Capítulo 60
El coche continuó su camino hasta pasar las últimas casas e introducirse en el campo. Hércules miraba de reojo la ventana, pero enfrente uno de los serbios no le quitaba ojo. Alicia estaba a su lado, le apretaba fuertemente la mano y respiraba nerviosa. Lincoln parecía tranquilo, ensimismado en sus pensamientos. Hércules intentó calcular la velocidad a la que iba el coche. No menos de treinta o cuarenta kilómetros por hora, pensó. Después se dirigió en alemán a uno de los dos servios que estaba sentado enfrente.
—¿Adónde nos dirigimos? ¿Por qué nos alejamos de la ciudad? No podemos perder más tiempo. Por favor, den la vuelta.
El serbio le miró con cierta indiferencia y más tarde, en un alemán pésimo le contestó:
—Cumplimos órdenes —contestó con brusquedad.
—¿Órdenes de quién? Dimitrijevic nos autorizó a buscar y encontrar al ruso. Tienen que dar la vuelta.
—Las órdenes son de él, señor —dijo el serbio con evidente desprecio.