Franz Kafka

 

Querida Laura. Acabo de leer el cuento sobre un hombre que a veces se sentía como Robert Walser. Son muy diferentes, explica, pero comparten el mismo final como si de gemelos se tratara: uno muerto sobre la nieve y él viviendo la misma agonía que el otro vivió unos segundos antes, o unos años antes, o la mayor parte de su vida. Ignoro por qué, pero me invade cierta afinidad con este cuento: a veces creo que soy Kafka, y, por el contrario, no me siento tan diferente a éste como aquel autor a Walser; más bien muy parecido. Se preguntará por qué lo digo. Fue muy fugaz nuestro encuentro, lo sé, pero debe haber notado mi tos, mi pañuelo y mi extrema delgadez; yo noté lo mismo en usted, pero, no hablemos de ello... Sí, a veces me pregunto si el espíritu del escritor checo voló desde Austria aquel tres de junio de 1924 y entró en mi cuerpo para repetirse como una página más de un grueso volumen. Casi no duermo y me siento siempre tan cansado que hasta levantarme para escribir un poco se me hace una pesada labor. Contestar sus cartas ―como Kafka lo hacía con Frau Milena― es lo único que me da fuerzas para tomar el lápiz, el papel y sumirme en el anestesiante mundo de las letras, los puntos y las comas. Poco a poco veo cómo mis dolores físicos van desapareciendo y una pequeña luz comienza a brillar entre las letras trayendo consigo el único momento del día o de la noche donde una sonrisa se asoma a mis labios. Como Kafka, también yo me carteo con una mujer casada, a quien apenas conozco, su rostro impreciso, de quien, como decía el escritor checo: “Sólo creo ver su figura, su vestido, mientras usted se alejaba entre las mesas del café”. Recuerdo además su cabello largo y ondulado y sus manos apartándolo dócilmente de su cara para acomodarlo con elegancia tras la oreja y dejar la mano ahí, un rato, mientras su mirada esquivaba la mía con la timidez de una adolescente en su primera cita. Quisiera hacerle la misma pregunta, Laura, que una vez Kafka le hizo a Milena: ¿Lo pasa bien en su casa?  Disculpe mi atrevimiento. Quiero pensar que sólo somos amigos y que mis pretensiones no deben ir más allá de las que existen entre verdaderos amigos. Pero, cómo decirle a la luna que cambie de color o al sol que no brille más… Por el tono de su última carta, al igual que en la que Milena le escribió a Franz, noto cierta y gradual resignación, cierto conformismo que pudiera ser el preámbulo a una felicidad a medias, pero felicidad al fin. Kafka lo dice mejor: “el desasosiego y la preocupación parecerían haberla abandonado en forma definitiva”. Entonces, como Kafka, debo intuir que: “eso también alcanza a su marido”. Quisiera decirle que deseo lo mejor para ambos como Kafka lo hizo, pero, ¿era sincero? ¿Sería yo sincero ahora? A veces me siento en Merano y sueño con que usted está en Viena y con que algún día daremos el paso y nos encontraremos en una cuidad nueva y diferente, donde sean otros los pájaros y otros los aires. Sus correos llegan a diario y yo le escribo a diario. Quisiera rescatarla de lo que Milena llama una “atmósfera irrespirable”, eso que usted ha dicho con otras palabras. Tome un avión, Laura, y venga conmigo, viva conmigo en esta isla de sol limpio y suave oleaje. No lo piense más. Siento mucho si mi propuesta la ofende, no ha sido mi intención. También Kafka pensó que había cometido una indiscreción y se disculpó con Milena  diciendo: “Qué torpe sería mi mano, contra toda mi voluntad”. Como ve, él no tuvo la culpa de su ofensa, fue su mano la que tomó partido y en contra de sus deseos escribió algo impertinente. En fin, sabemos que sólo se trata de una elegante y jocosa salida del escritor checo que ella apreciaría como tal y a la que respondería con una leve sonrisa mientras la estuviera leyendo. Así que no he sido yo, mi querida Laura, quien le ha faltado, ha sido mi mano la que escribió por cuenta propia, sin consulta ni permiso. Ruego a Dios para que usted reaccione de igual manera que Milena y el perdón se asome a sus labios… Fue usted muy amable al prestarme su libro, espero que esté disfrutando del mío. Si lo hizo fue porque usted también notó la gran similitud que puede haber entre dos pares de vidas separadas por tantos años. Las Cartas a Milena pudimos haberlas escrito nosotros, Laura. Ahora mismo yo también podría afirmar que apenas recuerdo su rostro, sin embargo “un pequeño encuentro aislado, semimudo, parecería ser inagotable en el recuerdo”. Tantas cosas podría decir, tantas comparaciones hacer: “reconozco una frescura casi campesina detrás de su aspecto tan delicado”. Reconozco también la sutil expresión de auxilio que sus ojos clamaban en aquel café, mientras yo leía América y usted las cartas. Eso nos unió. Como al descuido, leí el título de su libro y usted, del mismo modo, el del mío. El lazo se hizo un nudo, un cordón de acero. Desde aquel momento no dejo de pensar en usted. No puedo creer lo que nos pasa, Laura. Si somos una copia de aquella pareja… Me resisto con todas mis fuerzas: su enfermedad, Laura, es la misma que padeció Milena, como la mía parece ser la misma que padeció Kafka. Qué futuro nos espera entonces, querida amiga, sino depositar en estas cartas nuestro tiempo y nuestras esperanzas, confiar al amor la momentánea y escasa felicidad que el tiempo nos depara… La dejo hasta mañana; el viento empuja las oscuras nubes hacia acá, pero todavía brilla el sol y desde una silla tijera como la que solía usar el escritor puedo disfrutar de las coloridas plantas que un día sembré en mi pequeño balcón. Pero dejemos que sea él quien lo describa: “El balcón de mi pieza está inmerso en un jardín rodeado, desbordado de arbustos en flor y expuesto por completo al sol”. Perdone la marca de agua que dejo sobre este papel: una vez seca, quizás ni la note. Ahora mi Kafka y yo, al igual que ese hombre del que le hablé, también nos sentimos un poco como Robert Walser.

