PADRE HERMANN HUGO (S. I.)

Rheinsberg, 1629

Cuando se inició el cerco de Breda, antes de pagar a la tropa, Spínola mandó pasar revista general, una prudente decisión para evitar que los capitanes no hinchasen las compañías con más hombres de los que en realidad tenían, y percibir así más dinero del que les tocaba.

Luego envió al conde de Hennin, maestre de campo de valones, a levantar dos tercios de aquella nación, y sacó al campo a los soldados viejos que había en los presidios, sustituyéndolos por gente bisoña.

A continuación, ordenó a Francisco de Medina que, con diez compañías de caballos y cuatro mil infantes, dando a los españoles la vanguardia, fuese a tomar el puesto fortificado de Ginneken, una aldea próxima a Breda.

Al mismo tiempo, mandó al maestre de campo italiano Paulo Baglione que ocupara la aldea de Terheyden, llevando en vanguardia al tercio de escoceses del conde de Arghil con catorce compañías.

Los de la ciudad, al ver que nos aproximábamos antes de lo previsto, sacaron gente para defender las casas próximas a las murallas, pero terminaron quemando estas construcciones para dejar línea de tiro despejada a su mosquetería.

Los nuestros, entretanto, fortificaron las aldeas de Ginneken y Terheyden, más otras dos: Teteringhen y Terhaghen, situadas en los lados opuestos de la villa.

De la de Teteringhen se ocupó el barón de Balançon, maestre de campo de borgoñones; y de Terhaghen, el conde de Isenburgh, que era maestre de alemanes. A cada uno de ellos se le dio su tercio, con algunas compañías agregadas de diversas naciones y la caballería conveniente.

Por su parte, Carlos Roma, sargento mayor del tercio de italianos del marqués de Campolataro, aseguró con reductos la parte exterior de la aldea de Terheyden, rodeada de esclusas y canales.

De esta forma comenzó el cerco de Breda por los cuatro lados al mismo tiempo, que estaban unidos por una trinchera que enlazaba las aldeas y los fuertes, con reductos a intervalos de cuatrocientos o seiscientos pasos para impedir las salidas. En cada uno de estos lados, apretando el cerco, se instaló un cuartel con mando táctico independiente.

Asimismo, desde la aldea de Terhaghen hasta el puente que la unía a Terheyden se construyó un dique de mil quinientos pies de largo, con veinticinco de ancho y seis de alto.

Los ingenieros consideraron conveniente esta fábrica porque siendo ahí el terreno más bajo quedaría cubierto en invierno por las avenidas del río Merck, de forma que los sitiados podrían meter con barcas provisiones en Breda. Además, quedarían separados dos de nuestros cuarteles, de los cuatro que estrechaban el cerco. El de Spínola, con sus tercios de españoles; el de Baglione; el de Balançon, y el del conde de Isenburgh.

Con ellos se ceñía el collar de hierro que debía asfixiar a Breda. Un círculo exterior de treinta mil seiscientos pasos, que se completaba con otro perímetro atrincherado más próximo a la ciudad.

Entre las dos trincheras llegaban a setenta los reductos y fuertes de los sitiadores. Y así, como extendiendo los brazos, cerró Spínola con los cuatro cuarteles, poco a poco, la plaza. Un lazo mortal de castillos y fuertes que se protegían mutuamente y resguardaban de las salidas de los sitiados.

Todos los días, el general visitaba la marcha de las obras, exhortando a los maestres de campo y capitanes, sin que ni aun de noche cesaran los trabajos.

Con estas diligencias quedaron terminadas en diecisiete días las dos trincheras circulares repletas de fuertes y reductos. Fueron construidas por los soldados, la mayoría españoles, acostumbrados a gastar el terreno antes de entrar en combate, como hacían también las legiones de Roma. Los que trabajaban recibían cada día la paga convenida. Eso les sirvió para aliviar un tanto su pobreza, ya que habían percibido hasta ese momento pocas pagas, y de esas solo la mitad.

Pero no todos en la tropa estuvieron conformes. Algunos soldados prefirieron sufrir necesidad antes que trabajar cavando trincheras. Eligieron el hambre al dinero por lo que consideraban un trabajo vil. Algo en lo que Spínola no intervino, dejándolo al libre albedrío de cada uno.

Por aquel entonces, Mauricio, que nunca acometió de día o de noche a los nuestros mientras trabajaban en las obras del cerco, disimulaba su intención principal, que no era otra que asaltar el castillo de Amberes, que imaginaba poco guarnecido. Una empresa con la que esperaba compensar la pérdida de Breda, y en secreto realizó los preparativos de este ataque.

Desde Bergen-op-Zoom y Roosendael sacó a mil infantes y doscientos caballos con toda suerte de pertrechos llevados en carros.

Para mantener el engaño, los que salían de Bergen dijeron que iban al campo, y los de Roosendael, que iban a Bergen.

