2

Cuando el cardenal Melchior se aproximó a la Puerta de los Sacramentos para abandonar la basílica de San Pedro percibió un resplandor con el rabillo del ojo y se volvió. Ante la capilla de la Piedad había una figura vestida de blanco y a sus espaldas se elevaba la estatua de mármol de Miguel Ángel; durante un momento era como si la solitaria figura aunara el inmenso pesar y la fe en un nuevo principio. Echó un vistazo al canciller imperial que se había adelantado, pero este siguió caminando y fingió no haber visto nada. Melchior se detuvo, luego se volvió, se acercó a la capilla con pasos lentos e inclinó la cabeza.

—Dios sea con vos, Eminencia —dijo Polyxena von Lobkowicz.

—Y con vos, hija mía.

Ella le tendió un arrugado pergamino, él lo aceptó. Era un garabateado dibujo que representaba el árbol genealógico de las casas Pernstein y Lobkowicz. En un casillero adicional en el que una mancha de tinta se había convertido en una calavera aparecía una fecha. Melchior entornó los ojos; la fecha era de hacía un par de semanas. Detrás aparecía una cruz. Polyxena von Lobkowicz asintió con la cabeza.

—Estoy seguro de que fue una persona notable —dijo el cardenal.

—Nuestro padre consideraba que el diablo en persona le había jugado una mala pasada cuando vio la mancha por primera vez. Nuestra madre creía que las oraciones diarias y una rigurosa lectura de la Biblia impedirían que el diablo se apoderara de ella. ¿Qué podría haber creído ella, salvo que su destino estaba ya escrito?

—No creo que fuera tan sencillo.

La esposa del canciller imperial se encogió de hombros.

—Ella siempre formó parte de mí. Lo único que yo deseaba era verla feliz; ahora me falta la mitad de mi alma. Hizo cosas tan atroces que ni siquiera puedo pensar en ello sin estremecerme. Sin embargo, la echo de menos, como si alguien me hubiese arrancado el corazón.

—Al final, vos lograsteis resistir la tentación del Mal.

—Aquel día, cuando después de la defenestración los señores Martinitz, Slavata y su escribiente se refugiaron en mi casa, de pronto comprendí que ella realmente había conseguido el poder de impulsar el imperio a la guerra. Antes había dudado de ello. Y tuve que detenerla.

—Puede que vuestro conocimiento haya llegado demasiado tarde.

—Solo podemos luchar contra el Mal… y albergar esperanzas. Nunca es demasiado tarde para la esperanza.

Melchior le devolvió el pergamino, pero la mujer del canciller imperial no lo aceptó.

—Habría podido impedir todo eso si hubiera sido lo bastante fuerte —dijo Polyxena.

—Es imposible convencer a alguien para que renuncie al Mal. Es un paso que cada uno ha de dar por sí mismo… o perecer.

—Sabéis de lo que estáis hablando, desde luego.

—No —contestó él, suspirando—. No, no lo sé. Dediqué media vida a luchar contra la tentación de la Biblia del Diablo y ni una sola vez encontré el valor de enfrentarme a ella en persona.

—¿Acaso queréis decir que vos mismo considerasteis que vuestra fe no era lo bastante firme?

—Querida mía —dijo Melchior con una sonrisa e indicó la imagen de la Virgen María petrificada de dolor que se elevaba a espaldas de Polyxena—, alguien que está convencido de que su fe es lo bastante firme ya se encuentra a mitad de camino de la oscuridad.

Ella lo contempló, luego se volvió, se arrodilló en el banco ante la capilla y empezó a rezar. Melchior la contempló unos momentos desde atrás, recordó su belleza y halló otra belleza muy diferente, pero el mismo dolor. Se persignó en silencio y abandonó la capilla.

