Capítulo 84

Berlín, 15 de julio de 1914

El general Moltke se secó su gran calva con un pañuelo, en los últimos días las audiencias con el káiser Guillermo habían sido un verdadero suplicio. El káiser quería supervisar cada paso y seguir manteniendo contacto directo con Londres y París. Todavía creía que evitar la guerra total era posible. Lo único que le importaba era dar una lección a Rusia y demostrar quién era el verdadero amo de Europa. El general Moltke miró su reloj y después se acercó a uno de los ventanales del palacio. Se veían grupos de jóvenes que con espíritu patriótico venían de los pueblos cercanos a Berlín para alistarse. El pueblo alemán quería la guerra, de eso no había ninguna duda. Después de más de una generación sin guerras, las nuevas generaciones necesitaban desahogar su ardor patriótico y crear un nuevo Reich.

La puerta se abrió y el káiser entró sin anunciarse. Saludó al general y se sentó en su escritorio. El general se acercó hasta la mesa y dejó unos papeles sobre ella.

—Estas son las órdenes de movilización. ¿Hay noticias de Austria?

El káiser miró los papeles muy serio y cuando los terminó de leer los firmó con desgana, como si estuviese haciendo un gran esfuerzo.

—Viena no nos dice mucho. Han enviado una comisión para repatriar los cuerpos y un grupo de policías austríacos está colaborando con la policía de Sarajevo. La posición de Serbia es muy cautelosa. Incluso ha ofrecido a Austria la posibilidad de investigar en suelo Serbio.

—Quieren retrasar la guerra para poder prepararse.

—Ya lo sé, general —dijo enfadado el káiser—. Pero mi querido amigo Francisco José es un hombre mayor, que intentará evitar las hostilidades a toda costa o por lo menos retrasar todo lo más posible.

—Pero a nosotros no nos conviene retrasar la guerra. Nuestros enemigos están desorientados. Los rusos pueden tardar semanas en desplazar una pequeña parte de su ejército a la frontera, los franceses tienen que hacer varias levas antes de que su ejército pueda compararse con el nuestro. Si la guerra se retrasa, los ingleses pueden mandar soldados a Francia y reforzar el frente sur; los rusos tendrán tiempo para desplazar hasta setecientos mil hombres en el frente norte si no actuamos ya.

El káiser se atusó el bigote y permaneció pensativo unos instantes. Después levantó la vista y en un tono más calmado preguntó:

—¿Cómo podemos obligar a Austria para que actúe más rápidamente?

—Envíe un telegrama al emperador y explíquele la situación.

—¿Un telegrama? No sé.

—Si no actuamos en un par de semanas la guerra estará perdida.

—«Der traurige Julios» (El triste Julio).

El general arrugó el entrecejo y, claramente molesto, se alejó de la mesa. No le agradaba que el káiser le llamara de aquella forma, era verdad que le gustaba ver el punto negro de todas las cosas, pero si no lo hacía él quién lo haría. La guerra era una cosa muy seria para tomársela a la ligera. La vida de miles de persona dependía de ellos.

—No se enfade general, pero cada vez que hablamos de asuntos de guerra me da la impresión de que no cree en nuestra victoria. Usted sabe que no he elegido esta guerra, que si fuera por mí la evitaría. Lo que no puedo negar es que es buena para Alemania y si es buena para Alemania también es buena para mí.

—Sí, majestad.

—Es nuestra oportunidad de extender nuestras fronteras hacia el norte y hacia el sur y, sobre todo, conseguir mejores colonias en África y Asia. Mire general, hemos llegado tarde a casi todos los sitios, no se preocupe, esta vez llegaremos a tiempo.

—Eso espero, majestad.

El mesías ario
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