La trilogía de los malditos
titlepage.xhtml
part0000_split_000.html
part0000_split_001.html
part0000_split_002.html
part0000_split_003.html
part0000_split_004.html
part0000_split_005.html
part0000_split_006.html
part0000_split_007.html
part0000_split_008.html
part0000_split_009.html
part0000_split_010.html
part0000_split_011.html
part0000_split_012.html
part0000_split_013.html
part0000_split_014.html
part0000_split_015.html
part0000_split_016.html
part0000_split_017.html
part0000_split_018.html
part0000_split_019.html
part0000_split_020.html
part0000_split_021.html
part0000_split_022.html
part0000_split_023.html
part0000_split_024.html
part0000_split_025.html
part0000_split_026.html
part0000_split_027.html
part0000_split_028.html
part0000_split_029.html
part0000_split_030.html
part0000_split_031.html
part0000_split_032.html
part0000_split_033.html
part0000_split_034.html
part0000_split_035.html
part0000_split_036.html
part0000_split_037.html
part0000_split_038.html
part0000_split_039.html
part0000_split_040.html
part0000_split_041.html
part0000_split_042.html
part0000_split_043.html
part0000_split_044.html
part0000_split_045.html
part0000_split_046.html
part0000_split_047.html
part0000_split_048.html
part0000_split_049.html
part0000_split_050.html
part0000_split_051.html
part0000_split_052.html
part0000_split_053.html
part0000_split_054.html
part0000_split_055.html
part0000_split_056.html
part0000_split_057.html
part0000_split_058.html
part0000_split_059.html
part0000_split_060.html
part0000_split_061.html
part0000_split_062.html
part0000_split_063.html
part0000_split_064.html
part0000_split_065.html
part0000_split_066.html
part0000_split_067.html
part0000_split_068.html
part0000_split_069.html
part0000_split_070.html
part0000_split_071.html
part0000_split_072.html
part0000_split_073.html
part0000_split_074.html
part0000_split_075.html
part0000_split_076.html
part0000_split_077.html
part0000_split_078.html
part0000_split_079.html
part0000_split_080.html
part0000_split_081.html
part0000_split_082.html
part0000_split_083.html
part0000_split_084.html
part0000_split_085.html
part0000_split_086.html
part0000_split_087.html
part0000_split_088.html
part0000_split_089.html
part0000_split_090.html
part0000_split_091.html
part0000_split_092.html
part0000_split_093.html
part0000_split_094.html
part0000_split_095.html
part0000_split_096.html
part0000_split_097.html
part0000_split_098.html
part0000_split_099.html
part0000_split_100.html
part0000_split_101.html
part0000_split_102.html
part0000_split_103.html
part0000_split_104.html
part0000_split_105.html
part0000_split_106.html
part0000_split_107.html
part0000_split_108.html
part0000_split_109.html
part0000_split_110.html
part0000_split_111.html
part0000_split_112.html
part0000_split_113.html
part0000_split_114.html
part0000_split_115.html
part0000_split_116.html
part0000_split_117.html
part0000_split_118.html
part0000_split_119.html
part0000_split_120.html
part0000_split_121.html
part0000_split_122.html
part0000_split_123.html
part0000_split_124.html
part0000_split_125.html
part0000_split_126.html
part0000_split_127.html
part0000_split_128.html
part0000_split_129.html
part0000_split_130.html
part0000_split_131.html
part0000_split_132.html
part0000_split_133.html
part0000_split_134.html
part0000_split_135.html
part0000_split_136.html
part0000_split_137.html
part0000_split_138.html
part0000_split_139.html
part0000_split_140.html
part0000_split_141.html
part0000_split_142.html
part0000_split_143.html
part0000_split_144.html
part0000_split_145.html
part0000_split_146.html
part0000_split_147.html
part0000_split_148.html
part0000_split_149.html
part0000_split_150.html
part0000_split_151.html
part0000_split_152.html
part0000_split_153.html
part0000_split_154.html
part0000_split_155.html
part0000_split_156.html
part0000_split_157.html
part0000_split_158.html
part0000_split_159.html
part0000_split_160.html