AMBROSIO DE SPÍNOLA

Campamento de Casale

Las chanzas del gobierno en tan graves asuntos suelen ser síntoma de incapacidad y parálisis. Aunque sabía que mis palabras no servirían de mucho, envié respuesta al Consejo de Estado, a petición de Coloma, sobre la cuestión de los dineros necesarios si se decidía volver a la guerra contra Holanda.

Dije sinceramente lo que pensaba.

La primera resolución era no hacer guerra en más de un sitio. Ninguna guerra en dos frentes es buena, y en esto nos daba ejemplo el Turco, que nunca ha guerreado al mismo tiempo contra el emperador en Europa y su gran enemigo en Oriente, el imperio de los persas.

Expuse también que los dos millones de ducados que se gastaban cada año en defender las Molucas y Filipinas de los ataques holandeses debían ser empleados en hacerles la guerra en su propio territorio. Era imposible que tuvieran fuerzas para custodiar sus casas y a la vez inquietarnos en las nuestras. En las Indias sería provechoso reemprender la guerra, algo que no todos en el Consejo de Estado tenían claro.

Aunque no ignoraba lo castigado que el reino estaba por los impuestos, yo creía entonces que Castilla debía esforzarse en ayudar a la causa bélica, como de su gran lealtad y celo era de esperar. Y lo mismo debería pedirse a los eclesiásticos. A fin de cuentas, la guerra de Flandes tenía justificación religiosa, y ellos no solo eran hijos de la Iglesia Católica, sino también vasallos de la Corona.

Poco después de que yo dejara el Palatinado y volviera a Flandes, murió el rey Felipe III.

Inútil y cruel es criticar sobremanera o ensañarse con los muertos, pero no puedo callar que las dotes de gobierno del monarca estaban muy por debajo de las piadosas, lo cual es grave falta en un gobernante. Aunque lo traté poco personalmente, conocía bien sus hechos y talante, no solo por lo que con él hablé, sino también por las noticias que regularmente me llegaban de mis informantes en la corte.

Sin olvidar la gratitud que debo a sus mercedes, debo decir que fue un soberano de buenas intenciones y escasa voluntad, que mostraba más miedo de su salvación eterna del que debería tener que limpiar su conciencia de gobernante.

Me contaron que en sus últimos días vivió acongojado, pues pensaba haber cumplido mal con su oficio de rey, y se culpaba mucho de haber entregado su autoridad en manos de privados, hasta el punto de que se consideraba indigno de ser enterrado en camposanto.

También se culpaba del pecado de omisión, que en los príncipes puede acarrear grave daño al reino, ya que en su oficio consentir el daño es poco menos que causarlo.

Sin sombra de adulación, diré que, de no haber sido Felipe III rey, ningún hombre hubiera igualado sus virtudes, pero eso es poco saldo positivo para un político, y menos si es regidor de un imperio como el español, que requiere de manos firmes.

Las virtudes públicas, que a la postre son las que dan lustre a un gobernante, le faltaron en gran parte. La blandura de su condición y la entrega a sus validos le despojaron por completo del uso de ellas.

Al rey le sucedió su hijo mayor don Felipe IV, que tenía entonces dieciséis años y era príncipe de señaladas esperanzas, pues cualquiera podía ver que el país andaba muy mal en lo interno, y era necesario recomponerlo si queríamos dar fin con éxito a la guerra de Flandes.

Al nuevo monarca le había educado su ayo Baltasar de Zúñiga, caballero estimable dotado de excelente ingenio y saber humanístico, miembro del Consejo de Estado con quien yo mantenía buena relación.

Zúñiga tenía por sobrino al conde-duque de Olivares, que era gentilhombre de Cámara y sumiller de corps de Su Majestad, y de quien hasta entonces poco había llegado a mis oídos. Pronto supe que Olivares estaba con el flamante soberano a todas horas y entregado a su voluntad. El rumor de la corte era que no tardaría mucho en desempeñar el papel de valido que el duque de Lerma había tenido con Felipe III. Los presagios eran malos, pues enseguida Olivares quiso empeñar a España en la guerra de la Valtelina, según me dijo el archiduque Alberto poco antes de expirar.

Alberto, fiel a nuestro compromiso de evitar guerra en Flandes, negoció con los diputados de las Provincias Unidas un tratado para prorrogar la tregua, y cuando más empeñado estaba en el arreglo le sorprendió la muerte. Eso fue en pleno verano de 1621.

Al fallecer Alberto sin sucesión, las provincias flamencas volvieron otra vez a la Corona de España. Quedó de gobernadora la archiduquesa, a quien vi muy abrumada por la viudez, y eso que ella era mujer fuerte y de corazón, digna hija de su padre el gran Felipe II, y ocultaba con educación y buenas palabras la bondad natural de su carácter.

Siguiendo las órdenes del nuevo rey, yo quedé al lado de ella en Flandes, no solo para asistirla en los negocios políticos, sino también para llevar la dirección de los militares. Con eso empezaba una nueva etapa.

Las lanzas
titlepage.xhtml
part0000.html
part0001.html
part0002.html
part0003.html
part0004.html
part0005.html
part0006.html
part0007.html
part0008.html
part0009.html
part0010.html
part0011.html
part0012.html
part0013.html
part0014.html
part0015.html
part0016.html
part0017.html
part0018.html
part0019.html
part0020.html
part0021.html
part0022.html
part0023.html
part0024.html
part0025.html
part0026.html
part0027.html
part0028.html
part0029.html
part0030.html
part0031.html
part0032.html
part0033.html
part0034.html
part0035.html
part0036.html
part0037.html
part0038.html
part0039.html
part0040.html
part0041.html
part0042.html
part0043.html
part0044.html
part0045.html
part0046.html
part0047.html
part0048.html
part0049.html
part0050.html
part0051.html
part0052.html
part0053.html
part0054.html
part0055.html
part0056.html
part0057.html
part0058.html
part0059.html
part0060.html
part0061.html
part0062.html
part0063.html
part0064.html
part0065.html
part0066.html
part0067.html
part0068.html
part0069.html
part0070.html
part0071.html
part0072.html
part0073.html
part0074.html
part0075.html
part0076.html
part0077.html
part0078.html
part0079.html
part0080.html
part0081.html
part0082.html
part0083.html
part0084.html
part0085.html
part0086.html
part0087.html
part0088.html
part0089.html
part0090.html
part0091.html
part0092.html
part0093.html
part0094.html
part0095.html
part0096.html
part0097.html
part0098.html
part0099.html
part0100.html
part0101.html
part0102.html
part0103.html
part0104.html
part0105.html
part0106.html
part0107.html
part0108.html
part0109.html
part0110.html
part0111.html
part0112.html
part0113.html
part0114.html
part0115.html
part0116.html
part0117.html
part0118.html
part0119.html
part0120.html
part0121.html
part0122.html
part0123.html
part0124.html
part0125.html
part0126.html
part0127.html
part0128.html
part0129.html
part0130.html
part0131.html
part0132.html
part0133.html
part0134.html
part0135.html
part0136.html
part0137.html
part0138.html
part0139.html
part0140.html
part0141.html
part0142.html
part0143.html
part0144.html
part0145.html
part0146.html
part0147.html
part0148.html
part0149.html
part0150.html
part0151.html
part0152.html
part0153.html
part0154.html
part0155.html