5

Melchior Khlesl, obispo de Viena, ministro personal del emperador Matías y desde hacía un año poseedor de un capelo de cardenal, estaba de pie junto a la mesa donde se amontonaban los papeles. A sus espaldas se elevaba una pizarra cubierta de frases y fragmentos de palabras. En la mano izquierda sostenía un documento y una tiza; en la derecha, entre el dedo anular y el meñique, una esponja, al tiempo que sujetaba un panecillo medio roído con el dedo medio. Sin alzar la vista del documento, el cardenal garabateó un par de notas en la pizarra, trazó un círculo en torno a los fragmentos de palabras, unió diversos círculos con líneas, dejó la tiza, le pegó un mordisco al panecillo y después dejó caer el papel en la mesa. Con la izquierda recogió un nuevo documento de otro montón.

—Enseguida habré acabado… —dijo, sin dignarse dirigirle la mirada a Cyprian, y frunció el ceño a medida que la lectura provocaba su disgusto. Melchior Khlesl cerró la boca y luego mostró los dientes, colérico.

—Me encuentro muy bien, tío —dijo Cyprian, esbozando una sonrisa burlona.

—Cretinos —murmuró el cardenal Melchior en tono amargo. Acto seguido cogió la tiza y garabateó unas palabras en la pizarra—. Descerebrados. Ni siquiera son capaces de encontrar su propio trasero con un mapa. ¿Eh? ¿Qué has dicho? Ah, sí… —añadió, antes de dejar caer la tiza y el documento.

Con gran interés, Cyprian observó que el panecillo se le escapaba de los dedos a su tío y desaparecía en la ancha manga cuando el prelado alzó la mano derecha para pegarle un bocado. El resultado de todo ello fue que le pegó un bocado a la esponja en vez de dárselo al panecillo. Sorprendido, Melchior alzó la vista y preguntó:

—¿Cómo te encuentras?

Y su rostro adoptó la expresión indignada de quien acaba de darle un mordisco a una esponja húmeda llena de polvo de tiza. El cardenal escupió y clavó la vista en la esponja que sostenía en la mano, el panecillo aprovechó la confusión general, surgió de la manga y cayó al suelo. Estaba tan seco que rebotó.

—Toma —dijo Cyprian, y le alcanzó el pan fresco que había traído de su casa—. Verte comer pan seco resulta intolerable.

Melchior contempló el obsequio de Cyprian como si sospechara que se trataba de un nuevo ataque a sus encías, pero comió un bocado, volvió a contemplar el panecillo y después a Cyprian.

—¡El que horneó esto tiene un futuro! —auguró con la boca llena.

Cyprian asintió.

—En este momento, Agnes diría que la maldición de los panaderos ha caído sobre nuestra familia.

—¿Le has dicho que emprenderemos un viaje?

—No —contestó Cyprian—. Cuando salí de casa, yo tampoco sabía que emprenderíamos un viaje.

Melchior indicó el atuendo de Cyprian con un rápido gesto.

—Entonces, ¿por qué llevas esas ropas?

—Digamos que albergaba cierta sospecha… —admitió Cyprian, suspirando.

—No tiene importancia. Le enviaré un mensajero a Agnes. ¿Ya han regresado de Viena Alexandra y los muchachos?

—No, los aguardamos para dentro de tres días.

—¡Mierda! —exclamó Melchior, y su rostro se crispó.

Cyprian, procurando disimular su agitación, se acercó a su tío, apartó un montón de papeles y se sentó en la mesa.

—Vamos por partes —dijo.

—¿Sabes que Andrej estuvo en Brno?

Cyprian se encogió de hombros.

—Por supuesto. Intentará aguardar allí la llegada del coche con los muchachos y seguir viaje con ellos hasta Praga.

El cardenal negó con la cabeza.

—Le aconsejé que siguiera viaje de inmediato.

—Por algún motivo, me da la impresión de que me cuentas las cosas con cuentagotas.

