Niccolò Paganini

 

Se dirán muchas cosas de ti, querido Nicco, de nosotros: verdades y mentiras, desde las más amables y enaltecedoras hasta las más absurdas y descabelladas, pero todas nos favorecerán a fin de cuentas. Dirán que eres un genio, pero que ese genio tiene un origen maligno, que te fue dado por el diablo después de haberte escogido entre millones de niños. Dirán que yo, por ejemplo, en medio de una terrible pesadilla, te ofrecí al demonio a cambio de tu genio. Dirán que fue una noche tormentosa de octubre de 1782. Tenías pocos días de nacido, yo te daba el pecho y tú tomabas de él en oleadas lentas y rápidas, con ligeros cambios de ritmo al respirar, o al final, cuando ya saciabas tu hambre. Luego, el susurro de las gotas de lluvia contra la ventana, el rechinar de mi mecedora, el agradable calor de tu boca contra mi pecho hicieron que me durmiera. Satanás apareció entonces. Iba impecablemente vestido. Todo de negro. Un largo chaquetón lo cubría hasta por debajo de las rodillas y el cuello de la prenda levantado sobre los hombros escondía parte de su cabello, tan negro como la noche tras los vidrios de la ventana. Su nariz era larga y con un prominente lomo en el tabique que le daba un perfil tenebroso. No lo reconocí tanto por su apariencia como por su mirada: cínica, irónica, malévola, imposible de esconder tras la inocente sonrisa que pretendía esgrimir. Me habló con palabras suaves, educadas, con una cadencia envolvente, halagadora. Se arrodilló frente a mí y mientras con controlados movimientos intentaba sacarte de mis brazos me decía que no tenía nada que temer, que haría de ti un genio de la música, que formaría tus dedos más largos y flexibles que los de cualquier ser humano, para que por centurias nadie pudiera tocar el violín como tú, que tu música sería de tal trascendencia que te verías obligado a crear tus propias composiciones para demostrar tu genio, para que el mundo viera cuán lejos podías llegar en la interpretación del violín. Yo me dejé obnubilar por todo aquel sueño de grandeza y genialidad para ti. Tanto que estuve a punto de entregarte… Luego te apreté con todas mis fuerzas y me negué rotundamente a dejarte ir, a caer en el embrujo de ese extraño venido de las tinieblas. Cuando se dio cuenta de que no estaba dispuesta a aceptar sus demandas se puso muy violento, su inocente sonrisa se convirtió en una mueca terrible y cuando ya, por la fuerza, se disponía a llevarte, desperté de tan horrible pesadilla, llorando y fuera de mí…

Historias como esta divertirán a los curiosos y justificarán a los malos violinistas. No te extrañe sin embargo que sumen variantes a estas leyendas diabólicas, que digan que no fui yo si no tú el que tuvo un mal sueño y en él perdiste tu alma, que cuando tenías tres o cuatro años, una vez, estando en casa, al darte las buenas noches y cerrar la puerta de tu cuarto, un mal aire se coló por la ventana, el diablo mismo entró por tu nariz y se paseó por todo tu pequeño cuerpo dejando al salir la imborrable marca de su presencia: tu talento y una jugosa cuenta por cobrar al final de tu vida: la vida eterna a cambio de una habilidad monstruosa para tocar el violín, la guitarra, la viola. Así será. Tú, entre millones de niños. Tampoco faltará quien diga que mataste a un hombre en una de tus borracheras y que luego, ya en prisión, vendiste tu alma al diablo a cambio de tu libertad y de tu talento para una vez libre obtener fama y dinero. Otros dirán que dicho rival no era un hombre sino una hermosa mujer de la que te habías enamorado y que luego, arrepentido de tu crimen, negociaste tu alma con el fin de adquirir las facultades para componer e interpretar para ella las más hermosas melodías jamás concebidas. Renunciaste entonces a tres cuerdas de tu violín y con apenas una lograste tu objetivo: un sonido nunca escuchado por ser humano alguno. Es cierto que tendrás los dedos largos y muy flexibles, que con el pulgar podrás tocarte el dorso de la misma mano y que eso te conferirá una versatilidad única para tocar el violín y la guitarra (y utilizarán esta habilidad o condición para alimentar la leyenda de la pesadilla), pero no será cierto que sufrirás del síndrome de Marfan (aún no descubierto), ese raro trastorno que afecta el tejido conectivo y que hace que algunos miembros del cuerpo crezcan desproporcionadamente. Si alguna afección se te podrá atribuir será la de Ehlers-Danlos (que la descubrirá Edvard Ehlers dentro de ciento diecinueve años), la que te provocará esa laxitud y movilidad en tus dedos que todos envidiarán… Así que sobrarán los estudios y las teorías para explicar tu habilidad con las manos, pero ninguna podrá explicar tu genio, tu talento, de ahí que el diablo con sus poderes sobrenaturales pasará a ser la lógica explicación de todo tu virtuosismo… Tendrás seis años cuando ya se te tilde de niño prodigio. Tu padre, temeroso de los rumores, querrá desmentir aquello y te llevará con el maestro Alesandro Rolla, para que con toda su experiencia y conocimientos musicales declare que no hay nada raro en ti, que aún te falta mucho por aprender. Pero el maestro, luego de escuchar uno de tus conciertos, se levantará de la silla, se acercará a tu padre y mirándolo fijamente a los ojos le dirá: “Lo siento, pero no tengo nada que enseñarle a este niño”.

Ah, tendrás una vida fabulosa, llena de excesos pero plena e intensa. Te gustará el juego y el licor, las mujeres se rendirán a tus pies y los hombres querrán estar en tu lugar. Tus Caprichos para violín harán delirar al mundo, tus conciertos, tus sonatas; tocarás en La Scala y en los más prestigiosos teatros y salones de Europa, y ganarás dinero, mucho dinero. Seguirán las habladurías de tu pacto con el diablo y tú, querido hijo, comenzarás a creerlo y a hacer apología de los rumores. Entonces harás del negro tu color favorito, asistirás a tus presentaciones vestido de negro, el pelo negro y abundante flotando al aire, tus ojos negros mimetizados con el fondo del escenario, tus cejas arqueadas y espesas en punta de flecha hacia las tinieblas, tu carruaje será negro y será tirado por ocho caballos negros, briosos, y conducido también por un cochero que se confundirá con la noche;  aparecerás de la nada en los teatros, la llama de las bujías avivará las sombras sobre tu rostro, y desaparecerás de la misma manera: como una ráfaga de viento que se pierde al filo de la puerta… Hasta llegarás a firmar tus obras con el número trece y te reirás mefistofélicamente de tus travesuras. En verdad la gente creerá que eres el diablo mismo y en su morbosidad querrá verte, escucharte, comprobar si el genio se contagia al contacto de tu mano, si ese hombre que toca el violín de esa manera, que explota con tal magia recursos como los arpegios, los glissandi y las triples cuerdas puede también poseerlos a ellos y convertirlos asimismo en virtuosos... No ocurrirá así con los prelados de la Iglesia. Ellos te verán con temor e indignación, tanto, que al momento de tu muerte el obispo de Niza no querrá darte sepultura eclesiástica. Claro, no habías querido recibir la extremaunción y eso exacerbó los ánimos de los sacerdotes. Pensabas que aquello no te haría falta, que aquel dolor en la garganta sería algo pasajero y que la muerte misma debía someterse a tus designios…     

Ya dormido aparté su boquita de mi pecho. Le besé la frente y lo acosté en su cuna. Será un magnífico heredero, pensé.

La trilogía de los malditos
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