Capítulo 113
Berlín, 5.15 de la tarde, 1 de agosto de 1914
El canciller Bethmann-Hollweg y el ministro de Asuntos Exteriores, von Jagow bajaron rápidamente la escalinata del Ministerio de Asuntos Exteriores. El canciller apretaba en su mano derecha un importante documento que tenía que mostrar al káiser lo antes posible. Subieron al taxi que les esperaba en la puerta y recorrieron las calles abarrotadas de la ciudad.
El general von Moltke estaba a punto de entrar en su despacho, cuando recibió la orden de dirigirse a palacio. Cuando llegó frente a la verja vio a un policía que se subió a la valla y gritando comenzó a leer la declaración de guerra a la multitud. Mientras el coche del general atravesaba la puerta principal, como un solo hombre, la gente que se agolpaba frente al palacio comenzó a cantar el himno nacional. Moltke sintió como se le hacía un nudo en la garganta. Sacó la cabeza por la ventanilla y alcanzó a ver varios coches de policía con decenas de agentes de pie agitando pañuelos blancos y gritando: «Movilización». La muchedumbre vitoreaba a los oficiales y gritaban proclamas antirusas.
Cuando el general abrió la puerta del despacho no vio el mismo espíritu patriótico en el káiser. El monarca estaba de un humor deplorable. Siempre había esperado que el conflicto no se generalizase, ahora la guerra sería total.
El canciller Bethmann y el ministro de Asuntos exteriores llegaron al palacio y corrieron escaleras arriba. Cuando entraron en el despacho, el káiser hablaba enfurecido con el general Moltke.
—Majestad, traemos algo que puede evitar la guerra total.
El canciller entregó el papel al káiser Guillermo y este leyó en alto:
—«En el caso de que Alemania no ataque Francia, Inglaterra se compromete a mantener su neutralidad y garantizar la neutralidad francesa. Príncipe Lichnowsky.»
—Nuestro embajador cree que es posible llegar todavía a un acuerdo con Inglaterra y Francia. Pero Alemania tiene que comprometerse a no atacar Rusia.
—¡Están locos! Eso es una locura, ¿y el honor del pueblo alemán? —dijo el káiser—. Lo único que podemos prometer es que no atacaremos Francia.
—Majestad, —interrumpió el general Moltke— es imposible detener nuestro ataque sobre Luxemburgo. No hay marcha atrás.
Todos miraron al general. El káiser con la cara roja de ira miró al general y le dijo:
—¡Ordene ahora mismo que se pare la invasión!
—Es imposible, majestad. No podemos detener a medio millón de hombres. Hay 11.000 trenes saliendo de todos los puntos de Alemania hacia el sur.
El káiser enfurecido ordenó a todos que se marcharan de inmediato. Cuando estuvo sólo se asomó a la ventana y observó la marea humana que cubría toda la explanada frente al palacio.