Melchior Khlesl hurgó en los bolsillos de su atuendo, después tanteó la mesa y por fin echó un vistazo debajo del mueble. En el suelo había un solitario rollo entre migajas de pan. Cyprian se deslizó de la mesa, lo recogió y se lo alcanzó a su tío, que lo agitó sin mirarlo siquiera.

—Un socio de Andrej lo involucró en un asesinato —declaró el tío de Cyprian, y relató secamente la experiencia de Andrej en Brno.

Por más abrumado que estuviese por el trabajo, como siempre la memoria del cardenal era excelente. Ni siquiera olvidó añadir lo que había advertido a Andrej: que en el futuro no esperara demasiado de los negocios en Brno.

—¿Por qué te ha enviado ese mensaje a ti? Debería habérnoslo mandado a Agnes y a mí.

—No todas las palomas del palomar de tu agente comercial de Brno son originarias de la casa Wiegant & Khlesl de Praga —dijo el cardenal, y tuvo la decencia de adoptar una expresión un tanto avergonzada.

—¿Acaso hay algún lugar en el que aún no te hayas infiltrado?

Melchior Khlesl guardó silencio.

—De acuerdo —dijo Cyprian, a pesar de sí mismo—. Al parecer, en Brno buscan a un tonto al que puedan señalar con el dedo cuando en un futuro inminente una parte de la población pregunte por qué han encerrado a un inocente y la otra parte se cuestione porque no han decapitado al prisionero. ¿Qué tiene eso de particular?

—Echa un vistazo a la fecha del mensaje.

Cyprian cogió el documento y lo desenrolló. Su rostro permaneció impasible. Dejó que volviera a enrollarse pero no se lo devolvió a su tío.

—Andrej es astuto —dijo Melchior—. Claro que no podía saber que la paloma volaría directamente a mi palomar, así que dio por sentada la posibilidad de que alguien interceptara el mensaje. —Cyprian se dispuso a replicar, pero el cardenal alzó la mano—. En primer lugar, el mensaje estaba destinado a ti y a Agnes; vosotros comprenderíais su importancia de inmediato, al igual que yo. En todo caso, si el mensaje iba a parar a las manos equivocadas, quien lo hubiera interceptado se preguntaría si el remitente habría vivido veinticinco años en el fondo de un pozo y desconociera la fecha en la que estamos.

—«Brno, primavera de 1592» —citó Cyprian—. Espero que con ello no se refiera a lo que yo creo.

—No me cabe la menor duda de que se refiere exactamente a eso.

Cyprian se concedió un gesto: estrujó el rollito en el puño y se pasó la mano por el cabello.

—Maldición —dijo—, ninguno de nosotros olvidará ese año jamás.

Melchior no dijo nada. Cyprian se vio a sí mismo de pie ante su tío, en otro despacho, en otra ciudad: en Viena. El encuentro se había producido hacía veinticinco años y Cyprian acababa de explicarle a su tío que había encontrado una meta en la vida: el amor por Agnes Wiegant y que quería despedirse de su servicio. Solo una tarea más, había dicho el tío Melchior. El encargo implicó que a todos los seres queridos de Cyprian se les abrieran las puertas del infierno bajo la forma de un gigantesco libro cuyas páginas volvían a desplegarse ante su imaginación. Deseó haber sabido entonces lo que sabía en el presente: que él y el tío Melchior intentarían impedir el despertar de algo que se dirigía directamente al lado oscuro de las personas, que parecía la palabra de Dios y que con la voz del diablo susurraba lo siguiente al oído de todos cuantos lo buscaban: «Todo esto te daré si te postras y me adoras…». Hacía mucho tiempo que Cyprian ya no dudaba de que la Biblia del Diablo era obra del Gran Corruptor pues, ¿quién mejor que el diablo conocía el Mal que acechaba en el corazón de los seres humanos?

Apretó los dientes y procuró dominar la ira que lo invadía y el miedo ante la idea de tener que acompañar a su tío. El corazón le latía lenta y pesadamente. El cardenal comió otro bocado del panecillo con rostro aparentemente inexpresivo y masticó: un ruido sonoro en medio del silencio reinante. Cyprian era consciente que la nada inexpresiva mirada del cardenal reposaba sobre él y, disgustado porque el silencio de su tío lo obligaba a decirlo, soltó:

—Hemos de comprobar que aún esté a buen recaudo.

