Franz Schubert

 

Si su madre murió de cincuenta y seis años y su padre aún vivía, pensó Schubert, a los treinta y uno todavía le quedaban muchos años por delante. Así que no había apuro, su obra ya era extensa —quince óperas, seis misas, numerosas obras religiosas, vocales, cerca de seiscientos lieder, nueve sinfonías, dieciséis cuartetos, un quinteto con piano, un quinteto de cuerda, tres tríos con piano, un trío para cuerda, cuatro sonatas para violín y piano, numerosas danzas, veintitrés sonatas para piano, obras corales y de música escénica…—, suficientes como para tomarse un descanso, dejar de componer por una temporada y dedicarse a cuidar su salud, quebrantada en los últimos años. Nada serio: algunos dolores de cabeza, garganta y articulaciones, y un poco de fiebre que iba y venía a placer, sin un claro motivo que la provocara. Tal vez una gripe. Nada como para evitar salir a la taberna y disfrutar con sus amigos de otra tarde de animada fiesta.

Se dice de Schubert que tenía doble personalidad porque en las mañanas, cuando comenzaba a componer, era un hombre sumamente serio, concentrado en su trabajo, que apenas saludaba si alguien se acercaba. Sin embargo en las tardes se transformaba en un tipo alegre, fiestero, que solía divertir a sus amigos con lo que pronto llamaron “schubertiadas”, cantos y bailes, algunos de su propia inspiración, que todos compartían hasta altas horas de la noche… Es exagerado decir que tenía doble personalidad; más aceptable sería pensar que era un hombre disciplinado, que no podía divertirse sin antes haber hecho “la tarea”, sin antes experimentar esa agradable sensación que queda después de haber cumplido con la cuota diaria de trabajo que algunas personas voluntariosas se imponen. Y es que Schubert estaba acostumbrado a lograr lo que se proponía sin mucho esfuerzo. Desde muy niño aprendió a tocar el violín y gracias a su padre, violonchelista aficionado, estudió piano, órgano, canto y armonía. Uno de sus biógrafos anota: “Escribía sin piano, de un solo tirón y generalmente sin tachaduras, tan rápido como le permitía la pluma. Fue, junto con Mozart, el genio musical más puro de la historia”.        

Pero esta tarde de principios de noviembre de 1828 Schubert no tiene ánimos de salir. La fiebre no baja y el dolor de garganta y en las articulaciones es cada vez mayor. Una mala gripe, se repite una y otra vez, nada que no se cure con un poco de reposo; mañana estaré mejor… Hacía frío en Viena y las gotas de agua ya eran de hielo al borde de techos y ventanas. La palabra muerte pasó de pronto por su mente. No puede ser, se dijo: mamá a los cincuenta y seis, papá aún sano, no puede ser que yo… Se dio vueltas en la cama y se echó la cobija encima y, como el frío, los recuerdos se colaron entre las mantas. Se pregunta cómo hubiese sido su niñez de no haber muerto nueve de sus hermanos. Tal vez nada hubiese cambiado, se dice en una melancólica conclusión. Pero le hubiera gustado conocerlos, jugar con ellos, tocar para ellos. Pero así eran las cosas en aquellos años: la mortandad de niños era muy alta y los matrimonios procuraban tener muchos hijos para que sobrevivieran algunos… En el caso de los Schubert apenas sobrevivieron cinco. Afortunadamente Franz contaba con Ferdinand, su hermano mayor y también músico, a quien en gran parte correspondió llenar el vacío que de una u otra forma los demás habían dejado. No provenía de una familia acaudalada. Su madre, antes de casarse, había trabajado como doméstica y su padre había sido un respetado maestro de escuela. Llegó a tener una pequeña escuela en Viena y pensaba que Franz, tal vez, podía ser su ayudante y luego encargarse de ella, pero el joven Schubert desde muy pequeño ya sabía lo que le apasionaba y lo demostró cuando estudió con el organista Holzer y este quedó impresionado con el niño que de antemano parecía saber todo acerca de música. Su bella voz además le valió ser aceptado como parte del coro de la capilla de la corte y le abrió las puertas para recibir una educación gratuita en el seminario imperial.  

