21

Wenzel clavó la vista en los dedos. Se curvaron y los gatillos de ambas pistolas bajaron.

—¡Clic! ¡Clic!

Isolde soltó una risita, alzó los índices y los pulgares y volvió a apuntarle.

—¡Clic! ¡Clic!

El sonido ya no parecía tan auténtico al ver que las pistolas consistían en índices y pulgares, pero cuando alguien presionaba un índice contra la parte de atrás de tu cabeza y no osabas volverte, el sonido era increíblemente auténtico.

—¿Isolde?

Ella ladeó la cabeza y lo contempló; Leona la había descrito muy bien. Wenzel la hubiera encontrado en medio de una multitud, pero su presencia en ese lugar resultaba incomprensible. Notó que sus rodillas todavía temblaban de miedo. Quizá podría haberla atrapado simulando que le había dado y dejándose caer con gesto teatral, pero de momento sus nervios se lo impedían.

—¿Isolde?

Ella batió las palmas, rio y soltó un torrente de sílabas que podían significar cualquier cosa. Él vio el hilillo de baba que se derramaba por su mentón.

—¡Silencio! —susurró.

—Silencio —repitió Isolde, y alzó la mirada al cielo con una sonrisa—. Silencio…

Wenzel recordó su actividad como espía en la parte posterior de la casa de Adam Augustyn, cuando la niña se negó a apartarse de él. Se llevó un dedo a los labios con aire resignado, pero esa vez Isolde pareció comprender porque apretó los labios y frunció el ceño. Aún dirigía la mirada más allá y de repente él se dio cuenta de que la expresión ceñuda no estaba dirigida contra él y miró en la misma dirección.

Arriba, en el puente, había dos personas junto a Alexandra. Una era una mujer. Durante un instante Wenzel creyó que eran Agnes y alguien que había acudido en su ayuda, pero entonces vio los largos cabellos rubios y el vestido blanco.

Isolde susurró unas palabras. Parecía tanto temerosa como enfadada.

—¿Qué sucede allí arriba?

Isolde balbuceó y agitó los dedos. De pronto se abofeteó a sí misma y después señaló el puente.

—¿Te pegaron? ¿Qué pasa allí arriba?

Ella se acurrucó en el suelo del bosque y él oyó su llanto. Entonces se sobresaltó: un grito había resonado desde el puente. Trató de ver qué ocurría sin perder de vista a Isolde, pero era imposible y salió de su escondite. El puente estaba desierto y se estremeció al pensar en el hombre que se había precipitado ante sus ojos. ¿Acaso habían arrojado a Alexandra…? Trató de distinguir algo más y le pareció ver el extremo de una soga enrollada en torno a una de las vigas y que la cuerda estaba en tensión, como si algo colgara de la punta, algo apoyado en las maderas del puente, pero no estaba seguro. Trató de tragar saliva y se dio cuenta de que tenía la boca seca. Entonces supo lo que debía hacer, solo que no era lo convenido con Agnes.

—Isolde, ha venido tu madre para recogerte —dijo, procurando no jadear.

Ella volvió la cabeza y su rostro empapado en lágrimas se iluminó. Quiso ponerse de pie, pero Wenzel la sujetó.

—¡No hagas ruido! —siseó—. Para que tu madre pueda sacarte de aquí, primero hemos de hacer una cosa.

Ella lo miró fijamente. Él alzó la mano y le limpió el mentón con el puño. Ella sonrió como una niña pequeña.

—Has de conseguir que pueda acceder al interior del castillo. ¿Hay una entrada secreta en alguna parte?

Fue tan sencillo que casi resultaba ridículo. Isolde abrió la puerta enrejada de la pequeña capilla, se abrió paso a través de una grieta entre la pared posterior de la capilla y el altar de piedra tallada, y finalmente desapareció. Wenzel la siguió y vio una trampilla abierta en el suelo. Isolde ya estaba de pie en la estrecha escalerilla que conducía hacia abajo. Wenzel la siguió. El pasadizo debía de ser de la época en la que Pernstein todavía estaba obligado a defenderse de los ataques del exterior: una última oportunidad de huir para la familia del señor del castillo, cuando ya todo parecía perdido. Wenzel no sabía si alguna vez había sido utilizado con ese fin. Le parecía inimaginable que ni siquiera hacía cientos de años unos enemigos hubiesen intentado atacar esa monolítica fortaleza. En todo caso, Isolde había descubierto el pasadizo. Siempre eran los inocentes quienes se topaban con esas cosas.

Tuvo que agacharse para abrirse paso. El pasadizo había sido excavado en la roca sobre la cual se elevaba el castillo y ascendía de manera abrupta. La humedad hacía que el suelo fuera resbaladizo y si bien había sido cavado de manera tosca y los pies de secretos fugitivos nunca lo habían alisado, era tan peligroso como el más liso de los mármoles mojados. Tras unos pocos pasos la oscuridad ya era total y Wenzel avanzó tanteando las paredes a derecha e izquierda, en parte porque resbalaba pero sobre todo por la negrura que lo rodeaba. Lo atenazaba el temor de un ser que vive a la luz del día y que está atrapado en una cueva tenebrosa. La humedad que goteaba de las paredes había producido excrecencias blandas y viscosas que cedían bajo sus manos. Se estremeció y no quiso imaginar el aspecto que tendrían bajo la luz, pero tampoco pudo dejar de tantear las paredes. Sus pasos resonaban en el estrecho túnel y los latidos de su corazón eran casi ensordecedores. Si Isolde no hubiese soltado una risita de vez en cuando habría creído que estaba solo allí abajo.

Entonces ella se detuvo abruptamente y él chocó contra su cuerpo. Isolde tropezó hacia delante, los pies de él resbalaron y cayó sobre ella. El pasadizo era lo bastante inclinado como para que se deslizara hacia atrás e, instintivamente, se agarró a ella y la arrastró. Ambos se deslizaron hacia atrás un par de metros antes de que las botas de él encontraran un apoyo en el suelo rugoso. Wenzel jadeó, ella soltó otra risita, y poco a poco se dio cuenta de que ella debía de estar tendida de espaldas y que él estaba tendido encima de ella como un amante. Murmuró unas palabras y trató de incorporarse, pero ella lo sujetó con los brazos y un instante después notó que depositaba un beso húmedo en su mejilla.

—Sí —dijo en tono desesperado—, sí, yo también te aprecio. Yo…

Y entonces comprendió por qué Isolde se detuvo tan abruptamente y le cubrió la boca con una mano.

Había oído voces.

El guardián de la Biblia del Diablo
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