Capítulo 61
Guido von List abrió los ojos y contempló a sus seguidores. Los casi cincuenta miembros del Círculo eran las personas más influyentes de Viena y del Imperio. Le había costado toda una vida reunir la sabiduría necesaria, pero ahora toda esa gente creía en él y en sus poderes espirituales. Su encuentro con madame Blavatsky le había abierto los ojos. Hacía años que se había separado de la Iglesia Católica y que había colgado los hábitos de monje, pero no había encontrado satisfacción en el racionalismo ni en el ateísmo. La Teosofía era la religión del futuro, algún día el cristianismo y todas las religiones monoteístas desaparecerían. Algún día, como la propia Madame Blavastky había escrito en su libro, Norteamérica se hundiría bajo el mar por la mezcla de sus razas y surgiría una nueva tierra donde todos los arios, la Quinta Raza, viviría en paz. Él estaba seguro de que viviría para ver ese día. Antes tendrían que desaparecer los judíos y Alemania recuperaría su libertad; antes, los hombres tendrían que conocer el Ariosofismo, pero las masas no estaban preparadas. Había que esperar al hombre de la Providencia.
Guido von List miró a su izquierda y contempló por unos momentos al joven Schicklgruber. Su transformación era evidente. Tres años atrás, aquel muchacho parecía un vagabundo, un lisiado social que moriría en cualquier cuneta sin que nadie le echase de menos. Ahora estaba preparado para ascender al último grado. Tendría que dejarle partir de nuevo. Él ya no le podía enseñar nada. Jörg Lanz von Liebenfelds sería ahora su maestro.
List se puso en pie y llamó a Schicklgruber. Cuando estuvo cerca se acercó a su oído y le susurró.
—Hijo, gracias por venir por última vez. Ya no te veré hasta que vuelvas rodeado de honor y gloria.
—Gracias, maestro.
Con un gesto le invitó a que se pusiera de pie.
—Yo he sido tu maestro, pero dentro de poco, tú serás mi maestro y yo seré tu siervo.
Los ojos del joven se iluminaron y buscaron hambrientos los de su maestro.
—Cuando pase esta guerra, el pueblo estará listo. Entonces podrás manifestarte. Pero antes tienes que seguir trabajando duro como hasta ahora. Lanz von Liebenfelds te ayudará. Él conoce el secreto de la palabra y transformará tu boca en tu mejor arma. Tienes que confiar en él.
—Maestro, pero no sé lo que tengo que hacer. ¿Cómo acontecerán todas estas cosas?
—Están escritas. Llevan escritas mucho tiempo. En cuanto termine esta ceremonia quiero que te marches de Viena.
—¿Por qué?
—No hay preguntas. Esta misma noche. No regreses a por tus cosas a la pensión, yo te las haré llegar. ¿Me has entendido?
—Sí, maestro.
—Vuelve a tu sitio.
Von List miró como el joven se alejaba. Aquel hombre era la esperanza de todo un pueblo, pensó. Levantó los brazos y comenzó a recitar los versos sagrados en sánscrito. Sus discípulos repitieron las palabras sagradas. Las mismas palabras que hacía cientos de años que los hermiones, los chamanes germanos, habían pronunciado antes de que los aguerridos guerreros se enfrentaran a las tropas romanas que atravesaron el Rin.