ALONSO DE MONTENEGRO

Madrid, 1635

Todos empezamos la carrera de morir cuando nacemos, y en aceptándolo, la muerte sucede con la naturalidad de un ocaso al terminar la faena, como un huésped puntual obligado a cumplir con la fecha apuntada desde tiempo atrás.

No podía concentrar las ideas, que se le escapaban por los vericuetos de la mente. Pensó que haría mejor escribiéndolas, porque el papel le ayudaría a fijarlas, aunque solo fuera para que el olvido no se lo llevase todo. A fin de cuentas, no podía dormir, y era mejor eso que dar vueltas en el catre como un pez atrapado en la red, agitándose bajo la manta zamorana que le servía de abrigo. Al menos las chinches no le picaban tanto como en las trincheras de Flandes. Por ahora.

A la luz de una vela mediada, que dibuja sombras quebradizas en las tristes paredes de la buhardilla que comparte con Monzón, su compañero de fatigas, Montenegro, arrebujado en la cobija, ha sacado pluma y tinta y escribe, lentamente al principio, hasta que adquiere seguridad en el recuerdo.

Federico de Spínola, dos años menor que Ambrosio, había ido a estudiar a Salamanca y Alcalá, pero pronto eligió la carrera de las armas y combatió en Flandes a las órdenes de Alejandro Farnesio. Como había servido en las galeras del Mediterráneo pensó que tales naves podían ser muy útiles en el Mar del Norte. Aunque tropezó con serias dificultades en Madrid, consiguió convencer a Felipe III y al archiduque Alberto de Austria de concertar asiento para llevar a Flandes seis galeras que se encontraban en el puerto de Santander.

Por su cuenta se comprometía a levantar cuatro mil infantes y mil jinetes, con artillería y vituallas. Quería invadir Inglaterra. Ganar algún puerto de aquel reino y desde allí avanzar y hacer la guerra a la reina hereje. Era un personaje arrebatado, sin términos medios, tan deseoso de gloria como su hermano.

Luego amplió la oferta de infantes y caballos, siempre que se le diesen otras ocho galeras. Por entonces consiguió que secundara sus proyectos Ambrosio, que estaba dedicado a los negocios y al cultivo del estudio del arte militar. El general reclutó a sus expensas un cuerpo de nueve mil hombres en Italia. Tan dadivoso se mostró y tanta era su fama de liberalidad que pudo seleccionar a los hombres de sus banderas. Era un flamante ejército bien armado, que algunos compararon con el del duque de Alba cuando llegó a Flandes.

Al morir Federico, se abandonó el proyecto de invadir Inglaterra, y ninguna empresa se le presentaba mejor a Ambrosio para ganar reputación que llevar a buen término el sitio de Ostende. Ni siquiera Alejandro Farnesio se había atrevido a hincarle el diente a esa ciudad, tan fuertemente defendida que parecía irreal, aunque el archiduque Alberto de Austria sí lo había hecho, pero con escasa decisión y peor fortuna.

Spínola comenzó ahí su carrera militar, con la toma de esta ciudad.

Las lanzas
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