23

Al principio, Andrej siempre se había sentido un tanto cohibido en presencia de su hermana; vaya, y también feliz, y la proximidad que había sentido en su presencia incluso antes de que el origen de ambos quedara aclarado también perduró e incluso se había incrementado; no obstante, al principio no se sintió libre. Y entonces la misma sensación volvió a adueñarse de él y se dio cuenta de que quitaba las migas de la mesa y enderezaba las sillas y echaba apresurados vistazos a los rincones mientras ella permanecía de pie y se quitaba el manto. La contempló un momento y vio la débil sonrisa que iluminaba su rostro pálido.

Ella deslizó un dedo enguantado por encima del marco de la puerta y sopló de manera ostensible.

—Está limpio —constató.

Andrej se detuvo, avergonzado.

—¿De qué querías hablar conmigo? ¿O solo se trataba de un pretexto para que pudiese abandonar la casa?

—¿Acaso necesitas un pretexto?

Agnes no contestó y su mirada se perdió en la lejanía. Aunque ambos solo se conocieron de adultos, la intimidad entre ellos era tan grande que a menudo podían adivinarse el pensamiento mutuamente. En las semanas tras la muerte de Cyprian el dolor de Agnes lo había afectado tanto que, una vez más, Andrej revivió su propia pena por la pérdida de Yolanta, su único gran amor, y dicha pena se añadió al dolor por la pérdida de Cyprian, su mejor amigo.

—Pon a ese seboso de patitas en la calle —dijo Andrej después de un momento.

—¿Sabes lo que he recibido hoy? Un mensaje de Niklas y Theresia, de Viena. Me escriben que supone un alivio que exista un acuerdo tan grande entre Sebastian y yo, y que también debo tener en cuenta los aspectos positivos pues al fin y al cabo en las horas más oscuras el destino ha enviado un salvador a Praga, a saber el señor Wilfing, que ya se ha ocupado de manera tan destacada del calamitoso estado de los negocios de la empresa…

Andrej puso los ojos en blanco.

—Confío en que todavía no haya encontrado los libros de contabilidad.

—Le pedí a Adam Augustyn que se los llevara a su casa.

—¿Al jefe de nuestros contables?

—Que yo sepa, los ha guardado bajo el colchón de la cuna de su hija menor.

—Apestarán cuando los devuelva.

—Mejor que apesten a excrementos de niña que a las perfumadas pezuñas de Sebastian. Por supuesto que la carta de Viena es una reacción a un escrito de Sebastian que envió sin informarme de ello. Hoy en día las cartas llegan con mucha rapidez; gracias a todo el ajetreo entre Viena y Praga a causa de la tensa situación política, la comunicación entre ambas ciudades es mucho mejor que antes. Sebastian no me mostró su carta porque sabe que la hubiera roto.

—Pon a ese seboso de patitas en la calle —repitió Andrej.

—Eso no es tan sencillo. Nos puede arruinar en el acto y desde que el cardenal ha caído en desgracia, no oso hacer público nuestro nombre más de lo necesario. Puedes contar con que Sebastian moverá cielo y tierra para desacreditarnos si le digo que se largue.

—Hablemos de ello —dijo Andrej.

—No quiero seguir hablando de ello, quiero que esta pesadilla se acabe.

—¿Confías en mí?

—Desde luego.

Andrej tomó asiento ante la mesa. Siempre tropezaba con sus largas piernas cuando estaba nervioso.

—Prométeme que me dejarás acabar de hablar.

—¿Es que tengo fama de interrumpir? —preguntó ella, sonriendo.

—Solo tiene sentido si lo escuchas hasta el final.

—¡Dios mío! Creo que he de irme a casa, tengo algo en el fuego.

Andrej le cogió la mano, pero ella no se disponía a marchar y, sorprendido, se dio cuenta de que bromeaba. Era la primera vez en muchas semanas. Agnes debía de haber adivinado sus pensamientos porque sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Sigue siendo tan doloroso como al principio —susurró—, pero uno se acostumbra a todo, incluso al dolor.

Él calló, porque lo sabía mejor que nadie. Uno también se acostumbraba a que el dolor pasara; no le soltó la mano hasta que ella recuperó el control.

—Te lo diré sin rodeos —dijo—. A través de Wenzel, sé que entre tanto han expropiado al cardenal. Al menos al archiduque Maximiliano lo que más le interesaba era el dinero, y ahora lo tiene. Pero los rumores de guerra se vuelven más insistentes y los estamentos protestantes han equipado un ejército tan grande que ni siquiera la fortuna del cardenal Melchior basta para reclutar una fuerza equivalente del lado católico. Debido a ello, el rey Fernando y su tío Maximiliano intentan hacerse con todo el dinero posible. Tarde o temprano se percatarán de que hay una empresa en Praga en cuyos documentos también figura el apellido Khlesl. Entonces dirán que están seguros de que nosotros también queríamos hacer nuestra aportación para liquidar las deudas del cardenal y distanciarnos de sus tejemanejes.

—Todo lo que le echan en cara al cardenal Melchior es mentira.

Andrej hizo un ademán negativo.

—Sebastian teme que ello acabará por suceder. Por eso te presiona tanto. Una vez que el apellido Khlesl haya sido eliminado de la empresa, el rey ya no lo tendrá tan fácil para hacerse con el dinero. Sin tu participación y la de Cyprian la empresa solo es un pato con un ala rota que no sabe nadar y que cojea.

—Ya lo sé.

—Por eso nos adelantaremos a los acontecimientos. Le entregaremos el dinero al rey como donativo, con el fin de demostrar nuestro patriotismo.

Agnes tomó aire. Andrej se llevó el dedo a los labios.

—Me lo prometiste —dijo.

—De acuerdo —dijo Agnes, y calló.

—Eso hará que la empresa se quede sin capital, ese capital del cual Sebastian está tan empecinado en apoderarse. Verás que después su interés prácticamente desaparecerá.

—¿Y cuánto quedará? ¿Bastará para vivir de lo que reste?

—Nos ocuparemos de ello más adelante. Primero ambos hemos de ver cómo lo realizaremos.

—Además no funcionará. Mientras los gremios y el rey no den su acuerdo de que me haga cargo de la herencia de Cyprian no puedo disponer de su participación en la empresa. No puedo regalar el dinero.

—¿De qué herencia hablas? Existe un testamento de Cyprian que te deshereda si algo le ocurriese antes de la mayoría de edad de su hijo menor, es decir del pequeño Melchior.

Contemplar el rostro de Agnes no resultaba agradable. Su expresión osciló entre el espanto y la incredulidad; lo peor era la desconfianza que traslucía, la desconfianza frente a su hermano.

—No sé nada de semejante testamento —dijo con voz apagada.

—Lo tengo aquí. Firmado, testificado, certificado por un notario y sellado. Es indisputable.

—Te doy diez segundos para que me expliques qué te propones, Andrej. Después abandonaré esta casa.

—No, Agnes. Escúchame hasta el final, lo prometiste.

—¿Estás jugando? ¿Con tu propia hermana?

Él calló. Ella lo miró fijamente; después de un momento bajó la mirada, pero sin embargo parecía incapaz de disculparse.

—Tu próxima pregunta debería ser: ¿Por qué Cyprian firmó ese testamento?

Ella clavó la vista en la mesa y guardó silencio. Andrej suspiró.

—Es del año pasado. Lo redactó cuando el cardenal Melchior acudió a nosotros y nos expuso su temor acerca de que la Biblia del Diablo volviera a despertar.

—¿Qué significa eso?

—Los tres lo planeamos juntos: Cyprian, el cardenal y yo. Debía servir para proteger vuestra fortuna (¡la tuya, Agnes!) si Cyprian perdía la vida.

—Protegerla de Theresia y Niklas. Sus propios suegros. Y de Sebastian —dijo con voz áspera.

Andrej asintió.

—Cyprian no se hacía ilusiones con respecto al aprecio de Theresia… y tampoco respecto de la capacidad de Niklas de imponerle su voluntad a ella. Cyprian siempre tuvo claro que ella siempre consideró que tu matrimonio con Sebastian solo había sufrido una postergación.

—¿Quién figura como heredero?

—Wenzel. El cardenal opinaba que si figurase yo resultaría demasiado transparente y nombrar heredera a Alexandra hubiera carecido de sentido, al igual que nombrarte a ti, y los niños aún no han alcanzado la mayoría de edad.

—Así que dependeríamos de la indulgencia de Wenzel.

Andrej trató de no adjudicarle ninguna interpretación a sus palabras. «Wenzel, que no lleva la sangre de ninguno de nosotros en las venas. Wenzel, que en realidad es un extraño, rescatado del orfanato mediante un truco. Wenzel, el bastardo». Andrej estaba convencido de que ella no hubiese querido decir nada de eso, pero sin embargo le pareció haberlo oído en sus palabras.

