Pablo Picasso

 

Es tan amplia la biografía de Picasso, vivió tantos años y tuvo una vida tan intensa que se me hace difícil determinar qué aspectos debo destacar. Desde la habitación donde escribo escucho los trastos chocar contra el metal del fregadero. Me gusta ese sonido, a lo lejos. Me hace sentir acompañado. Alguien me dice que está cerca y que con sólo estirar la mano puedo compartir otros sonidos y otras sensaciones. Pero Picasso… Es tan grande Picasso. Si al menos estuviesen aquí mis amigos de la tertulia. Ellos podrían ayudarme. Solemos reunirnos los sábados en la tarde y durante horas leemos los escritos de cada uno. Entre cuentos, capítulos de novelas, vinos y café se nos hace de noche. Es un grupo pequeño: Krina, siempre concentrada, con sus ojos verdes de gata y cabellos en guardia; Alessandra, analítica, odia las palabras obscenas y tiene un radar para captar las repetidas; Iris, conciliadora y detallista, siempre pendiente de todo; Rut, la más joven e irreverente, con su mechón amarillo y sonrisa franca;  Oscar, famoso por su lucha contra el dequeísmo y demás alimañas; y yo, el cuadrado, tan programado como un reloj suizo… Todos tan diferentes y a la vez tan parecidos como los eslabones de una cadena cuando de literatura se trata. Pero ahora estamos lejos, y quién sabe cuándo podremos reiniciar nuestros encuentros sabatinos. Entonces, ¿qué aspectos destacar en un relato sobre Picasso? Oscar, siempre rebosante de sugerencias, me diría tal vez que escribiera sobre sus inicios, allá en Málaga, cuando era niño y dibujaba palomas bajo la dirección de su padre.

—Si mal no recuerdo —adelantaría con toda seguridad— su padre fue profesor de arte. Picasso era el mayor y el único varón de la familia. Tuvo dos hermanas. Una de ellas murió muy joven, de apenas ocho años. Además de pintar palomas también los lances taurinos formaron parte de aquellos primeros pasos. Todavía era un niño cuando se mudaron a La Coruña. Don José, que por aquellos tiempos no estaba muy bien económicamente, aceptó el cargo de  profesor de arte de la Escuela de Bellas Artes de… ¿Guarda? Sí, de Guarda —Oscar se levantaría el sombrero. Sus canas, su cabello grueso y abundante brillarían por un segundo; se rascaría la cabeza, se lo volvería a poner y, como recordando algún otro episodio de aquella etapa en la vida del pintor, le pediría permiso a sus piernas (una broma que se hace a sí mismo, una costumbre que ha adquirido desde que notó que sus extremidades no le responden como en otros tiempos), se inclinaría sobre la mesa, tomaría su copa de vino y añadiría con voz firme—: Su padre le dio clases de dibujo. Allá en La Coruña. Después de la primaria fue inscrito en la misma escuela donde trabajaba el padre. Tenía la esperanza de que su hijo se convirtiese en un afamado pintor. Fue allí donde entró en contacto con los grandes clásicos y con todo lo que tenía que ver con la pintura. Se mudaron una vez más a Barcelona. Aún sin tener la edad permitida fue aceptado en la Escuela de Bellas Artes de esa ciudad. Se cuenta que el joven Picasso completó en un día la prueba de ingreso que a otros tomaba hasta un mes. El jurado, impresionado por la precocidad del joven malagueño, le concedió el cupo de forma inmediata y por unanimidad.    

—Pero ¿cómo podría armar un cuento con esa información?

—No sé —respondería Oscar—. Tal vez puedas recrear una escena sobre lo mucho que le debe de haber afectado la pérdida de su hermana. Picasso tenía apenas catorce años cuando esto sucedió: un duro golpe para él, para los padres… para su otra hermana. 

—Tal vez—respondería yo pensativo.

Krina, mientras tanto, comería un pedazo de pan untado con alguna de esas deliciosas cremas que Iris siempre prepara. Alessandra picaría un pedazo de queso y Rut, tal vez, se serviría otra copa de vino. 

—No —adelantaría Krina—, tal vez debas desarrollar el cuento con algo más relevante, algo que hable de su gran aporte al arte…

—Te refieres a…

—Sí, al cubismo… Si vas a hablar de Picasso tienes que hacerlo sobre el cubismo. Ya se sabe, fue uno de los primeros en aplicar fórmulas geométricas en sus dibujos. 

—¿Uno de los primeros? —preguntaría alguien.

—Sí—respondería Krina—, el otro fue Georges Braque. Ocurrió una gran casualidad, casi un milagro. En el verano de 1908, cada quien por su lado, Picasso en Rue-des-Bois, cerca de París, y Braque en L’Estaque, en la Costa Azul, pintaron cuadros similares. Fueron grandes amigos. Ambos admiradores y seguidores de Cézanne. Tan sólo en cinco años crearon el cubismo y revolucionaron la pintura utilizando por primera vez en la historia formas geométricas en personas y cosas…

—Claro —diría yo en medio de una reflexión—, no se puede hablar de Picasso sin tocar el tema del cubismo.

