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El encarcelamiento de Nevio

Roma, diciembre del 207 a.C.

—¡Imbéciles! ¡Hoy me detenéis a mí y mañana seréis más carnaza para esta guerra! —Nevio luchaba por zafarse de los fuertes brazos de los dos triunviros que lo arrastraban hacia la puerta. Estaban en casa de Casca, el patricio que financiaba las obras de Plauto, quien se lanzó contra los legionarios para socorrer a su amigo, pero el propio Casca, ayudado por dos de sus esclavos, se interpuso entre el comediógrafo y los legionarios. Nevio seguía gritando. A Plauto, aunque la irrupción de los triunviros le había sobresaltado, no le sorprendía que Nevio fuera finalmente prendido. Desde que Roma apareciera cubierta de pintadas con los ingeniosos versos de Nevio contra los Metelos, éstos no habían cesado en solicitar la detención del escritor. En un principio, todo pareció que iba a quedar en anécdota, pues a las pintadas de Nevio, parecía que los Metelos sólo responderían con más pintura: «dabunt malum Metelli Naevio poetae», que dependiendo de cómo se interpretara malum, como manzana, símbolo de regalo, o como mal, daba lugar a lecturas muy distintas: «los Metelos darán un regalo al poeta Nevio» o, lo que sin duda querían decir, «los Metelos darán su merecido al poeta Nevio». Hasta el propio aludido concedió a sus colegas escritores que los Metelos habían estado elegantes en la respuesta, pero Plauto no compartía la ligereza con la que Nevio y el resto de los amigos interpretaba aquellas palabras. La irrupción de los triunviros en casa de Casca, cogiendo con violencia a Nevio y llevándoselo preso con dirección, muy probablemente, a las horribles cárceles de Roma, era una contestación mucho más acorde con lo que Plauto había estado temiendo en las últimas semanas.

—¿Sabías tú algo de esto? —preguntó Plauto a Casca con una mirada furiosa, asido aún por los esclavos del patricio.

—No, te lo juro por los dioses.

Nevio desapareció por la puerta. Plauto se deshizo entonces del abrazo de los esclavos de Casca y salió al umbral. Nevio había cedido y caminaba rodeado de media docena de triunviros. Se volvió y al ver a su amigo en el dintel de la puerta le lanzó una petición.

—¡Llévame al menos algo para escribir! ¡Y comida!

Giraron la calle para perderse por el camino sagrado que transcurría junto al templo de Júpiter Státor. Plauto comprendió que tendría que terminar pronto una nueva obra para con el dinero de la misma obtener los recursos necesarios para sobornar a los guardias de la cárcel y poder visitar a su amigo. Se sintió impotente, iracundo, traicionado. Los dioses volvían a cebarse en cualquier hombre que se dijera amigo suyo.

Las legiones malditas
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