ISABEL CLARA EUGENIA
Palacio de Bruselas, 1633
Spínola había perdido la batalla en Madrid. Eso parecía irrefutable, aunque a modo de compensación de última hora, el rey, como pedía con insistencia el general, me autorizara a negociar con los rebeldes, pero sin saltarme los puntos esbozados en un memorándum redactado por Olivares. Los holandeses debían retirarse de América, abandonar el bloqueo de Amberes, permitir libertad religiosa a los católicos en las Provincias Unidas y reconocer, aunque fuera protocolariamente, la soberanía española. En práctica, no obstante, se otorgaba a Holanda la libertad política, algo que de todas formas ya tenían.
Las instrucciones definitivas de Madrid, con el anuncio del regreso inmediato de Spínola a Bruselas, me llegaron por carta del rey a principios de mayo. Se me ordenó además que entregara a Olivares toda la correspondencia y papeles de Rubens con Gerbier y el duque de Buckingham, relativos a los tratos de paz con Inglaterra.
Rubens se puso furioso cuando se lo dije. Como suele ocurrir con los artistas, en el fondo era muy susceptible, y lo interpretó como una falta de confianza en sus gestiones secretas.
Hablamos largamente de este asunto, y estuvo a punto de desistir de su viaje a Madrid, pero yo le animé para que lo hiciera.
—Allí tendréis acceso —le dije— a las colecciones de cuadros de El Escorial, y gozaréis del patronazgo del rey de España. Además, podréis traducir personalmente las cartas de Gerbier.
Rubens meditó pros y contras, y al final se convenció de que debía viajar a España. Por añadidura, tendría los gastos pagados, algo importante para un hombre tan preocupado por el dinero como él.
—Además —insistí—, disfrutaréis la oportunidad de resaltar vuestro propio trabajo diplomático, para que vuestros méritos no queden sepultados en el ingente papeleo burocrático de la corte.
—Esas palabras —dijo Rubens— me recuerdan un refrán que mi madre repetía con frecuencia: «Si quieres algo, ve a por ello; si no, envía a otro.» Por otra parte, dado el código utilizado y la enrevesada sintaxis de Gerbier, dudo que nadie en Madrid pudiera descifrar esas cartas.
Antes de partir a la capital española, Rubens hizo testamento dejando todos sus bienes, que no eran pocos, a sus hijos, incluyendo casas, fincas rústicas, joyas familiares, sus propios cuadros y otros adquiridos de maestros antiguos y modernos. En total, una fortuna considerable.
Le recomendé que no se entretuviera en el recorrido hasta Madrid y me tuviera puntualmente informada de todo cuanto viera u oyera en la corte.
Así lo prometió. Tras una profunda inclinación y besarme la mano, partió decidido a cumplir con esa doble vida de artista y agente secreto en la que parecía sentirse a sus anchas, aunque constantemente renegara de ello y me dijera lo contrario.
En el fondo era un alma infantil y confiada, salvo en cuestiones de dinero, pues le gustaba vivir en la opulencia y codearse con los grandes. En eso se parece poco a mi querido Alberto, que, abrumado de honores desde la cuna, hubiera querido pasar discretamente y de puntillas por el mundo.