—He enviado un mensaje a Andrej diciéndole que se reúna con nosotros en Braunau. Cabalgará directamente desde Brno hasta allí.

—Este asunto también incumbe a Agnes, no solo a nosotros, los hombres.

—¿Quieres llevarte a Agnes? Tus hijos regresan dentro de tres días. ¿Quieres desperdiciar tres días esperando? ¿O prefieres que los chicos lleguen a una casa desierta donde los recibirán criados que se encogerán de hombros cuando ellos pregunten por sus padres?

—Ya recuerdo qué he echado de menos durante los últimos veinte años.

—Sí, ¿verdad? —dijo el cardenal y una sonrisa le iluminó el rostro, pero no la mirada—. Cuando antaño me insultaste, deberías haber sabido que en algún momento habría consecuencias.

—¿Y qué pasa con los chicos? Si Andrej no los acompaña…

—Andrej solo es un hombre. Aparte de eso, se supone que disponen de una escolta desde Viena. Y, en última instancia, aún cabe en lo posible que Andrej haya comido algo demasiado pesado y se haya preocupado en vano.

—Eso resulta muy tranquilizador.

—Ordené a tu agente comercial que contratara más guardias de corps, hombres de confianza a mi sueldo —dijo Melchior Khlesl en voz baja.

—¿Qué haremos si ya no está ahí?

El cardenal masticó el panecillo durante tanto tiempo que Cyprian tuvo que hacer un esfuerzo por no perder la paciencia. El temor que sentía tras haber leído la fecha y comprendido que Andrej creía que la Biblia del Diablo había vuelto a despertar tal vez era aún más intenso que el miedo que sintió en el pasado. Por entonces había estado constantemente en acción y la lucha por Agnes y por el amor de ambos había supuesto una exigencia mucho mayor que el intento de Melchior de seguir ocultando la Biblia del Diablo al mundo. En ese momento, en cambio… en ese momento se sentía inexplicablemente viejo y cansado y a merced de un adversario que no era un ser humano, sino un símbolo del Mal y que despertaba el Mal en cuantos ansiaban apoderarse de él. ¿Cómo enfrentarse al diablo cuando sus propios hijos estaban ahí fuera, en un viaje sobre cuyos peligros todavía no había dedicado ni un instante de reflexión, y cuando ya no tenía veinte años y estaba tan embargado por la cólera que hubiese preferido entrar en combate contra todo el mundo?

Cyprian sabía que cuando la Biblia del Diablo despertara, empezaría a lanzar sus llamadas. Y esa vez, ¿quién sucumbiría a la tentación y seguiría a la mitad oscura de su alma? Se estremeció al recordar al padre dominico que en el pasado disparó el proyectil de ballesta contra Agnes sin la menor necesidad, solo para acabar con su vida. Esta vez, ¿qué monstruo disfrazado de humano respondería a las señales del diabólico códice?

De pronto se le apareció el rostro de Agnes. «¿Crees que se trata de eso?».

Sin embargo, él se había encogido de hombros. ¿Tal vez porque ya lo sabía? Y Agnes, también. Había llamadas que uno oía incluso a pesar de que fueran otros quienes respondían.

En el pasado no había sido tan vulnerable como ahora: su corazón pertenecía a muchas personas, a cuya pérdida no podría sobreponerse. Pensó en sus hijos, en sus amigos, en su esposa Agnes…

—La Biblia del Diablo sigue allí —dijo el cardenal Melchior, que poseía el don de interpretar lo que expresaba su cuerpo, aunque no lo dijese en palabras—. No te preocupes.

Cyprian no contestó. Dominaba el arte de la conversación silenciosa, al igual que su tío. Por más que aborreciera la idea, siguió pensando: emprendería la lucha por segunda vez, no porque estuviera convencido de ser capaz de derrotar al Mal, sino porque siempre quedaría una brizna de esperanza mientras un solo hombre estuviera dispuesto a luchar contra este.

