Armando Reverón

 

Él dice que me quiere. Ese hombre… tan raro… es un mentiroso… no me quiere ná. Él lo dice… lo dice a cada rato como si fuera verdá… Y la verdá verdaíta es que se la pasa diciendo embustes. Cree que soy boba… dice que estudió en no sé dónde, por allá lejos, donde termina este mar, en una escuela muy famosa donde había estudiado no sé quién y no sé quién… un tal Goyo o Goya, y no sé cuántos más…  Y en otro sitio donde dizque y que hay una torre muy altísima toda de hierro donde uno se monta en una caja que lo sube a uno hasta el copito y desde arriba uno puede ver toa la suidá, llena de faroles por la noche y de gente encopetá por el día… Se la pasa diciendo embustes… ese necio… y se ríe… se muere de la risa porque ve que yo no le creo un cipote… A pues, y cómo le voy a creé a ese diantre si lo único que hace es meté mentiras… No me quiere ná… esa es la pura verdá… se la pasa inventando: Juanita esto y Juanita lo otro. Yo me quedo callaíta oyendo todo lo que dice, que si su mamá lo regaló cuando era chiquito, que después como que se arrepintió y lo agarró de nuevo… A veces me pone a dudá… se pone serio y los ojos se le llenan de agua… y a mí se me hace una cosa fea aquí en la garganta y digo pobrecito que lo regalaron. Pero después, cuando ve que me pongo a llorá como una pendeja, suelta una carcajá y se pone a brincá como un mono por to el rancho. Yo al principio me pongo brava pero después me río de sus cosas y me pongo a brincá con él… Pasamos dos años haciendo este rancho. Casi no pintó en esos días. Nos levantábamos cuando el sol se metía por los huecos que dejan las palmas. Nos comíamos una arepa con mantequilla, tomábamos café y nos poníamos a trabajá. Él buscaba los materiales y me decía cómo acomodalos: si aquí o allá, si pataparriba o patapabajo; siempre sabía cómo quedaba mejó. Y le sacaba provecho a cualquier cosa. Pa él na sobraba, hasta a una piedra le encontraba una utilidá… Yo me acostumbré a sus cosas. Hablaba sólo, gritaba, reía… Poco a poco me fui acostumbrando… poco a poco… y él a las mías. Yo le servía de modelo y también de mujé. En los primeros tiempos mojaba el pincel todas las noches. Así me decía, que quería mojá el pincel, y yo se lo embadurnaba de pintura hasta que la estrellita grande aparecía por una de las rendijas de las palmas. No me quería ná, era un gran embustero, pero después de aquello se me quedaba mirando un buen rato y me besaba en la boca, después se bajaba y mientras yo me dormía me hacía cariños en la cabeza, con la mano, suaveciiiiiiito… A veces venían otras mujeres y se desnudaban. A mí no me importaba porque a ellas no las veía con los mismos ojos que me veía a mí. A ellas las veía como si fueran muñecas. Seguro que por eso comenzó a hacé muñecas de trapo, pa no necesitá más modelos. Y así fue: cuando terminó las muñecas, las botó a todas, no quiso pintá a más ninguna, sólo a mí. Eso a veces me ponía a dudá… porque era tan embustero, tan loco, tan necio… y se reía de tantas cosas que yo me confundía… Yo, con el tiempo, me volví parte de él, de su locura, le tapaba las cosas y le alcahueteaba las ocurrencias… Cuando comenzó a ve todo azul, mi carne se puso azul. Cuando de blanco, la luz del sol no me dejaba ve. Cuando le dio por el sepia, me decía que yo era su maja (qué será eso). Ya mi vida no era mía, era de él, y a mí me gustaba viví pa él. No me quería naíta, pero él era feliz con sus pinturas, con mis tetas negras; y yo era feliz con él, y me respetaba, y siempre estaba cerca de mí, no se iba con amigos ni salía con otras mujeres, sólo yo y sus pinturas; yo y los lienzos (en veces telas de coleto), yo y sus espátulas y sus pinceles y sus brochas y sus deos llenos de pintura y sus cocos y sus piedras y sus papeles y sus cartones y sus hojas y toitico eso pué… Un día vinieron unos de la capital, unos de ojos azules, sombreros, camisas limpias y pañuelos en mano. Les pregunté y me dijeron que sí, que Armando había estudiao lejos de esta tierra, en España, en un pueblo al que llaman Barcelona, en una tal Escuela de Artes y Oficios. No se me olvida ese nombre porque cuando Armando está recogiendo los peroles que los demás botan grita ese nombre y sube las cosas al aire como si estuviera agradeciéndoselas a Dios, o haciendo salud frente a un poco de almas. Así que no eran embustes… quién lo hubiera creío. También me dijeron que había estudiao en la Academia de San Fernando de Madris… ¡Mirálo, pué! Y yo que creí que… Y que estudió en el taller de un gran maestro que también le dio clases a un tal Dalí, un español que y que era muy buen pintó.  Y cuando les pregunté sobre la torre de hierro me dijeron que sí, que está en una suidá grande y bonita que se llama Parí (qué nombre tan raro). También hablaron de algo que impresiona, una técnica pa pintá que mi Armando aprendió y que después abandonó pa creá una nueva forma de ve la luz. Y también dijeron que Armando ya era conocío como dizque el Maestro de la luz tropical… habrase visto…

Los señores de la capital me dijeron todo eso, sin reíse… Entonces, si todo eso es verdá, ¿será verdá también que Armandito me quiere?

La trilogía de los malditos
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