PADRE HERMANN HUGO (S. I.)

Rheinsberg, 1629

En Breda, el invierno nos favoreció, pues el de ese año fue de los más blandos que se recuerdan. De no ser así, es dudoso que nuestra constancia sobrepujara las dificultades de la empresa.

Los sitiados llevaron el temor a nuestros cuarteles en noviembre, cuando levantaron un dique para provocar la inundación de los ríos Merck y Aa.

Spínola confiaba mucho en que un cerco tan apretado terminaría quebrando a la guarnición de la ciudad. Creía que los franceses, ingleses y escoceses del ejército holandés sufrirían mal la carestía de pan y otras viandas, pues los soldados de los tercios, y en particular los españoles, consideraban a estos enemigos poco frugales y muy inclinados a deleites. Fue un error. A la hora de la verdad, nuestros adversarios demostraron ser combatientes recios, capaces de resistir las privaciones como el que más.

En total, debieron de perecer en Breda unos cinco mil, una tercera parte de toda la gente que había en la ciudad. Y para tenernos ignorantes de la mortandad que se producía tras las murallas, las autoridades de la plaza sitiada decretaron que en los funerales no doblasen las campanas, aunque por algunos desertores supimos que la villa no se podría mantener si no llegaba pronto el socorro.

Lo confirmó un prisionero alemán que había servido en las filas rebeldes nueve meses. El conde de Isenburgh, que lo identificó como uno de sus vasallos, le perdonó la vida a condición de que volviese a Breda y nos informara de la situación.

El espía alemán cumplió bien. Regresó a la ciudad y en ella estuvo dos meses sin que nadie sospechara de él.

Lo que nos dijo al volver a nuestro bando fue que los soldados de la guarnición habían empezado a comerse los caballos y solo tenían pan para sesenta días.

La moral también era baja, y algunos sitiados deseaban que Spínola batiese más duramente la plaza con la artillería, para darles pretexto a rendirse pronto y honrosamente.

En todo este tiempo, los holandeses no cejaron en levantar obras para divertir las aguas o enderezar diques que inundaran nuestros cuarteles.

Esto tenía muy preocupado al general, que mantenía muchos espías para que le advirtieran de los trabajos enemigos. Y si había luna llena o nueva, que es cuando suelen crecer más las aguas, reforzaba con gente los cuarteles de Terheyden y Terhaghen, que era por donde más temía que los holandeses atacaran.

Entretanto, tuvimos malas noticias de Gooch, una ciudad del país de Cleves.

El gobernador holandés de Nimega, Lamberto Charles, sabedor de que en Gooch había poca guarnición y de que las murallas estaban en mal estado, reunió gente, acometió y entró en la plaza.

De los novecientos soldados que estaban de guarnición, solo unos quinientos podían manejar las armas; al resto se lo impedían las enfermedades, la vejez y otros achaques. Así que para los holandeses aquello fue un paseo.

Las lanzas
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