16
El regreso de Lelio

Tarraco, enero del 208 a.C.

Publio se levantó de su diván y le recibió con los brazos abiertos. Lelio suspiraba de alivio al sentir el abrazo de su general, de su amigo, del joven patricio a cuyo padre había prometido defender y proteger por siempre. Sabía que le había fallado al no conseguir las dos legiones extra que Publio le había solicitado, pero aquel afectuoso abrazo diluía sus dudas y le sosegaba el alma. ¿O es que acaso Publio aún no sabía lo ocurrido? No, eso no tenía sentido porque el propio Lucio le dijo que escribiría a Publio para que tuviera conocimiento de lo acontecido tras aquella pérfida sesión en el Senado. ¿Qué más sabría o no sabría Publio de todo su periplo en Roma? ¿Cuánto debía contarle?

—Pero pasa, Lelio, pasa a nuestra casa y descansa. Pareces aturdido. —La voz de Publio sonaba sincera y pacífica, con una honesta intención de animarle—. Pero dime, ¿cómo está Roma?, ¿de qué se habla? Del Senado ya me ha contado mi hermano por carta pero quiero oírlo de ti. ¿Qué ocurrió exactamente?

Emilia vino al rescate.

—Si no le dejas ni tiempo para respirar, ¿cómo esperas que te responda, Publio?

—Tienes razón, Emilia, como siempre, tienes razón. Ven, Lelio, pasa y siéntate junto a nosotros. —Dirigiéndose a un esclavo que se hallaba en pie en el atrio, junto a los triclinia— y traed vino, vino solo, y mulsum, y por todos los dioses, rápido. Tenemos en casa a un amigo, el mejor de los amigos, que seguro estará sediento después del largo viaje.

Lelio, conducido por un afable Publio, tomó asiento en el triclinium sumus que quedaba a la derecha del anfitrión de la casa y que era el lecho reservado para comer sólo para los invitados de mayor rango. La conversación empezó y Lelio fue dando respuesta a la larga batería de preguntas lanzada por Publio. Narró su fracasada intervención en el Senado, cómo por un momento pensó que se iba a conseguir el objetivo de obtener los esperados y tan necesarios refuerzos para Hispania hasta que intervino Quinto Fabio Máximo haciendo valer su categoría de princeps senatus y su gran oratoria para persuadir a todos de que el verdadero enemigo era Aníbal y que no se podían enviar más tropas fuera de Italia. Publio escuchó con atención asintiendo con regularidad para mostrar su interés y su aceptación de los hechos descritos. Luego Lelio, en un intento por cambiar de tema, introdujo el asunto de Amphitruo, la última representación de Plauto, realizando una muy pobre recreación de los eventos que narraba la obra del popular escritor.

—Había un esclavo, y éste era engañado por los dioses, por Mercurio y también por Júpiter para que así Júpiter pudiera yacer con la mujer del amo del esclavo, o algo así, pero lo curioso es que aunque aparecían los dioses aquello no era una tragedia sino más bien una comedia, o eso me pareció a mí.

—¿Una comedia con los dioses presentes en escena? —le interrumpió Publio incrédulo—, veo que te confundes en el teatro aún más de lo que yo esperaba.

Lelio se defendió con audacia.

—Sabía que si no traía pruebas no se me creería, así que me procuré una irrefutable. Toma y juzga por ti mismo, Publio.

Sacó entonces Lelio de entre los pliegues de su toga los rollos de la copia que el propio Plauto le había entregado. Publio tomó los rollos entre sus manos con admiración.

—¿Un original, escrito por el propio autor? En este caso te has superado, has superado todo lo esperable —comentó Publio mientras desplegaba uno de los rollos con auténtica ansia en la mirada.

Pasó un minuto de silencio en el que tanto Lelio como Emilia respetaron el deleite de Publio sin decir nada. Lelio se decidió a añadir unas palabras.

—Me hice tanto lío con el argumento que tras la representación hablé con Plauto y le pedí una copia de la obra. Al principio se extrañó, pero al decir que era para ti se mostró entre sorprendido y halagado, creo. Bueno, lo esencial es que me dio esa copia.

Publio asentía mientras no dejaba de examinar el primero de los rollos. Lelio, por su parte, omitió la milagrosa contribución de Netikerty para preservar esos rollos intactos de las llamas o del agua en su huida nocturna entre los callejones del Macellum. Al fin, el propio Publio dejó los rollos sobre la mesa, cuidadosamente plegados, luego dudó, los volvió a tomar e hizo una indicación con la mano a uno de los esclavos presentes durante la cena. El aludido se acercó con rapidez a su amo.

—Llevad estos rollos al tablinium y dejadlos allí, sobre mi mesa, y hacedlo con mucho cuidado de no dañar estos hermosos y muy preciados rollos. —Y mirando a Lelio y su esposa alternativamente añadió—: No es ahora momento para que me solace en la lectura atenta de esta obra y que así compruebe si lo que Lelio nos cuenta, Emilia, es cierto o no, aunque admito que aquí salen dioses y que en el prólogo de la obra detecto un tono sarcástico impropio de una tragedia... pero dejemos esto y sepamos más cosas de tu estancia en Roma, querido Lelio. Me han dicho que no regresaste solo. No trajiste contigo un ejército pero tampoco viniste igual de solo que cuando marchaste a Roma.

Lelio frunció el ceño. No sabía bien a qué quería hacer referencia Publio con aquellas palabras. Pensó en Netikerty, pero le sorprendió que la adquisición de una esclava pudiera levantar tanto revuelo, si bien, admitía para sus adentros, era consciente de que la belleza y sensualidad de su recién adquirida esclava egipcia no había pasado desapercibida entre la tripulación de la quinquerreme en la que regresaron de Roma. Incluso él mismo le prohibió que saliera a cubierta, salvo por la noche para refrescarse un poco, y así no ser vista por todos constantemente. ¿Era posible que la fama de la belleza de aquella esclava hubiera llegado ya a oídos de Publio?

Ante el silencio de Lelio, Publio continuó hablando.

—Me han dicho, nos han dicho —mirando a su esposa—, que has regresado acompañado de una muy hermosa esclava.

Lelio tragó vino de su copa. Era posible. No quería ocultar nada sobre Netikerty pero explicarlo todo parecía algo embarazoso. Quizá pudiera salir del tema sin tener que precisar el lugar donde la había comprado.

—A Lucio, mi hermano —prosiguió Publio—, le encantaría saber dónde la compraste. Creo que quiere una igual para él.

Lelio se atragantó. Tosió y terminó escupiendo grumos de vino y babas en el suelo. Lelio pidió un poco de agua. No porque la necesitara sino por ganar tiempo. Sin embargo, mientras le traían el líquido, aquello no hizo sino despertar aún más el interés de Publio, pues Lelio nunca pedía agua. No obstante, el general decidió guardar silencio y dar tiempo a que su gran amigo se rehiciera o pensara o decidiera callar sobre el tema. Sabía que Lelio ya había estado muy preocupado con aquel encuentro por el penoso asunto de las legiones que no consiguió del Senado como para agobiarle más con algo que, aunque no lo pensó en un inicio, parecía ser un tema sensible para el más fiel de sus oficiales.

—Es sólo una esclava egipcia. Muy bella, sí, eso es cierto, pero tan sólo una esclava.

Publio sabía que esa explicación merecía una pregunta como «¿y por eso te atragantas?», pero mantuvo su línea de discreción. En el espeso silencio que siguió, Lelio, que se debatía entre sincerarse o callar por completo, decidió que con Publio sólo la honestidad mantenía la fortaleza de su alianza, por ello, tomó de nuevo la palabra y narró con concisión pero con detalle suficiente su salida del Senado, el modo en el que el joven Catón le abordó, la entrevista con Quinto Fabio Máximo en su gigantesca villa, incluyendo la oferta de apoyo político por abandonar a Publio, su propia negativa a dejarse comprar, el episodio de la compra de Netikerty y el ataque nocturno en las calles angostas próximas al foro y el incendio de la ciudad. Lelio narró los acontecimientos como un torrente. Publio y Emilia entendieron con rapidez que su amigo se estaba desahogando y que el desconocimiento por Publio de aquella entrevista le pesaba en el ánimo y que sólo ahora, al verter toda la verdad como una jarra que se vuelca de golpe quedaba su espíritu apaciguado en su interior.

