FEDERICO ENRIQUE DE ORANGE-NASSAU
Estatúder de Holanda
Bolduque, 1629
Los españoles creen haber ganado, pero no han ganado nada.
España, agotada por el esfuerzo de un cerco tan prolongado tras lo de Breda, se encontró con un ejército agotado y sin dinero para emprender nuevas operaciones, y eso le forzó a reducir sus efectivos.
De unos setenta mil hombres pasó a tener cincuenta mil, y de estos la mayor cantidad estaba dispersa y paralizada en las guarniciones; y lo mismo en cuanto al dinero, pues de cuatro millones de ducados que se enviaban anualmente desde España, pasaron a menos de tres.
Por el contrario, nuestro ejército se reforzó y aumentó. No era suficiente al principio para romper las defensas hispanas de Flandes en el sur, pero sí bastaba para atacar las fortalezas que Spínola mantenía en el nordeste, junto al Rin y Alemania.
Desde ese territorio se podía invadir fácilmente Holanda y Zelanda, ya que no era necesario superar la barrera de ríos que protegía a las Provincias Unidas de un ataque desde el sur. De esta forma quedé con el ejército detenido en el Rin, vigilando a Spínola para impedirle avanzar.
Entretanto, el conde Ernesto Casimiro de Nassau se apoderó de Oldenzaal porque el ejército que mandaba su pariente Enrique de Bergh llegó tarde al socorro.
Ernesto Casimiro moriría años después de un balazo de mosquete cuando se bajó del caballo para inspeccionar una trinchera en el cerco de Roermond. Antes había luchado contra los españoles a las órdenes de su hermano Guillermo Luis y de Mauricio de Nassau, a quien espero que Dios haya concedido el cielo.
Oldenzaal capituló después de diez días de bombardeo. Un éxito inesperado, ya que la ciudad estaba considerada uno de los tres mayores bastiones católicos en el norte del Rin.
Castigado por la falta de dinero, Spínola no se atrevió a cruzar ese río hasta Holanda. Temía que entonces contraatacáramos y llevara en barco a mis tropas para invadir la costa sur de Flandes.
Poco a poco, nosotros nos íbamos fortaleciendo y ellos debilitando, aunque las fuerzas parecían estar más o menos equilibradas en 1627, pero Spínola no se engañaba y sabía que la balanza estratégica iba inclinándose de nuestro lado. En todo esto influyó el puño de hierro que apliqué a la conducción de la guerra.
Como Mauricio, yo tampoco creo en la democracia (¿dónde habla Dios de ella en la Biblia?) y menos aún en tiempos turbulentos.
Las decisiones estratégicas no son asunto de los burgueses ricos que gobiernan la mayoría de nuestras ciudades. Las gobierno yo con un grupo reducido y cerrado de gente leal. Son mis consejeros, elegidos por mí para gestionar, organizar y manipular, si llega el caso, a los Estados Generales y las asambleas locales. También dominan el comité secreto que debate las gestiones militares y sus delegaciones en el ejército durante las campañas, aunque en teoría estos subcomités son elegidos cada año por los Estados Generales. Paparruchas, como me enseñó Mauricio.
A través de mi grupo de fieles soy yo quien lo controla todo y decido realmente.
Con frecuencia, tanto los Estados Generales como las asambleas locales son marionetas que apenas tienen idea del desarrollo y verdaderos fines de las operaciones militares.
En 1627 volví a atacar en el norte. Fingí amenazar Wessel en el Rin y luego cambié repentinamente de dirección hacia mi verdadero objetivo, que era Grol.
Puse el cerco a la ciudad con una serie de trincheras que unían los campamentos, y construí una línea de circunvalación y otra de contravalación para bloquearla por entero e impedir cualquier socorro.
Al comprobar que nuestras posiciones eran muy fuertes, Spínola ordenó a Bergh que tratara de cortarnos los suministros de víveres, pero les salió mal. Dicen que porque no se llevaba bien con los oficiales españoles e italianos, que se negaban a obedecerle.
Aquello nos favoreció mucho y Grol se rindió a mediados de agosto, pero este esfuerzo nos agotó y al año siguiente tuvimos que quedar a la defensiva. Además, los ejércitos de la Liga Católica devastaban Alemania en la guerra religiosa desatada en el norte de Europa. Esperábamos una invasión desde el este que no se produjo, y mientras tanto seguí acumulando fuerzas.
En 1629 ya estábamos listos para emprender de nuevo la ofensiva, y en esto tenía mucho que ver la captura por nuestros corsarios del tesoro español de las Indias, en la costa norte de Cuba. Un golpe de suerte que nos proporcionó tres millones de ducados. Casi lo que costaba mantener a nuestro ejército durante un año.
Con este dinero aumenté el ejército a unos ochenta mil hombres, superando en mucho los efectivos españoles, y estuve en condiciones de atacar la frontera fluvial que separa Flandes de las Provincias Unidas.
Debido a la captura del dinero de su flota, ellos estaban ahora sin recursos para hacernos frente. Los tercios llevaban ya varios meses sin paga, y el descontento de los soldados españoles se agravó cuando supieron de la nueva guerra contra Francia en el norte de Italia, lo que alejaba de Flandes los escasos recursos que España podía dedicar a la defensa de ese territorio.
En abril de ese mismo año crucé por sorpresa la barrera de los ríos Rin, Waal y Mosa, y puse cerco a Bois-le-Duc, que los españoles llaman Bolduque.
Su captura representaba un gran triunfo para nuestra causa, aunque no fue fácil. Un ejército español intentó socorrerla, pero sus soldados apenas tenían munición por la escasez de dinero y pudimos rechazarlo.
El conde de Bergh, entonces, cambió de estrategia. Marchó hacia el este, cruzó el Rin y en Alemania se le unió otro ejército que le envió el emperador.
Con toda esta tropa, Bergh avanzó al norte y luego giró al oeste y penetró en el corazón de Holanda.