El guardián de la Biblia del Diablo
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
TOC.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita_bibliografica.xhtml
leyenda.xhtml
dramatis_personae.xhtml
figuras_historicas.xhtml
cita_evangelio.xhtml
1612.xhtml
1612_001.xhtml
1612_002.xhtml
1612_003.xhtml
1612_004.xhtml
1612_005.xhtml
1612_006.xhtml
1612_007.xhtml
1612_008.xhtml
1612_009.xhtml
1612_010.xhtml
1612_011.xhtml
1617.xhtml
1617_001.xhtml
1617_002.xhtml
1617_003.xhtml
1617_004.xhtml
1617_005.xhtml
1617_006.xhtml
1617_007.xhtml
1617_008.xhtml
1617_009.xhtml
1617_010.xhtml
1617_011.xhtml
1617_012.xhtml
1617_013.xhtml
1617_014.xhtml
1617_015.xhtml
1617_016.xhtml
1617_017.xhtml
1617_018.xhtml
1617_019.xhtml
1617_020.xhtml
1617_021.xhtml
1617_022.xhtml
1617_023.xhtml
1617_024.xhtml
1617_025.xhtml
1617_026.xhtml
1618_1.xhtml
1618_1_001.xhtml
1618_1_002.xhtml
1618_1_003.xhtml
1618_1_004.xhtml
1618_1_005.xhtml
1618_1_006.xhtml
1618_1_007.xhtml
1618_1_008.xhtml
1618_1_009.xhtml
1618_1_010.xhtml
1618_1_011.xhtml
1618_1_012.xhtml
1618_1_013.xhtml
1618_1_014.xhtml
1618_1_015.xhtml
1618_1_016.xhtml
1618_1_017.xhtml
1618_1_018.xhtml
1618_1_019.xhtml
1618_1_020.xhtml
1618_1_021.xhtml
1618_1_022.xhtml
1618_1_023.xhtml
1618_1_024.xhtml
1618_1_025.xhtml
1618_1_026.xhtml
1618_2.xhtml
1618_2_001.xhtml
1618_2_002.xhtml
1618_2_003.xhtml
1618_2_004.xhtml
1618_2_005.xhtml
1618_2_006.xhtml
1618_2_007.xhtml
1618_2_008.xhtml
1618_2_009.xhtml
1618_2_010.xhtml
1618_2_011.xhtml
1618_2_012.xhtml
1618_2_013.xhtml
1618_2_014.xhtml
1618_2_015.xhtml
1618_2_016.xhtml
1618_2_017.xhtml
1618_2_018.xhtml
1618_2_019.xhtml
1618_2_020.xhtml
1618_2_021.xhtml
1618_2_022.xhtml
1618_2_023.xhtml
1618_2_024.xhtml
1618_2_025.xhtml
1618_2_026.xhtml
1618_2_027.xhtml
1618_2_028.xhtml
1618_2_029.xhtml
1618_3.xhtml
1618_3_001.xhtml
1618_3_002.xhtml
1618_3_003.xhtml
1618_3_004.xhtml
1618_3_005.xhtml
1618_3_006.xhtml
1618_3_007.xhtml
1618_3_008.xhtml
1618_3_009.xhtml
1618_3_010.xhtml
1618_3_011.xhtml
1618_3_012.xhtml
1618_3_013.xhtml
1618_3_014.xhtml
1618_3_015.xhtml
1618_3_016.xhtml
1618_3_017.xhtml
1618_3_018.xhtml
1618_3_019.xhtml
1618_3_020.xhtml
1618_3_021.xhtml
1618_3_022.xhtml
1618_3_023.xhtml
1618_3_024.xhtml
1618_3_025.xhtml
1618_3_026.xhtml
1618_3_027.xhtml
1618_3_028.xhtml
1618_3_029.xhtml
epilogo.xhtml
epilogo_001.xhtml
epilogo_002.xhtml
epilogo_003.xhtml
apendice.xhtml
Biblia_del_Diablo.xhtml
camino_a_la_guerra.xhtml
colofon.xhtml
agradecimientos.xhtml
fuentes.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml