ALONSO DE MONTENEGRO

Madrid, 1635

Y os digo, estúpida y embrutecida parroquia, que cuando Breda se rindió no todos quedaron contentos.

Habíamos sufrido mucho y la ganancia nos parecía parca.

Por supuesto que no hubo saqueo ni cosa parecida. Eso era de esperar, porque sabíamos que a Spínola no le gustaba, pero muchos inclinados al rigor, al conocer las favorables condiciones impuestas a los holandeses, se maravillaban de la clemencia que usaba el general con los enemigos.

Algunos llegaron a acusarle de remiso, diciendo que se hubiera debido proceder más ásperamente, o hacer pasar a los sitiados por debajo de las picas, sin aceptar la rendición si no entregaban al mismo tiempo las armas...

A fin de cuentas, los sitiados hubieran perecido de hambre de quedar cercados unos cuantos días más...

Eso es lo que se decía en el campamento cuando supimos que ya todo había acabado y Spínola se disponía a darse el abrazo con Justino y aceptar la rendición de la ciudad...

Las voces en el campamento eran muchas y costó mucho trabajo acallarlas...

Debieron suplicar ellos primero por la entrega, decían los soldados, en lugar de que el general se la ofreciera. ¿De qué ha valido entonces tanto sufrimiento? ¿Y los muertos, acaso no cuentan?

Sin duda Spínola entendía que son más sabios los que más blandamente castigan, y que la opinión de la clemencia es mejor que el nombre de la severidad.

Hay situaciones, le escuché decir una vez al general, en que más vale recibir daño que provecho, y él juzgaba que se debía tener más en cuenta la benignidad de nuestro rey que el propio deseo de gloria o venganza... Aun así, los holandeses se dejaron muchos dientes en Breda. Los aparejos de guerra que abandonaron no eran despreciables. Creo recordar que contamos más de cuarenta piezas de artillería, cientos de mosquetes y arcabuces, y muchos miles de libras de pólvora y balas de cañón, amén de gran cantidad de granadas, bombas y balas de fuego; por no mencionar las vituallas y herramientas que aún les quedaban...

Pero como digo, aquello a muchos les pareció poca cosa, porque esperaban sacar mayor partido de una victoria que se pregonaba en Europa a los cuatro vientos... eso no consolaba a nuestros muertos, ni a los cojos, o los mancos, o los lisiados por las heridas de una guerra que se libraba en nombre de Dios contra los enemigos de España... y al cabo, la guerra seguía y sigue en Flandes, Italia, Francia, Alemania... y así será mientras quede en los dominios del rey gente para empuñar las picas...

Mucha gloria y poco caudal; ese es el sino del soldado, y al final, quizá por tan escasa renta no hubiera sido necesario pelear tanto...

¿Me oís bien, acémilas ignorantes? Estamos rodeados de enemigos, y a este paso no quedará un rincón de tierra en todo el mundo sin tumba española. ¿Me oís?

Cabrones todos.

Las lanzas
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