El guardián de la Biblia del Diablo
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
TOC.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita_bibliografica.xhtml
leyenda.xhtml
dramatis_personae.xhtml
figuras_historicas.xhtml
cita_evangelio.xhtml
1612.xhtml
1612_001.xhtml
1612_002.xhtml
1612_003.xhtml
1612_004.xhtml
1612_005.xhtml
1612_006.xhtml
1612_007.xhtml
1612_008.xhtml
1612_009.xhtml
1612_010.xhtml
1612_011.xhtml
1617.xhtml
1617_001.xhtml
1617_002.xhtml
1617_003.xhtml
1617_004.xhtml
1617_005.xhtml
1617_006.xhtml
1617_007.xhtml
1617_008.xhtml
1617_009.xhtml
1617_010.xhtml
1617_011.xhtml
1617_012.xhtml
1617_013.xhtml
1617_014.xhtml
1617_015.xhtml
1617_016.xhtml
1617_017.xhtml
1617_018.xhtml
1617_019.xhtml
1617_020.xhtml
1617_021.xhtml
1617_022.xhtml
1617_023.xhtml
1617_024.xhtml
1617_025.xhtml
1617_026.xhtml
1618_1.xhtml
1618_1_001.xhtml
1618_1_002.xhtml
1618_1_003.xhtml
1618_1_004.xhtml
1618_1_005.xhtml
1618_1_006.xhtml
1618_1_007.xhtml
1618_1_008.xhtml
1618_1_009.xhtml
1618_1_010.xhtml
1618_1_011.xhtml
1618_1_012.xhtml
1618_1_013.xhtml
1618_1_014.xhtml
1618_1_015.xhtml
1618_1_016.xhtml
1618_1_017.xhtml
1618_1_018.xhtml
1618_1_019.xhtml
1618_1_020.xhtml
1618_1_021.xhtml
1618_1_022.xhtml
1618_1_023.xhtml
1618_1_024.xhtml
1618_1_025.xhtml
1618_1_026.xhtml
1618_2.xhtml
1618_2_001.xhtml
1618_2_002.xhtml
1618_2_003.xhtml
1618_2_004.xhtml
1618_2_005.xhtml
1618_2_006.xhtml
1618_2_007.xhtml
1618_2_008.xhtml
1618_2_009.xhtml
1618_2_010.xhtml
1618_2_011.xhtml
1618_2_012.xhtml
1618_2_013.xhtml
1618_2_014.xhtml
1618_2_015.xhtml
1618_2_016.xhtml
1618_2_017.xhtml
1618_2_018.xhtml
1618_2_019.xhtml
1618_2_020.xhtml
1618_2_021.xhtml
1618_2_022.xhtml
1618_2_023.xhtml
1618_2_024.xhtml
1618_2_025.xhtml
1618_2_026.xhtml
1618_2_027.xhtml
1618_2_028.xhtml
1618_2_029.xhtml
1618_3.xhtml
1618_3_001.xhtml
1618_3_002.xhtml
1618_3_003.xhtml
1618_3_004.xhtml
1618_3_005.xhtml
1618_3_006.xhtml
1618_3_007.xhtml
1618_3_008.xhtml
1618_3_009.xhtml
1618_3_010.xhtml
1618_3_011.xhtml
1618_3_012.xhtml
1618_3_013.xhtml
1618_3_014.xhtml
1618_3_015.xhtml
1618_3_016.xhtml
1618_3_017.xhtml
1618_3_018.xhtml
1618_3_019.xhtml
1618_3_020.xhtml
1618_3_021.xhtml
1618_3_022.xhtml
1618_3_023.xhtml
1618_3_024.xhtml
1618_3_025.xhtml
1618_3_026.xhtml
1618_3_027.xhtml
1618_3_028.xhtml
1618_3_029.xhtml
epilogo.xhtml
epilogo_001.xhtml
epilogo_002.xhtml
epilogo_003.xhtml
apendice.xhtml
Biblia_del_Diablo.xhtml
camino_a_la_guerra.xhtml
colofon.xhtml
agradecimientos.xhtml
fuentes.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml