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—¿Dónde aprendiste a cabalgar así? —preguntó Wenzel, y trató de hacer caso omiso del dolor en el trasero: era como si un lansquenete le hubiera propinado puntapiés durante todo un día.
Agnes esbozó una sonrisa.
—Tu padre, tu tío y yo montamos un negocio —contestó—. Al principio estábamos siempre de viaje.
—Quiero decir de esa manera —dijo, y señaló la silla de montar con gesto tímido. Era una silla de montar de hombre.
—Hay dos maneras de montar: con rapidez y seguridad… o estilo amazona. Siempre he preferido la primera opción.
—Confiaba que de camino obtuviéramos indicios de Alexandra.
—Yo también, pero nadie parece haberla visto. En la medida de lo posible procuraron mantenerse alejados de la gente.
—Si… —comenzó a decir Wenzel, pero se interrumpió. Su tía lo miró.
—No —dijo luego—. Si hubiera ocurrido algo nos habríamos enterado.
El tono de su voz no era tan sombrío como quizás ella misma hubiese deseado.
Wenzel bajó la vista y observó cómo su caballo arrancaba la hierba. Deslizó la mano por debajo de la silla de montar y notó que el pelaje aún estaba caliente y resbaladizo de sudor. Le parecía que habían volado por encima de las ondulaciones cada vez más pronunciadas de la comarca situada al este de Praga y aterrizado en ese lugar, en un camino rodeado por el bosque y las cimas de las colinas cada vez más oscuras de Moravia. Entonces el dolor que le taladraba todos los huesos le informó que no había sido un vuelo sino una cabalgada infernal, a pesar de la cual sabía que aún no los había llevado a destino ni con mucho.
—Descansemos un momento más —dijo Agnes—. Solo disponemos de estos dos caballos. A nadie le servirá de nada si cabalgamos hasta reventarlos.
—¿Sabes por dónde hemos de seguir? Nunca he estado en esta región.
—Pronto deberíamos llegar a la bifurcación del camino. Se encuentra junto a un viejo convento… se llama Frauenberg o algo por el estilo, lo he olvidado. Allí el camino se bifurca y hacia el sudeste conduce a Brno, hacia el sur a Viena.
—¿Cuánto falta para alcanzar Brno?
—Desde allí… un día más.
—¿Cabalgamos directamente hacia allí?
—Sí. Vilém nos ha proporcionado cartas de recomendación para casi todo el mundo, empezando por el prefecto, así que no perderemos tiempo de camino. Prescindiendo del hecho de que en todo ese trayecto no hay nada. A mitad de camino se encuentra la bifurcación que conduce a Pernstein. Antaño fue una propiedad importante donde podríamos haber encontrado aliados, pero hoy en día está casi desierto. El propietario entró en bancarrota.
Wenzel notó que al pensar que Khlesl & Langenfels también estaban en bancarrota los rasgos de su tía se endurecieron.
—La mujer del canciller imperial Lobkowicz es oriunda de allí, pero eso tampoco nos sirve de nada. El canciller imperial se encuentra en Viena y no nos prestará más ayuda de la que ya nos ha prestado.
—Pues, entonces, directamente a Brno. ¿Te parece que intentemos encontrar un lugar para pernoctar en el convento?
—No, todavía es demasiado temprano. No nos detendremos allí.
Wenzel asintió con la cabeza y volvió a deslizar la mano por debajo de la silla de montar. Se estaba volviendo loco de impaciencia.