Capítulo 83

Viena, 15 de julio de 1914

—¿Cómo podemos detenerles? —preguntó Hércules—. Por lo que he leído en el libro de las profecías de Artabán, el Mesías Ario no será destruido hasta que complete su misión.

—Según se enseña en el Círculo Ario, hay que proteger al Mesías Ario hasta que la gran guerra sea proclamada —dijo el hombrecillo.

—¿Hasta que la guerra sea proclamada? Pero, ¿qué guerra?

—En el Círculo sólo se comentaba que si el Mesías Ario era eliminado antes de la proclamación de una gran guerra, las profecías no se cumplirían.

Hércules se acercó a su pequeña maleta y extrajo el libro de las profecías. Comenzó a hojearlo y unos minutos después lo leyó en alto:

—Aquí lo pone: «El Mesías Ario, el hombre del destino, su reino durará mil años y todos sus enemigos serán destruidos. Los impíos alargarán sobre él su mano, pero él no morirá».

—No morirá, pone el libro —dijo Lincoln.

—Espere, el texto sigue: «Cuando la gran guerra estalle, en la que los arios vencerán a los hombres del norte y a los hombres del sur, el Mesías Ario será inmortal, nadie podrá tocar su vida, ni siquiera él, hasta que la última profecía sea cumplida, pero si los impíos le matasen antes de que la guerra sea proclamada, mil años tendrá que vagar el pueblo ario en el desierto de los tiempos, hasta que la Providencia levante a otro hombre de la promesa».

Todos se quedaron en silencio. Por lo que había leído Hércules todavía había una oportunidad, aunque remota, de detener una gran matanza. Si encontraban al Mesías Ario antes de que la guerra estallara, su reinado no se produciría.

—¿Cuánto tiempo nos queda, antes de que se proclame la guerra? —preguntó Alicia.

—Es difícil adivinarlo. Un día, una semana, como mucho un mes —dijo Hércules.

—No creo que las negociaciones duren tanto. Hoy leí en el periódico que Austria ha dado un ultimátum a Serbia. Cuando Austria declare la guerra a Serbia, Rusia hará lo mismo con ella; después Alemania les declarará la guerra a Serbia y a Rusia —dijo Ericeira—. Podemos estar hablando de dos, como mucho tres semanas.

—Pero eso es como buscar una aguja en un pajar. Únicamente conocemos el nombre del Mesías Ario, pero puede estar en cualquier punto de Austria o de Alemania —dijo Lincoln señalando un pequeño mapa de Europa.

—Creo que en eso también puedo ayudarles —dijo el hombre pequeño que había permanecido callado todo el tiempo.

—¿Cómo? ¿Acaso sabe dónde podemos encontrar al sr. Schicklgruber? —preguntó Hércules.

—No, pero puedo presentarles a alguien que le conoce muy bien, alguien que vivió con él primero en su ciudad y luego en Viena.

—¿Cómo se llama? —preguntó Lincoln.

—Su nombre es August Kubizek. Un joven natural de Linz. Les aseguro que si alguien sabe algo acerca del sr. Schicklgruber es él.

—Pues será mejor que no perdamos tiempo —dijo Hércules colocándose la chaqueta—. Cada hora que pasa puede ser imprescindible.

—Pero no es buena idea que vengan todos —dijo el hombrecillo cuando el grupo se puso en marcha.

—Tiene razón sr.... ¿Cómo es su nombre?

—Samuel Leonding.

—Don Samuel, por favor llévenos cuanto antes a la casa de August Kubizek. Iremos Lincoln y yo, si no les importa a los demás.

Ericeira frunció el ceño, al notar el rin tintín en las palabras de Hércules, pero al final Alicia le miró torciendo la cara y el portugués cedió.

—Cuiden del libro y, por favor, no dejen entrar a nadie. Ellos saben que el Mesías Ario todavía puede ser destruido y no cejaran en su empeño de eliminarnos y recuperar el libro.

—No se preocupe, el libro y Alicia están a buen recaudo.

Hércules y Lincoln dejaron el hotel y caminaron deprisa detrás del pequeño sr. Leonding. Tomaron el tranvía hasta uno de los barrios de la capital, en una pensión de la calle Stumpergasse, cerca de la Estación Oeste. Mientras atravesaban las calles llenas de soldados, Hércules se preguntó cuánto tiempo les quedaría. Las farolas comenzaron a encenderse lentamente. Su luz apenas iluminaba los farolillos de cristal, la noche se cernía sobre Viena, dentro de poco la oscuridad invadiría las calles de Europa, pero tenían que encontrar a ese hombre antes de que la negrura reinara por completo, después ya no habría esperanza. Ahora todo dependía de que la guerra se retrasase todo lo posible. Habían vencido tantos obstáculos y ahora que estaban tan cerca todo dependía de un hombre, de que August Kubizek quisiera ayudarles y de que supiera dónde se encontraba su viejo amigo.

El mesías ario
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