—Presta atención, Agnes, es aún más complicado. Uno de los dos testigos que firmó este testamento es el cardenal Khlesl, pero ahora está acusado de alta traición, así que el rey puede impugnar todos los documentos atestiguados por él porque tal vez fueron confeccionados con la intención de traicionar a la corona. Si impugna el testamento de Cyprian todo lo que ideamos resultará inútil. Pero en aquel entonces nadie podía suponer que Melchior sufriría semejante caída en desgracia. Para nosotros él siempre fue una roca firme en medio del oleaje.

Agnes alzó la vista.

—¿Y por eso Wenzel, al declararse heredero de la participación de la familia Khlesl en la empresa, debe donar una parte de la fortuna a la corona de Bohemia? Ello impedirá que el rey impugne el testamento, porque en ese caso perderá la donación.

—Tres cuartas partes de la suma total.

—Bien —dijo ella—, bien. —Pero su tono indicaba lo contrario—. Entonces nos habremos deshecho de Sebastian, habremos limpiado el apellido Khlesl en cuanto a la familia del cardenal Melchior y le habremos proporcionado un par de compañías de lansquenetes al rey que recorrerán la comarca violando hijas de campesinos. Ah sí, y nosotros nos habremos convertido en mendigos. Estupendo. Magnífico.

—Todavía no he terminado —dijo Andrej.

—¿Dónde aprendiste tus trucos, en el arroyo?

—No soy tu enemigo —contestó Andrej en voz baja y cerró los ojos.

Agnes se restregó las mejillas con el dorso de la mano. Después se puso de pie.

—Es imposible —dijo—. No puedo pensar con claridad; sé que no eres mi enemigo, pero al oírte hablar así ya no sé qué pensar.

Andrej dejó que llegara hasta la puerta y entonces dijo:

—Virginia.

Agnes se detuvo. Él la oyó sollozar y vio que sus hombros se agitaban.

—No lo digo para torturarte. Lo digo porque es la única salida.

Andrej se afanó en hablar con tranquilidad. El dolor de su hermana lo afectaba casi tanto como a ella, pero consideraba que rescatar el futuro de Agnes, por más doloroso que resultara, era algo que le debía a la familia. Y sobre todo se lo debía a Cyprian, que había sido su amigo, el mejor amigo que jamás había tenido.

—La Virginia Company ha reforzado su colonia en el Nuevo Mundo desde que allí un hombre llamado John Rolfe logró cultivar un tipo muy preciado de tabaco. Ahora hay un pequeño asentamiento fortificado, Jamestown. Los colonos son casi todos hombres, pero de momento consideran que la situación es bastante segura y quieren que también se asienten mujeres y niños.

—Cyprian y yo seguimos el destino de los colonos en la medida que pudimos y nos alegramos bastante de no haber huido allí.

—Pero ahora los malos tiempos han pasado. John Rolfe, ese cultivador de tabaco, incluso se casó con una princesa nativa llamada Pocahontas. Fue recibida en la corte inglesa y bautizada como cristiana. Desde entonces ya no existen hostilidades entre los colonos y los nativos. Si se puede plantar tabaco, también se pueden sembrar otras cosas. A lo mejor logramos convencer a unos socios para que nos acompañen o aprovechar nuestros contactos actuales. Durante las últimas generaciones Inglaterra ha estado en guerra con medio mundo, así que deberían alegrarse ante el establecimiento de relaciones comerciales en lo más profundo del reino, sobre todo en provecho de la colonia. Con el dinero sobrante tras la donación (y también con el que me pertenece a mí) puede que aquí no podamos montar una nueva existencia, ¡pero sí en el Nuevo Mundo!

—Bohemia es nuestro hogar, Andrej. Aquí nacieron nuestros hijos. Aquí es donde montamos nuestra vida. El lugar en el que Cyprian y yo fuimos felices durante más de veinte años. Y este es el lugar donde murió Cyprian. No puedo dejar atrás todo eso.

—¡Pero precisamente por los niños, Agnes! ¡Estás convirtiendo su hogar en una cárcel para ellos! Tú también te marchaste de tu casa, abandonaste Viena y hallaste una nueva vida aquí. Tal vez creas que yo bien puedo hablar, porque nunca tuve un auténtico hogar. Pero esto, Praga, esta casa, la empresa, vuestra casa… todo eso se ha convertido en mi hogar, al igual que para ti. Y, sin embargo, estoy convencido de que ha llegado el momento de iniciar una nueva vida.

—¿Dirías lo mismo si Cyprian siguiera con vida?

Andrej agachó la cabeza.

—Ambos sabemos que esa pregunta carece de sentido.

—¿Crees que el dolor y la pena no nos perseguirán? ¿De verdad crees que podemos escapar de eso?

