaparía que ese mismo verso podía significar «es fatal para Roma que los Metelos sean nombrados cónsules». Por la noche todos rieron la gracia con profusión y se bebió abundantemente alabando la ocurrencia de Nevio. Nevio. Plauto sacudía la cabeza nervioso. Estaba llegando al foro. Nevio seguía criticando en público a los patricios que conducían aquella guerra según sus intereses particulares. Había criticado a los Emilio-Paulos y a los Escipiones, al mismísimo Fabio Máximo y ahora la emprendía con la familia de los Metelos por su enriquecimiento durante el tiempo de guerra. Podía tener razón. La tenía, sin duda, pero estaba solo. Ahora alguno de los jóvenes escritores asistentes a la cena, seguramente aún borracho, habría pensado que sería una travesura graciosa pasarse pintando toda la noche, embadurnando las calles de Roma con las palabras de Nevio, rehuyendo furtivamente a las patrullas nocturnas de los triunviros. Nevio no había podido hacer tantas pintadas en una sola noche. De hecho, era imposible que Nevio hubiera podido hacer ni una sola de aquellas pintadas, pues Plauto vio cómo se quedó en casa de Ennio completamente vencido por el poder de Baco. Y lo peor de todo es que, en su creciente inconsciencia y osadía, Nevio no se percataría de lo peligroso de todas aquellas pintadas.
Plauto llegó al foro. Para su mayor desesperanza, no había lugar entre el templo de Vesta y la tumba de Rómulo que no estuviera salpicado con la maldita pintada. «Fato Metelli Romae fiunt cónsules.» Muchos iban a sonreír aquella mañana con aquellas palabras. Pero los Metelos no. Ellos no.