Y después que se alejaron de sus puntos de partida, Mauricio les mandó quitarse las bandas azules y naranjas que solían llevar los holandeses, y ponerse las rojas del ejército hispano para confundirlos. Y a los villanos que encontraban en su camino les decían que iban a por provisiones a Amberes.

También ayudó al ardid que las cubiertas de los carros enemigos iban con las cruces de Borgoña cosidas o pintadas, y así llegaron al foso del castillo, amparados en la cerrada oscuridad de la noche.

El gran viento impedía a los del castillo oír ruido alguno, ni siquiera el que hacían los carros ni el relinchar de los caballos, y los asaltantes consiguieron arrancar unas estacas de la empalizada y penetrar nuestras defensas.

Desde un puente echaron barcas en el foso y arrimaron las escalas a los muros, aparejando tenazas, martillos, trancas y otras herramientas para romper los cerrojos y derribar las puertas.

Mientras trabajaban en esto cerca de la muralla, Andrés de Cea, un soldado viejo que estaba esa noche de guardia, viendo pasar fugazmente las barcas entre las sombras, a pesar del viento y la intensa lluvia, sospechando que se trataba del enemigo disparó su arcabuz y dio la alarma.

Enseguida, el castellano Juan Bravo de Lagunas tocó a rebato y organizó la defensa, situando a la gente en las murallas.

A los enemigos, que apenas podían sostener las barcas y arrimar las escalas al muro por el gran viento que hacía, les entró el miedo y se retiraron aprisa, dispersados sin duda por la ayuda que nos prestó el cielo.

En cuanto al soldado Cea, fue recompensado con el sueldo de quince escudos al mes que le concedió la gobernadora, y con un vestido nuevo, incluido espada y aderezos, que le regaló el magistrado mayor de Amberes, con lo cual quedó contento y acabó la campaña ascendido a cabo.

Mauricio, muy furiosos por el fracaso, se vio además metido en grave apuro, pues el mal tiempo que había hecho estragos en su campamento rompió algunos diques y puentes, desorganizando y poniendo en peligro a su caballería.

Spínola dudó entonces si acometer a degüello al enemigo, pero consideró la maniobra arriesgada y juzgó que el riesgo no compensaba la explotación del éxito.

Como César, pensaba que quienes buscan la ventaja poniendo en gran peligro a los suyos son como los que pescan con anzuelo de oro, pues si pierden la pesca obtenida no les recompensará el daño.

El caudillo holandés, tras veintidós días sin haber hecho cosa alguna junto a Breda, se retiró para no volver. Una vez más, Spínola le había vencido, aunque quizá los cronistas futuros digan otra cosa. En los dados de la Historia todo es para el ganador final.

Las lanzas
titlepage.xhtml
part0000.html
part0001.html
part0002.html
part0003.html
part0004.html
part0005.html
part0006.html
part0007.html
part0008.html
part0009.html
part0010.html
part0011.html
part0012.html
part0013.html
part0014.html
part0015.html
part0016.html
part0017.html
part0018.html
part0019.html
part0020.html
part0021.html
part0022.html
part0023.html
part0024.html
part0025.html
part0026.html
part0027.html
part0028.html
part0029.html
part0030.html
part0031.html
part0032.html
part0033.html
part0034.html
part0035.html
part0036.html
part0037.html
part0038.html
part0039.html
part0040.html
part0041.html
part0042.html
part0043.html
part0044.html
part0045.html
part0046.html
part0047.html
part0048.html
part0049.html
part0050.html
part0051.html
part0052.html
part0053.html
part0054.html
part0055.html
part0056.html
part0057.html
part0058.html
part0059.html
part0060.html
part0061.html
part0062.html
part0063.html
part0064.html
part0065.html
part0066.html
part0067.html
part0068.html
part0069.html
part0070.html
part0071.html
part0072.html
part0073.html
part0074.html
part0075.html
part0076.html
part0077.html
part0078.html
part0079.html
part0080.html
part0081.html
part0082.html
part0083.html
part0084.html
part0085.html
part0086.html
part0087.html
part0088.html
part0089.html
part0090.html
part0091.html
part0092.html
part0093.html
part0094.html
part0095.html
part0096.html
part0097.html
part0098.html
part0099.html
part0100.html
part0101.html
part0102.html
part0103.html
part0104.html
part0105.html
part0106.html
part0107.html
part0108.html
part0109.html
part0110.html
part0111.html
part0112.html
part0113.html
part0114.html
part0115.html
part0116.html
part0117.html
part0118.html
part0119.html
part0120.html
part0121.html
part0122.html
part0123.html
part0124.html
part0125.html
part0126.html
part0127.html
part0128.html
part0129.html
part0130.html
part0131.html
part0132.html
part0133.html
part0134.html
part0135.html
part0136.html
part0137.html
part0138.html
part0139.html
part0140.html
part0141.html
part0142.html
part0143.html
part0144.html
part0145.html
part0146.html
part0147.html
part0148.html
part0149.html
part0150.html
part0151.html
part0152.html
part0153.html
part0154.html
part0155.html