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Una carta de Lucio

Tarraco, diciembre del 209 a.C.

Estimado Publio,

Querido hermano, ésta es la tercera carta que envío. Otros dos mensajeros partieron semanas atrás, pero tu última misiva me ha hecho ver que no llegaron, las rutas son peligrosas, los galos están en rebeldía en el norte y los piratas campan a sus anchas por el mar. Sólo temen a nuestros barcos de guerra y éstos deben concentrarse en combatir a la flota cartaginesa. Espero que este mensaje sí que llegue a tus manos. Tampoco he querido recurrir a los mensajeros oficiales para evitar que mis comentarios caigan en manos que los trasladen a nuestro querido enemigo Fabio Máximo.

Lamento tener malas noticias que comunicarte: Lelio no ha conseguido persuadir al Senado para que enviaran refuerzos a Hispania. Tendrás que seguir la lucha sólo con las dos legiones de que dispones. Lelio fue persistente. Es cierto que no es un gran orador, pero realmente la conquista de Cartago Nova, el botín y los prisioneros deberían haber sido causa suficiente para que el Senado cediera pero, como siempre, Máximo insistió en que se necesitan todos los recursos en Italia para mantener a Aníbal alejado de Roma. Como te imaginarás, el miedo hizo el resto. La verdad es que no creo que un orador mejor hubiera podido hacer cambiar de opinión al Senado dirigido por Fabio Máximo, que ya parece ser princeps senatus vitalicio. Sé que Lelio, junto con mi ayuda y la de nuestros amigos, está intentando cargar las trirremes con las que vino con provisiones y armamento para no regresar a Tarraco con las manos vacías. Ayer estuvo en casa para cenar y estaba claro que teme tu reacción. Como te he dicho antes, no creo que se le pueda culpar de la debilidad y el temor de los senadores. Nuestra madre es de la misma opinión y ruega a los dioses para que te protejan en todo momento. Lo hacemos todos. Y no hace falta que te diga lo orgullosos que nos sentimos de ser tu hermano y tu madre. En el foro, para desazón de Máximo, se sigue hablando aún de la toma de Cartago Nova en tan sólo seis días. De ese modo apenas si se alaba la reconquista de Tarento por Fabio y los suyos. Por mi parte, puedo asegurarte que no hay día que vaya al foro en el que no me saluden varios patricios y plebeyos de renombre y me insistan en que te haga llegar su agradecimiento por tu victoria en Hispania.

Ahora recuerdo que también vi a Lelio en el teatro. Supongo que por influencia tuya. Incluso le vi conversando con el propio Plauto tras la representación. Por cierto, Lelio iba acompañado por una muy hermosa esclava egipcia. No me extrañaría que se la llevara consigo a Hispania. Yo lo haría. No sé dónde la ha comprado, pero si lo averiguas házmelo saber.

Que los dioses te guarden con salud y te preserven de la ira del enemigo.

Tu hermano,

Lucio Cornelio Escipión

—¿Y bien? —preguntó Emilia con vivo interés—, ¿qué cuenta Lucio?

Publio dejó la tablilla en la mesa y suspiró. Estaban sentados en el amplio jardín de su domus en Tarraco. Emilia llevaba una túnica teñida de verde y ceñida a su cuerpo. Publio la miró con intensidad. Era increíble lo rápidamente que su mujer recuperaba su aspecto lozano después de un parto. Ya le sorprendió cuando nació su hija mayor, Cornelia, y de nuevo le resultaba admirable aquella pronta recuperación tras el nacimiento del pequeño Publio.

—Dice que Lelio no ha conseguido convencer al Senado para que nos envíen refuerzos. Piensa que no es culpa suya. No sé... quizá no debí mandarle a él. A lo mejor Marcio o incluso Mario habrían sido más convincentes, aunque Lucio opina que da igual a quién hubiera enviado. Lo cierto es que creí que los hechos expuestos con la concisión propia de un militar como Lelio serían más que suficientes para conseguir esos refuerzos, pero se ve que Fabio Máximo hizo prevalecer su opinión: todas las legiones deben permanecer en Italia para salvaguardar Roma. Supongo que debemos estar agradecidos de que no nos quiten las legiones que tenemos. No ven que la guerra se ganará si conseguimos sacar el conflicto de Italia, no ven que así luchamos la guerra que Aníbal quiere que luchemos. No lo ven. No lo ven —concluyó Publio, y pegó un puñetazo en la mesa. La tablilla y una copa que había sobre la misma cayeron. La tablilla se partió y la copa se hizo añicos esparciendo su contenido de vino y miel por el suelo.

Emilia le miró con cierta preocupación. Publio no era hombre que se dejara llevar por sus pasiones y menos que dejara salir muestras incontenidas de dolor o frustración. Fue la primera vez en que Emilia se percató con nitidez de que la guerra estaba cambiando a su marido y, con la clarividencia que da el amor, comprendió que aquella transformación no había hecho sino comenzar. Era lenta y sutil, pero estaba teniendo lugar. Poco a poco el objetivo de poner fin a aquella guerra ejecutando el plan de su padre y su tío parecía ir convirtiéndose en una obsesión y cualquier obstáculo que dificultara dicha meta turbaba a su marido sobremanera, de una forma desbocada.

Publio miraba el suelo empapado en mulsum. Un esclavo recogía con una pala pequeña y una escoba los restos del recipiente mientras otro ponía los dos pedazos de la tablilla sobre la mesa.

Publio guardó silencio y su mujer también. Emilia creyó haber visto una pincelada de deseo en los ojos de su marido hacía apenas unos segundos, pero si así había sido, ahora ya no estaba aquel anhelo. No, la mirada de Publio se perdía en el vacío. Emilia sabía que estaba calculando, pensando, buscando la forma de derrotar a los cartagineses que le triplicaban en número con las escasas tropas de las que disponía. Emilia prefería la otra mirada, pero sabía que, al menos esa noche, los otros pensamientos tendrían prioridad. La cuestión era hasta cuándo. Pero la voz de su marido la sorprendió al desvelar que su mente no estaba exactamente concentrada en cómo derrotar a los cartagineses sino en cómo sobreponerse a algo peor: los enemigos internos.

—A veces me pregunto —dijo Publio ensimismado, mirando al suelo—, ¿hasta dónde estarán dispuestos a llegar Fabio Máximo y sus seguidores para terminar con todos nosotros?

Las legiones malditas
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