Capítulo 29
La casa estaba a las afueras de la ciudad. Rodeada de un pequeño jardín, proporcionaba algo de intimidad a la docena de hombres que la habitaban. Los frondosos olmos cubrían gran parte de la fachada principal. La sombra constante refrescaba la casa, pero también la oscurecía. Las autoridades austrohúngaras habían extremado la vigilancia y un grupo de serbios y bosnios jóvenes podrían parecer sospechosos, por ello procuraban no salir de día si no era estrictamente necesario y esperar a que una de las mujeres de la organización les trajese los víveres y todo lo que necesitaban. Cuando el príncipe Stepan atravesó la entrada, se llevó una grata sorpresa. El hall relucía y la decoración era elegante y sofisticada. En las dos últimas semanas, había tenido que ir a pensiones de mala muerte y comer en restaurantes de tercera categoría, aquella casa representaba un cambio cualitativo. El almirante Kosnishev observó la entrada con indiferencia y pasó directamente a la sala principal. Enseguida vieron a un hombre de espaldas, vestía un sencillo traje gris, pero de buen corte. Sus espaldas anchas y su postura firme, delataban su formación militar. Su cabeza, casi completamente calva destacaba de la chaqueta gris por su brillo. Cuando el hombre se dio la vuelta, los dos rusos pensaron que se encontraban frente a un comandante prusiano. Sus ojos negros y pequeños brillaban con un fuego especial. Su gesto adusto y frío, mostraba un carácter rudo, pero educado.
—Príncipe Stepan y almirante Kosnishev, no tenían que haberse molestado en venir. Aquí tenemos todo bajo control —dijo Dimitrijevic atusando su largo bigote negro.
—Nuestro deber es supervisar la operación. Rusia se arriesga mucho con esta acción, el futuro del Imperio está en juego —contestó el príncipe Stepan. El almirante Kosnishev asintió con la cabeza y Dimitrijevic les invitó a que se sentaran.
—La causa Serbia es la causa de Rusia. Nuestra alianza será fructífera y nuestras dos grandes naciones podrán repartirse los despojos del caduco imperio Habsburgo.
—El zar tuvo sus dudas, pero logramos convencerle de la necesidad de parar las reformas austríacas. Ya que, su organización la Mano Negra, no goza de muchas simpatías entre las casas reales de Europa.
—Todavía recuerdan la muerte del rey Alexander. Era un tirano y un déspota. El pueblo de Serbia merecía algo mejor.
—Pero no se puede sustituir el orden por el caos. La monarquía está instituida por Dios —dijo el almirante Kosnishev.
—Bueno, no creo que hayan venido aquí para hablar de teología —cortó tajante Dimitrijevec.
—¿Quiénes ejecutarán la acción? Me imagino que miembros del ejército serbio —dijo Stepan.
—No, príncipe. La acción la llevarán a cabo tres audaces estudiantes bosnios. Subrilovic, Grabege y Gavrilo Princip.
—¿Tres estudiantes? ¿Una misión de tal envergadura en las manos de tres inexpertos estudiantes?—dijo el almirante Kosnishev.
—Si algo sale mal, el Gobierno austríaco no puede relacionar el atentado con el Gobierno serbio.
—Creo que su plan tiene muchos cabos sueltos —dijo el príncipe Stepan levantándose del sillón.
—No lo entienden. Esos estudiantes están dispuestos a hacer cualquier cosa, nada les hará desistir. Llevo meses entrenándoles personalmente y hemos estudiado el plan una y otra vez. Hace días que nos llegó la información sobre la visita oficial del archiduque, la ruta que va a seguir y los edificios que va a visitar. No podemos fallar.
—Nosotros, los rusos, no dejamos estas cosas en manos de civiles. El Ejército tiene la misión de defender a su país —dijo indignado el almirante.
—Deje que nos explique su plan —dijo molesto el príncipe Stepan.
—Síganme a la otra habitación, por favor.
Dimitrijevic apoyó sus manos en los hombros de los dos rusos y los tres entraron en la biblioteca.
—A propósito, ¿qué se sabe del libro? —preguntó el príncipe Stepan.
—Todavía no lo tenemos, pero mis hombres están en ello.
—Es importante que nos hagamos con él cuanto antes.
—No se preocupe, tengo a mis mejores hombres trabajando en el asunto, pronto estará en nuestro poder.