Capítulo 26

Tren Madrid - Lisboa, 16 de junio de 1914

Cuando el tren partió de la estación de Atocha todavía el sol se mantenía firme sobre la ciudad. Hércules y sus amigos habían esperado hasta el último momento para subirse al tren. En medio del bullicio hubiera sido imposible identificar a sus perseguidores. Un minuto después de montar en el tren, éste, con un agudo pitido se puso en marcha. Buscaron sus compartimentos y acomodaron el equipaje. Lincoln y Hércules se turnarían durante toda la noche, vigilando a la puerta de los compartimentos. La razón del encuentro en el Café París no había sido otro que el hacerse con un par de revólveres y algo de munición. Hércules no solía ir armado, pero la gravedad de los acontecimientos, le hacía actuar con determinación.

—No me gustan las armas de fuego —dijo Alicia al ver las armas de sus dos compañeros.

—Sólo son un medio de defensa. Nos enfrentamos a un grupo de hombres sin escrúpulos que no dudarán en actuar con violencia si nos inmiscuimos en sus planes —dijo Hércules.

—Señorita Alicia, cogimos esto para usted —dijo Lincoln mostrando una pequeñísima arma.

—¿Un arma yo? Lo veo del todo imposible —contestó la mujer negando con las manos.

—Es por su seguridad. La pistola sólo tiene dos balas, suficiente para sacarle de un apuro —le explicó Lincoln.

—¿Y para mi no hay armas? —preguntó impaciente don Ramón.

—Pensé que no le gustaría manejar un arma —se disculpó Lincoln.

—En mi Galicia natal era un gran cazador.

Lincoln miró hacia el hueco del brazo amputado del escritor.

—La gente piensa que cuando te falta el brazo eres un lisiado, pero con mi única mano sana he logrado más cosas que muchos hombres con sus dos manos.

—Es indiscutible, pero como por desgracia no tenemos más armas, tendrá que fiarse de nosotros y de nuestra capacidad para protegerle, maestro.

—No se preocupe Hércules. Laevius laedit quidquid praevisdimus ante.

—¿Cómo dice profesor? —preguntó Lincoln.

—El profesor dice, querido Lincoln que «hiere menos lo que antes habíamos previsto».

—Ya estoy acostumbrado a que la gente dude de mi capacidad para defenderme por mí mismo, pero la verdad es que me las apañé bastante bien antes de encontrarles. Una pregunta: ¿le enviaron el mensaje a mi mujer?

—Sí, maestro, no se preocupe.

—Mi esposa puede ser más vengativa que Deyanira.

—¿Quién es Deyanira? —preguntó Lincoln.

—Disculpe, Deyanira fue la esposa de Hércules, que a causa de sus celos le dio la túnica envenenada que le facilitó el centauro Neso.

—Mitología. Está hablando del Hércules de la mitología.

—Efectivamente Lincoln.

Los viajeros se acomodaron en una estrecha mesa del compartimento y comenzaron a trazar sus planes para cuando llegaran a Lisboa. Don Ramón del Valle-Inclán había estado en varias ocasiones en la ciudad, al igual que Lincoln, que unas semanas antes había pasado unos días en la capital lusa. Hércules y Alicia era la primera vez que visitaban Portugal.

—¿Está seguro de que el manuscrito de las profecías de Artabán está en el Monasterio de los Jerónimos en Belém?

—Sin duda, querido Hércules. El Monasterio de los Jerónimos de Santa María de Belém fue encargado construir por el rey Manuel I de Portugal, el mismo que encargó su misión a Vasco de Gama. De hecho, el monasterio se construyó para conmemorar el afortunado retorno de la India de Vasco de Gama, su construcción se inició en 1502 y terminó a finales del siglo XVI.

—¿El monasterio se construyó en honor al viaje de Vasco de Gama? —preguntó sorprendida Alicia.

—Para los portugueses la ruta a través de África era su salvación frente a la pujante marina castellana. Además el monasterio fue levantado sobre el enclave de la Ermida do Restelo en lo que fue la playa de Restelo, donde unos años antes Enrique el Navegante levantó una ermita, y lo que es más importante, Vasco de Gama y sus hombres pasaron la noche rezando en ese mismo lugar antes de partir hacia la India.

—Por lo tanto el Monasterio de los Jerónimos de Belém es el lugar más adecuado para buscar el libro de las profecías de Artabán —dijo Lincoln.