—¡Pero es un mundo nuevo… una nueva oportunidad! ¡Nuestro mundo anterior sucumbirá! Si estalla esa guerra, esa guerra que todos desean, no se limitará a un par de escaramuzas entre soldados. Se extenderá por todo el imperio y arrastrará nuestro país y a todos los vecinos al abismo. Será como un gigantesco cilindro de fuego que aplastará y devorará todo lo que apreciamos. Tras esta guerra el mundo ya no será el mismo y aunque nosotros —tú y yo, nuestras familias— no sucumbamos, ya no será un mundo en el cual queramos vivir.

—¡No sabes si esa guerra estallará!

—Lo hará.

Agnes se había parado ante la puerta, vacilando visiblemente y Andrej se maldijo por haberle causado ese dolor. Se puso de pie y se acercó a ella, casi convencido de que ella se volvería y abandonaría la casa, pero en lugar de eso lo abrazó y se acurrucó contra él.

—Tengo tanto miedo, Andrej… No por mí, sino por los niños, por ti. Tengo miedo por… todo…

—Estoy a tu lado, Agnes. ¿Crees acaso que volvería a abandonar a mi hermanita por segunda vez? ¿Crees que no estaré a tu lado? La pérdida que hemos sufrido es tan grande que no podemos formularla con palabras, Agnes, pero debemos continuar. Al menos hemos de intentarlo. Si seguimos adelante con el plan y tú le transfieres la participación de Cyprian en la empresa a Wenzel, entonces tendremos una oportunidad. Entonces podremos librarnos de todo y…

—Si he de hacerlo —dijo Agnes—, entonces solo bajo una condición: Wenzel debe saber quién es.

—Ahora es el momento menos indicado de todos.

—¡No, Andrej! Si Wenzel ha de hacer esto, entonces quiero que lo haga por su propia voluntad y no porque se sienta obligado con la familia. Su vida solo empieza ahora. Debe vivir lo más libremente posible.

—¡Tiene una obligación frente a la familia!

—Solo cuando la acepte de manera voluntaria.

—¿Albergarías las mismas reservas si se tratara de Alexandra?

—¡No es una reserva, Andrej! ¿Es que no lo comprendes? Wenzel es el único de nosotros que puede elegir. Lo que lo une a nosotros no es un vínculo de sangre, sino una promesa que te hiciste a ti mismo cuando lo rescataste del orfanato. Alexandra no puede decidir en contra de su familia. Aunque nos diera la espalda, siempre formaría parte de ella. Todo este tiempo dejaste que Wenzel creyera que eso también se aplicaba a él. Concédele la libertad, finalmente. Proporciónale la certeza de que no tiene la obligación de pertenecer a esta familia porque ha nacido en su seno sino que puede formar parte de ella si lo desea. Que su existencia significa un regalo para nosotros y que la protección que podemos ofrecerle como familia es nuestro regalo para él. Si lo admite y opta por nosotros, solo entonces será el hombre a quien confiaré mi futuro y el de mis hijos.

—¡No puedo decirle la verdad, Agnes, no después de tanto tiempo!

—Lo sé. Y sé cómo me sentí cuando descubrí que las dos personas que me criaron no eran mis padres carnales. A lo mejor la verdad incluso hubiese vuelto soportable la frialdad de Theresia. Tal vez su corazón no se habría endurecido tanto si desde un principio hubiera quedado claro que otra mujer me llevó en sus entrañas, pero que el destino la convirtió en mi madre. Que tú hayas esperado durante tanto tiempo es tu error; que nosotros no lográramos convencerte de lo importante que hubiese sido decirle la verdad desde un principio es el nuestro. Nunca comprendí qué temías. ¿Que podrías perder a Wenzel? Theresia Wiegant jamás se mostró afectuosa conmigo y, sin embargo, la primera palabra que se me ocurre cuando alguien la menciona es «madre».

—¡No lo hago en provecho de mí mismo o de Wenzel! Lo hago por todos nosotros, para que podamos seguir siendo una familia. ¡Por ti, para que Sebastian Wilfing no pueda ejercer su poder sobre ti! Por tus hijos. ¿Cómo quieres que se lo diga, Agnes? ¿Cómo diablos quieres que se lo diga a Wenzel?

—¿Cómo has de decirme qué, padre?

Andrej alzó la vista. Wenzel estaba en el umbral.

—¿Qué es lo que has de decirme, padre?

Andrej lo contempló fijamente.

—¡Dios mío! —dijo, consternado.

El guardián de la Biblia del Diablo
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