—No necesariamente —adelantaría Alessandra—, eso todos lo saben. Propongo que hables de algo más específico…

—¿Como qué?

—No sé, tal vez de sus Épocas.

—¿A ver?

—De su época azul, por ejemplo. Después de que todos estaban acostumbrados a ver aquella gran cantidad de colores en sus pinturas, un buen día, sin que nadie lo esperara, el maestro comenzó a pintar en tonos azules. Aunque en esta época, según los especialistas, logró un dibujo más estilizado, el tema imperante no era muy alentador: la soledad y la muerte eran una constante. No hay duda de que vivía una época difícil… Tal vez no, tal vez sólo buscaba su camino, profundizar en un color a ver qué otros misterios podría descubrir… Luego lo intentó con el rosa. Llevaba una vida bohemia en esta etapa. Aún era pobre, sí, pero algo, quizás algún nuevo amor, otra forma de ver la vida u otro camino que experimentar, lo llevó a cambiar, a plasmar una transformación en los colores y en los temas de sus cuadros… El azul fue degradando entonces a colores más cálidos y alegres: rosa, sobre todo. Y esto le trajo muchos beneficios porque fue en esta época cuando comenzó a salir de sus apuros económicos.

—Quizás tengas razón, Alessandra —diría yo—, el asunto de las épocas de colores podrían servirme para inventar líneas. Podría, en la época azul, referirme a sus problemas económicos, a las penurias que sufrió cuando por primera vez fue a París y vivió en un destartalado estudio de Montmartre, a sus sueños  irrealizados, al recuerdo de su hermana, al de su padre… quién sabe. Y en la rosa podría referirme a su encuentro con Fernande Olivier, la bella modelo, primera amante y posterior esposa; al nuevo ambiente que le rodeaba, a los amigos, a su amistad con Matisse, a su encuentro con las esculturas ibéricas en el Louvre…

—¿Qué opinas?—le preguntaría a Rut, que probablemente habría escuchado con atención todas las recomendaciones para escribir mi historia… Pondría la copa de vino sobre la mesa, nos miraría a todos con cara cansina, respiraría profundo y nos diría:   

—No, lo más importante de Picasso es su Guernica. Y como todos ustedes han demostrado tener muchos conocimientos acerca del pintor español, pues yo no me quedaré atrás. Cuando se inició la Guerra Civil en España, en 1936, por la sublevación de las tropas acantonadas en Marruecos, Picasso no estuvo de acuerdo con el alzamiento militar que trajo esa horrible guerra que duró tres años y dejó tantos muertos. Tal vez por esa razón el gobierno le encargó una obra monumental para ser exhibida en el pabellón de España, en la Exposición Internacional de París de enero de 1937. Era mucho lo que estaba en juego. El dictador estaba aliado con Hitler y Mussolini, y la comunidad internacional le había negado el apoyo a los republicanos por aquello de la no intervención. España necesitaba entonces decir lo que pasaba, denunciar las atrocidades a las que estaban siendo sometidos. Entre otras cosas decidieron contratar a un grupo de artistas, Picasso entre ellos, para que, mediante sus obras, gritaran al mundo todas aquellas barbaridades. Pero Picasso, aunque sabía que tenía que pintar algo contundente, que despertara la aletargada conciencia del mundo, no sabía cómo plantear su obra, no encontraba la inspiración. Hasta que un día de abril de 1937 ocurrió el ataque a la ciudad vasca de Guernica. Picasso leyó la noticia en un reportaje del Ce Soir, donde aparecían las terribles fotos del bombardeo que había dejado más de mil seiscientos muertos y casi novecientos heridos. Devastado, impresionado por la inhumana y sanguinaria escena, Picasso, unos meses después, terminaría una de sus obras maestras, una de las más conocidas de todos los tiempos… Así  que, si vas a contar una historia querido Heberto —diría Rut para concluir—, una que tenga que ver con este cuadro sería la indicada.

—Probablemente tengas razón —le diría a Rut—, aunque sería una historia muy triste. 

Luego todos voltearíamos a ver a Iris.

—Yo estoy de acuerdo con todos —diría con actitud serena, los lentes sobre el pecho y la taza de café edulcorado entre las manos—. Pero hablaría también de dos cuadros fundamentales: Ciencia y Caridad, una pintura clásica que pintó cuando apenas tenía dieciséis años y dice de su calidad como dibujante y pintor académico y, por supuesto, Las señoritas de Avignon, una obra con la que Picasso revolucionó la historia del arte y estableció las bases de dos movimientos artísticos principales en el siglo pasado: la pintura abstracta y el cubismo.     

Sí, tal vez sea esto lo que ellos dirían… si les preguntara. Con otras palabras, claro, no con las mías tan formales. Podría ser… Poco después me acomodaría frente al ordenador y, rebosante de ideas, trataría de escribir un relato sobre Picasso.

A lo lejos, como una suave música, escucho el agradable sonido de los trastos al chocar contra el fregadero. Es un buen comienzo, me digo.

La trilogía de los malditos
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