—Dese cuenta, señor Lincoln, que en el monasterio están los sarcófagos de piedra del rey don Manuel I y su familia, además de otros reyes de Portugal, pero lo que es más importante, también está la tumba del propio navegante.

—¿La tumba de Vasco de Gama? —preguntó Alicia.

—Allí fue enterrado y allí se conservan la mayoría de los papeles relacionados con el rey Manuel y Vasco de Gama.

—¿Qué le hace suponer que estén en el monasterio? Podrían estar en el Archivo Real, en la Biblioteca Nacional de Lisboa, en alguna de las famosas universidades de Portugal —preguntó Hércules. Don Ramón le miró fijamente, como si esperase su pregunta y se tomó unos segundos antes de contestar.

—Estimado Hércules, no puedo saber a ciencia cierta que el manuscrito esté allí, pero hay dos cosas que me hacen suponerlo.

El escritor volvió a guardar por unos instantes silencio y contempló el horizonte. El cielo se había vuelto rojizo y algunas nubes violetas convertían el crepúsculo en un espectáculo único. Todos se volvieron hacia el ventanal y por unos segundos les invadió la paz indescriptible de la belleza en su estado puro. Don Ramón continuó hablando sin apartar la mirada de la ventana.

—La primera razón es que nunca nadie ha encontrado el manuscrito en ninguna de las universidades o archivos oficiales. No he hallado ni escuchado nada acerca de este libro hasta que descubrí la carta de Vasco de Gama dirigida al estudioso y especialista en sánscrito Carballo. La segunda razón es para mi mucho más importante; el rey Manuel no se separó nunca de aquel libro. Debió mantenerlo en su biblioteca secreta en la torre del castillo de San Jorge en Lisboa y al morir, estoy convencido que se enterró junto al libro.

—No es posible —dijo Lincoln—. ¿Por qué iba a enterrarse con el libro?

—Tal vez pensó que el libro era demasiado terrible para caer en las manos inadecuadas y prefirió asegurarse de que nunca saliera del monasterio.

En aquel momento un fuerte golpe en la puerta les sobresaltó. Hércules y Lincoln sacaron sus armas e indicaron a don Ramón y Alicia que pasaran al otro compartimiento por la puerta de comunicación interna. Los golpes se incrementaron y Hércules quitó los colchones de las camas para crear una barrera de protección. La puerta se rompió en mil pedazos y entre las astillas aparecieron dos pistolas que empezaron a disparar. Hércules y Lincoln se escondieron detrás de la puerta de comunicación y los colchones. Cuando los dos hombres que les disparaban entraron en el compartimento, los dos agentes dispararon sobre ellos vaciando sus cargadores. El ruido de las balas y el olor a pólvora lo invadió todo. Hércules y Lincoln pasaron al otro compartimento y abrieron la puerta para comprobar el pasillo. El pasillo estaba vacío, tan sólo se veían las piernas inertes de sus asaltantes y el humo que salía por la puerta. Mientras Hércules registraba a los cadáveres, Lincoln llevó al resto del grupo hacia los vagones de tercera.

Los dos individuos apenas llevaban efectos personales. Tan sólo dos pistolas rusas, algo de dinero español, austríaco y serbio y dos pasaportes seguramente falsos, de origen austríaco. También llevaban un pequeño escudo con un águila bicéfala con un escudo cuarteado sobre el pecho con dos leones y dos cruces ortodoxas, rodeadas por unas letras. Hércules los guardó en el bolsillo y se reunió con sus amigos. Se apresuraron a huir antes de que el revisor viniera a ver lo que pasaba.

Alguien estaba muy interesado en impedir que encontraran el libro de las profecías de Artabán. Aquella investigación sobre el extraño comportamiento de tres profesores se había convertido en un misterio difícil de resolver. ¿Por qué un libro escrito hacía tantos siglos en la India estaba causando aquel reguero de muerte y destrucción? Hércules dejó de pensar en los misteriosos acontecimientos de aquellos días y cuando Alicia se apoyó sobre su hombro en el incómodo asiento de tercera, no pudo evitar que toda la angustia y dolor retenido por la muerte de su amigo Mantorella se desbordara y que unas lágrimas recorrieran sus mejillas, iluminadas por la luz de la luna.

El mesías ario
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