Schubert no podía dormir, el cuerpo le picaba y moverse era un suplicio. Uno de sus mejores amigos, el poeta Schober (de quien se dice era poco serio, pero al mismo tiempo le había dado sobradas muestras de verdadero afecto), extrañado porque Franz había faltado a su cita de las tardes (y sin Schubert no habrían “schubertiadas”, no se divertirían con todas las de la ley) lo visita y lo encuentra en cama y encendido en fiebre. De inmediato llama al médico. El doctor escucha las quejas del enfermo, le toma la temperatura y le pide que se descubra. Unas manchas rojas y ovaladas se marcan en su pecho y espalda. No le gusta lo que ve. Se aparta como si una serpiente estuviese a punto de atacarlo y, desde la puerta, le receta mercurio. Schober se aparta también, entiende que se trata de sífilis y exclama: “una noche con Venus y una vida con mercurio”. Luego ríe estrepitosamente y calla de golpe cuando observa la cara de horror de su amigo, consciente de que sus días estaban contados. Schubert le pide que lo deje solo. Schober trata de disculparse, de decirle que… pero Franz se acuesta y se voltea nuevamente, dirige su mirada hacia la pared e ignora sus ruegos.

No es posible, se dice… viviré tanto como mis padres… aún me faltan muchas cosas que hacer, muchas obras por componer: decenas de sonatas y sinfonías esperan turno dentro de mi cabeza para ser escritas… sí, hay mucho que hacer… Moritz, Bauernfeld, mis queridos amigos… debo verlos… hablar con ellos… explicarles… de dónde salió todo esto… cómo me contagié… ¿acaso aquella muchacha? “…la doncella de cámara es muy bonita y me hace a menudo compañía”.

Hacía ya tanto tiempo de este incidente que apenas lo recordaba, pero de una u otra forma lo tenía presente, como esa pequeña cicatriz que nunca desaparece. Ocurrió en 1818, Schubert había sido contratado por el conde Johann Esterházy para que impartiera clases de música a sus hijas. Y él  encantado de relacionarse con la misma familia con la que Hayden había trabajado gran parte de su vida. Viajó desde Viena hasta Zseliz, en Hungría, para cumplir con el compromiso y durante todo el verano vivió en el castillo del conde y compuso y dio clases y escribió cartas a su familia donde les decía: “El cocinero, la doncella de cámara, la gobernanta, la criada, etcétera, así como el mayordomo y los dos mozos de cuadra, todos son muy buenas personas. El cocinero es un poco calavera, la criada tiene treinta años, la doncella de cámara es muy bonita y me hace a menudo compañía, la gobernanta es una viejecita encantadora, el mayordomo es mi rival… y las dos niñas son unas criaturas verdaderamente adorables”. Una de las hijas del conde, Caroline, de trece años, llamó poderosamente la atención de Franz. Pero era un caballero de arraigados valores morales y todo no pasó de la simple simpatía o admiración que despierta la inocencia, la ingenuidad o el encanto de una joven y bella damita… Pero seis años después, cuando nuevamente fue contratado por el conde y cuando ya Caroline tenía diecinueve y era toda una mujer, y Franz un joven con un supuesto gran futuro por delante, por qué, por qué renunció a ella como si tuviera la certeza de que no tenía nada que ofrecerle, de que todo acabaría pronto. Tal vez ya estaba en cuenta de su enfermedad. Quizás algo macabro crecía dentro de él y de alguna forma lo sabía, lo intuía. “Todo lo que compongo está dedicado a  usted”, le dijo una vez. Pero para demostrarle que no se trataba de un simple cumplido compuso especialmente para ella su Fantasía para piano a cuatro manos, una melodía de ensueño capaz de conmover a las piedras si estas pudiesen escucharla. Eso sería lo más cerca que alguna vez estaría Schubert de una declaración de amor. En las notas de su Fantasía… lo expresaba todo: la maravillosa alegría de haberla conocido y la demoledora tristeza de no poder compartir su vida con ella. Una vez finalizadas las clases nunca más se volvieron a encontrar.   

Luego de un mes de agonía, Schubert no podía más. Ya los baños, las fricciones con el ungüento azul y las inhalaciones con los vapores del mercurio dejaron de hacerle efecto. No sabía dónde estaba, qué le había pasado. Por qué a él, tan joven… Amigos y familiares se lamentaban, hacían conjeturas. El doctor, con sus brazos cruzados y la mirada impotente le respondía a alguien que sí, era una terrible enfermedad que en un principio podía confundirse con un malestar pasajero; podía tardar años en manifestarse y que, a menos que ocurriera un milagro, el enfermo moría irremediablemente. ¿Habrá sido aquella bonita doncella quien lo contagió?, se preguntaba Bauernfeld. Tal vez una de sus alumnas, dijo Schober. Pudo haberle ocurrido a cualquiera, murmuró Moritz.  

