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Wenzel admiraba a Agnes por la serenidad que al parecer seguía conservando. La mirada de ella le había revelado que sentía casi tanto temor por Alexandra como él mismo, pero que se esforzaba por disimularlo. En eso se parecía mucho a Cyprian. Las viejas historias que a menudo había oído sobre aquel año en el cual ella y su padre se habían visto por primera vez y comprobado que eran hermanos solo entonces parecían dignas de crédito, al verla tan sosegada y segura de sí misma. El propio Wenzel apenas lograba quedarse quieto cuando desmontaban para dar un descanso a los caballos o dejar que se alimentaran.
Aliviado, notó que habían alcanzado la bifurcación mencionada por Agnes. Desde allí el camino conducía directamente a Brno; esa noche habrían alcanzado la ciudad. Con un poco de suerte, Vilém Vlach y Andrej ya habrían emprendido la búsqueda de Alexandra. Habían partido un día antes y Wenzel soltó un gruñido de impaciencia; hubiera dado su brazo derecho por acompañarlos, pero había permanecido junto a Agnes. Adam Augustyn también había seguido demostrando que podían confiar en él y reunió a todos los escribientes y contables de la empresa en su casa, a los que logró convencer de que siguieran siendo fieles a Khlesl & Langenfels. La cifra fue asombrosamente numerosa y no tardaron ni un momento en convertir la casa de Augustyn en una agencia en la que —entre niños que gateaban, juguetes de madera y un pequeño grupo de cocineros dirigidos con eficiencia militar por la mujer de Augustyn— intentaban rescatar la parte de la empresa que aún permanecía fuera del alcance del rey. Hubo que organizarlo, al igual que el alojamiento de Andreas y del pequeño Melchior, que al final también se instalaron en casa de los Augustyn. Que lograran montar todo eso en un solo día se debía en gran parte a la diligencia de Agnes. No obstante, habían perdido un día y aunque Agnes lo envió a hacer cientos de recados, al igual que a todos los demás, Wenzel tuvo que morderse los nudillos para no gritar de impaciencia.
Azuzó su caballo. El camino, que tras la bifurcación conducía hasta Brno, era igual de ancho que el anterior y parecía convocarlo.
En el cruce crecía el habitual pequeño grupo de árboles, entre ellos un tilo viejísimo e inmenso que indicaba que antaño allí debía de haberse elevado un patíbulo. En el presente solo quedaba un crucifijo ante el cual estaba arrodillada una figura, una imagen muy familiar. Wenzel se persignó sin detenerse e intentó reprimir una jaculatoria: «¡Santa María Madre de Dios, protege a Alexandra!», porque consideraba que alguien que exhortaba a los poderes celestiales a proteger a sus seres queridos ya estaba resignado y no se creía capaz de hacerlo. ¡Ese momento todavía no había llegado! Susurró: «¡Dame fuerzas para hacer todo lo correcto, Señor!», pero después cambió las palabras por las siguientes: «Te agradezco, Señor, por haberme dado la fuerza para poder hacer todo lo correcto». Luego añadió mentalmente: «Haz que la encuentre a tiempo, por favor». Finalmente se dio cuenta de que había dejado atrás a Agnes.
Refrenó su caballo y lo hizo girar. El otro caballo estaba junto al camino arrancando las altas hierbas que crecían al pie del grupo de árboles, Agnes no aparecía por ninguna parte. Confuso y con un temor cada vez mayor, se enderezó en la silla de montar. Entonces la vio junto al crucifijo, sentada en el suelo. Él sabía que ella tampoco sacrificaría tiempo desmontando y rezando; al igual que él, confiaba que Dios no consideraría necesario que se arrodillara ante Él cada dos o tres millas. ¿Acaso se había caído del caballo? ¿Estaba herida? Pero entonces vio que sostenía una figura acurrucada entre los brazos, se acomodó en la silla y regresó a la encrucijada al galope.
Agnes alzó la vista y lo contempló con los ojos llenos de lágrimas. La que rezaba entre sollozos era una anciana y Wenzel la reconoció: en cierta ocasión la había visto sumida en un sueño semejante a la muerte en su alcoba de la casa de los Khlesl.
—¿Leona? —preguntó, incrédulo.
La anciana volvió su rostro empapado en lágrimas hacia él.
—Ahora todo se arreglará —susurró.
Agnes la estrechó entre sus brazos.
—Reconocería a Leona aunque fuera de noche —dijo—. Cuando vi la figura orando ante el crucifijo supe en el acto que se trataba de Leona.
—¿Dónde está Alexandra, Leona? —preguntó Wenzel, presa del miedo.
—Hemos enviado a Vilém y a Andrej en la dirección equivocada —dijo Agnes en tono furibundo—. Ese diablo nos hizo creer a todos que él y las mujeres se dirigían a Brno.
Señaló las oscuras sombras de las arboladas colinas; en algunas abruptas cimas se divisaban rocas rojizas que resplandecían entre el oscuro verdor como las garras de poderosas zarpas. El camino conducía directamente a las zarpas.
—Alexandra no se encuentra en Brno. Está en Pernstein.