—Y ésa es la historia de dónde y cómo conseguí comprar a esa esclava. Ésa fue mi visita a Roma. Eso es todo.

Publio y Emilia le miraban atónitos. Fue el general el que intervino para dar expresión a sus sentimientos.

—Fabio te intenta comprar, te lo ha ofrecido todo, incluso el consulado, y tú te has negado.

Lelio asintió sin decir más.

Publio le miraba con admiración. Así permanecieron unos segundos hasta que Publio rompió a reír.

—Y no sólo eso —empezó entre carcajadas—, sino que en medio de ese debate por comprar tu voluntad tú le espetas una puja por una de sus esclavas. Fabio Máximo, estoy seguro, no daría crédito a tu propuesta.

Lelio empezó a sonreír.

—Al principio no, pero luego sí; se ve que el dinero le sigue interesando al viejo senador.

—Nunca hay que despreciar el poder del dinero, así es —confirmó Publio, y se echó a reír—. El viejo Fabio te ofrece un consulado y tu pujas por una de sus esclavas. Luego, envía a un montón de asesinos para acabar contigo y tú incendias Roma entera para escapar. Por Júpiter y todos los dioses, Lelio, eres insuperable, insuperable. Levanto mi copa en tu honor y propongo un brindis: estás aquí conmigo, con nosotros y eso es lo único que importa. Cayo Lelio, me eres leal. Lealtad es lo que ofreces cada día y si de todo esto, después de los trabajos que te he encomendado, has conseguido una bella esclava, te la has ganado; que la disfrutes con salud, mi buen amigo. Aún me acuerdo cuando brindamos por nuestra amistad aquella noche junto al río Trebia, ¿lo recuerdas, Lelio?

—Nunca lo olvidaré. Creo que me ata a ti aquel brindis tanto como el juramento a tu padre.

Publio asintió orgulloso.

—Sea pues, bebamos de nuevo juntos por la amistad, Lelio. Creo que cualquier otro que hubiera enviado a Roma, no habría regresado: o bien se habría aliado con Fabio Máximo o bien estaría muerto. —Y alzó su copa recién repleta de vino, esta vez sin miel. Emilia y Lelio le imitaron y los tres bebieron con placer saboreando en sus paladares el deleite de la amistad sincera.


La conversación, conducida ahora por algunas preguntas de Emilia sobre el día a día en la Roma que añoraba, transcurrió relajada mientras Publio se perdía en pensamientos más oscuros. Tenía a su gran amigo junto a él, habiendo superado la tentación del éxito político y el lujo propuestos por Fabio. Era algo de lo que sentirse satisfecho, pero de nuevo la dura realidad de la carencia de tropas suficientes para enfrentarse o, incluso, para defenderse de los cartagineses, le golpeó en toda su crudeza. ¿Cómo es que Fabio Máximo y el Senado no veían la necesidad de detener a los cartagineses allí mismo, en Hispania? ¿Qué pretendía Máximo? De súbito una sensación deslumbradora y trágica a la vez invadió su alma: Máximo estaba dispuesto a arriesgar Roma, a permitir incluso que los cartagineses se apoderasen de Hispania y que avanzaran por la Galia, como había hecho ya Aníbal, si con eso conseguía eliminar a sus enemigos políticos: a él mismo, Publio Cornelio Escipión, y a cuantos le apoyaban. La certidumbre tornó en amargo el sabor del vino, pero Publio mantuvo una sonrisa suave mientras Lelio intentaba, de modo torpe, describir la forma en la que las mujeres vestían y se peinaban en Roma.

—Quizá deba hablar con tu esclava —comentó Emilia divertida ante las inconexas explicaciones de Lelio—; seguramente ella sabrá ser más precisa en todo lo tocante a la ropa y peinados femeninos. ¿Tiene un nombre esa muchacha?

—Netikerty —respondió Lelio con las mejillas ligeramente enrojecidas, quizá por el alcohol, quizá por sentirse azorado ante su incapacidad en aquel tema en el que se le preguntaba.