Schubert intentó apresar algunas de aquellas notas musicales que flotaban frente a sus ojos, pero ya no podía retenerlas: cambiaban de lugar, se escondían o desaparecían como los ligeros copos de nieve que no llegan a tierra. Tal vez todo se trataba de un sueño y hoy mismo, al despertar, podría reunirse con sus amigos en otra tarde de fiesta.  

Una “schubertiada” de la vida, se dijo, y sonrió.

La trilogía de los malditos
titlepage.xhtml
part0000_split_000.html
part0000_split_001.html
part0000_split_002.html
part0000_split_003.html
part0000_split_004.html
part0000_split_005.html
part0000_split_006.html
part0000_split_007.html
part0000_split_008.html
part0000_split_009.html
part0000_split_010.html
part0000_split_011.html
part0000_split_012.html
part0000_split_013.html
part0000_split_014.html
part0000_split_015.html
part0000_split_016.html
part0000_split_017.html
part0000_split_018.html
part0000_split_019.html
part0000_split_020.html
part0000_split_021.html
part0000_split_022.html
part0000_split_023.html
part0000_split_024.html
part0000_split_025.html
part0000_split_026.html
part0000_split_027.html
part0000_split_028.html
part0000_split_029.html
part0000_split_030.html
part0000_split_031.html
part0000_split_032.html
part0000_split_033.html
part0000_split_034.html
part0000_split_035.html
part0000_split_036.html
part0000_split_037.html
part0000_split_038.html
part0000_split_039.html
part0000_split_040.html
part0000_split_041.html
part0000_split_042.html
part0000_split_043.html
part0000_split_044.html
part0000_split_045.html
part0000_split_046.html
part0000_split_047.html
part0000_split_048.html
part0000_split_049.html
part0000_split_050.html
part0000_split_051.html
part0000_split_052.html
part0000_split_053.html
part0000_split_054.html
part0000_split_055.html
part0000_split_056.html
part0000_split_057.html
part0000_split_058.html
part0000_split_059.html
part0000_split_060.html
part0000_split_061.html
part0000_split_062.html
part0000_split_063.html
part0000_split_064.html
part0000_split_065.html
part0000_split_066.html
part0000_split_067.html
part0000_split_068.html
part0000_split_069.html
part0000_split_070.html
part0000_split_071.html
part0000_split_072.html
part0000_split_073.html
part0000_split_074.html
part0000_split_075.html
part0000_split_076.html
part0000_split_077.html
part0000_split_078.html
part0000_split_079.html
part0000_split_080.html
part0000_split_081.html
part0000_split_082.html
part0000_split_083.html
part0000_split_084.html
part0000_split_085.html
part0000_split_086.html
part0000_split_087.html
part0000_split_088.html
part0000_split_089.html
part0000_split_090.html
part0000_split_091.html
part0000_split_092.html
part0000_split_093.html
part0000_split_094.html
part0000_split_095.html
part0000_split_096.html
part0000_split_097.html
part0000_split_098.html
part0000_split_099.html
part0000_split_100.html
part0000_split_101.html
part0000_split_102.html
part0000_split_103.html
part0000_split_104.html
part0000_split_105.html
part0000_split_106.html
part0000_split_107.html
part0000_split_108.html
part0000_split_109.html
part0000_split_110.html
part0000_split_111.html
part0000_split_112.html
part0000_split_113.html
part0000_split_114.html
part0000_split_115.html
part0000_split_116.html
part0000_split_117.html
part0000_split_118.html
part0000_split_119.html
part0000_split_120.html
part0000_split_121.html
part0000_split_122.html
part0000_split_123.html
part0000_split_124.html
part0000_split_125.html
part0000_split_126.html
part0000_split_127.html
part0000_split_128.html
part0000_split_129.html
part0000_split_130.html
part0000_split_131.html
part0000_split_132.html
part0000_split_133.html
part0000_split_134.html
part0000_split_135.html
part0000_split_136.html
part0000_split_137.html
part0000_split_138.html
part0000_split_139.html
part0000_split_140.html
part0000_split_141.html
part0000_split_142.html
part0000_split_143.html
part0000_split_144.html
part0000_split_145.html
part0000_split_146.html
part0000_split_147.html
part0000_split_148.html
part0000_split_149.html
part0000_split_150.html
part0000_split_151.html
part0000_split_152.html
part0000_split_153.html
part0000_split_154.html
part0000_split_155.html
part0000_split_156.html
part0000_split_157.html
part0000_split_158.html
part0000_split_159.html
part0000_split_160.html