Publio enarcó una ceja al escuchar aquel nombre y pensar en su significado. Netikerty. Pero no dijo nada. Qué curioso que cosas aprendidas de niño, bajo la tutela de los preceptores griegos contratados por su padre, de pronto, se tornaran interesantes. Siempre entendió la utilidad de hablar griego, pero nunca le vio el sentido a estudiar egipcio y otras lenguas bárbaras. Emilia se dirigió a él entre risas.

—Por Castor y Pólux, Publio, has de pedir a Lelio que la próxima vez que venga se haga acompañar de esa esclava. Tengo que hablar con ella. Necesito noticias frescas de Roma sobre temas en los que claramente tu mejor oficial es bastante poco experto.

Publio asintió sonriendo. Lelio cabeceó también en sentido afirmativo. Todos se sentían bien por estar juntos, aunque a cada uno le palpitaba el corazón con una intensidad especial por motivos diferentes. Publio, olvidado ya el destello sobre el significado de aquel nombre egipcio, seguía en esencia preocupado por la carencia de las dos legiones que tanto necesitaba; Lelio no sabía si había hecho bien en hablar tanto de Netikerty y dudaba de cómo sería tratada por Emilia y por Publio; Emilia, por su parte, estaba llena de curiosidad por conocer a aquella esclava que había cautivado el corazón del más fiel oficial de su marido. Porque algo era evidente en aquella cena, aunque aquellos dos hombres que la acompañaban fueran ciegos: Cayo Lelio se había enamorado.

Las legiones malditas
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
libro1.xhtml
001.xhtml
002.xhtml
003.xhtml
004.xhtml
005.xhtml
006.xhtml
007.xhtml
008.xhtml
009.xhtml
010.xhtml
011.xhtml
012.xhtml
013.xhtml
014.xhtml
015.xhtml
libro2.xhtml
016.xhtml
017.xhtml
018.xhtml
019.xhtml
020.xhtml
021.xhtml
022.xhtml
023.xhtml
libro3.xhtml
024.xhtml
025.xhtml
026.xhtml
027.xhtml
028.xhtml
029.xhtml
030.xhtml
libro4.xhtml
031.xhtml
032.xhtml
033.xhtml
034.xhtml
035.xhtml
036.xhtml
037.xhtml
038.xhtml
039.xhtml
040.xhtml
041.xhtml
042.xhtml
libro5.xhtml
043.xhtml
044.xhtml
045.xhtml
046.xhtml
047.xhtml
048.xhtml
049.xhtml
050.xhtml
051.xhtml
052.xhtml
053.xhtml
054.xhtml
055.xhtml
056.xhtml
057.xhtml
058.xhtml
059.xhtml
060.xhtml
061.xhtml
062.xhtml
063.xhtml
064.xhtml
065.xhtml
066.xhtml
067.xhtml
libro6.xhtml
068.xhtml
069.xhtml
070.xhtml
071.xhtml
072.xhtml
073.xhtml
074.xhtml
075.xhtml
libro7.xhtml
076.xhtml
077.xhtml
078.xhtml
079.xhtml
080.xhtml
081.xhtml
libro8.xhtml
082.xhtml
083.xhtml
084.xhtml
085.xhtml
086.xhtml
087.xhtml
088.xhtml
089.xhtml
090.xhtml
091.xhtml
092.xhtml
093.xhtml
094.xhtml
095.xhtml
096.xhtml
097.xhtml
098.xhtml
099.xhtml
100.xhtml
101.xhtml
apendices.xhtml
1_glosario.xhtml
II_arbol_escipion.xhtml
III_mando_cartagines.xhtml
IV_consules_roma.xhtml
V_mapas.xhtml
batalla_baecula.xhtml
batalla_ilipa.xhtml
campanas_africa.xhtml
batalla_zama_inicial.xhtml
batalla_zama_carga_elefantes.xhtml
batalla_zama_enfrentamiento_infanterias.xhtml
batalla_zama_fase_final.xhtml
VI_bibliografia.xhtml
agradecimientos.xhtml
proaemium.xhtml
dramatis_personae.xhtml