Capítulo 22
Madrid, 16 de junio de 1914
Apenas durmieron aquella noche. Hércules y Lincoln se turnaron mientras Alicia y don Ramón descansaban en los sofás de la biblioteca. Hércules aprovechó la larga noche para leer los informes que había cogido del escritorio de Mantorella. Los análisis confirmaban que se habían utilizado gases para desorientar y enloquecer a los tres profesores, en concreto gas xileno. Eso descartaba el edipismo como causa de las automutilaciones. Al parecer, alguien había introducido el gas en las lámparas en cantidad suficiente para alterar el comportamiento de los profesores. El gas no había dejado rastro y el estado de los profesores podía ser irreversible.
Cuando los primeros rayos de sol empezaron a penetrar por los ventanales, Hércules se levantó y comenzó a estirar sus doloridos músculos. Se acercó a una de las vidrieras y contempló el cielo rojizo que convertía las alargadas sombras en edificios. Calles y vehículos comenzaban a ocupar la amplia avenida. Lincoln se unió enseguida a él. Los dos permanecieron un buen rato en silencio hasta que el norteamericano empezó a hablar.
—Todo se está complicando extraordinariamente.
—Me temo que sí, querido amigo.
—La muerte de Mantorella ha sido una verdadera desgracia. Su amigo era una persona admirable.
Hércules notó un fuerte dolor en el pecho y no pudo evitar que su dolor se reflejara en su rostro.
—La que me preocupa ahora es ella —dijo Hércules.
—Alicia parece una mujer muy capaz.
—Pero está sola, y nadie está preparado para algo así.
De nuevo un silencio prolongado devolvió a los dos hombres a la fascinación que produce observar a una ciudad despertarse. Lincoln se giró y miró por unos momentos el rostro de Alicia. El corazón le dio un vuelco y no pudo evitar emitir un ligero suspiro.
—El informe ha confirmado la utilización de gas xileno —dijo Hércules.
—¿Los análisis lo han confirmado?
—Sí, Lincoln.
—Entonces estamos ante un atentado, no ante un caso de locura.
—Eso parece.
—Pero, ¿quién estaría interesado en impedir una investigación científica?
—Lo único que está claro es que son los mismos que mataron a Mantorella y robaron los documentos de Humboldt en la embajada.
—Los mismos que atacaron a don Ramón —añadió Lincoln.
—Posiblemente. Al parecer también eran de origen germano y los papeles que encontró don Ramón se refieren al viaje de Vasco de Gama y Humboldt es un especialista en Portugal y especialmente en Vasco de Gama.
Alicia se levantó del butacón y se acercó a los dos hombres. Se aferró al brazo de Hércules y apoyó la cabeza en su hombro.
—¿Ya te has despertado? Puedes dormir un poco más, todavía es muy temprano —le dijo Hércules acariciándole la mejilla.
—No puedo. He tenido varias pesadillas —dijo Alicia mientras respiraba la perfumada ropa de Hércules.
—Lo lamento.
—Pero la peor ha sido cuando me he despertado y he recordado que nunca volveré a verle —dijo la mujer con un nudo en la garganta.
—Tu padre hubiera querido que le recordáramos lleno de vida —contestó Hércules.
—Estaba lleno de vida y transmitía vitalidad a todos los que le rodeábamos. Lo que ahora me obsesiona es encontrar a los que le han asesinado —dijo Alicia secándose las lágrimas de los ojos.
—Podemos tardar semanas en descubrirlos, además tú no te encuentras bien. Será mejor que te quedes unos días con alguna de tus amigas. No creo que los que hicieron eso a tu padre, te busquen a ti.
Alicia se apartó bruscamente de Hércules y le hincó su dedo índice en el pecho.
—¡Hércules, no puedes dejarme aquí! Tengo que hacer algo para descubrir a los que asesinaron a mi padre —dijo Alicia echándose a llorar.
—Alicia —dijo él abrazándola.
—No me lo perdonaría nunca.
Don Ramón se despertó a causa del alboroto y se acercó hasta las tres figuras plantadas junto a las ventanas. El escritor contempló la escena sin intervenir, pero cuando Alicia volvió a calmarse, se acercó al grupo y les dijo:
—No tenemos tiempo que perder. Los que asesinaron a su padre no pararán hasta que todos los que sabemos algo de este asunto estén muertos.
—Tiene razón. Alicia corre peligro en Madrid —dijo Lincoln.
—Está bien, Alicia vendrá con nosotros.
—Gracias —dijo Alicia volviendo a abrazar a Hércules.
Todos se dirigieron al comedor y minutos después estaban desayunando. Comían con apetito; la noche anterior, ninguno de ellos había podido probar bocado y la tensión emocional a la que estaban sometidos les había abierto el hambre.
—Maestro, no nos ha hablado del contenido de la carta que encontró en sus libros —dijo Hércules.
—La misiva está dirigida a un tal don Pablo Carballo.
—¿De quién se trata? —preguntó Lincoln.
—Pablo Carballo era un conocido alquimista que fue procesado por la Inquisición española y huyó a Portugal. El rey Manuel le protegió en su corte. Al parecer Carballo era de origen judío y conocía varias lenguas orientales como el arameo, hebreo y sánscrito.
—¿Y que le decía en su carta vasco de Gama?
—Le pedía, por orden del rey, la traducción de un manuscrito que había traído de la India, el libro de Las profecías de Artabán.
—Las profecías de Artabán, muy interesante —dijo Hércules.
—¿Conoce la historia? —preguntó don Ramón.
—Vagamente.
—Como sabrán Artabán es considerado el cuarto rey mago.
—Yo creía que eran tres—dijo Alicia.
—La verdad es que ha habido varias tradiciones. Unas hablaban de uno, otras de dos. La mayoría de las tradiciones hablan de tres, porque tres fueron los presentes que los magos llevaron a Jesús. Realmente la primera vez que se representa a los famosos reyes magos fue en la iglesia de San Apolinar Nuovo, en Rávena (Italia). En el friso hay una imagen con un mosaico de mediados del siglo vi que representa la procesión de las vírgenes. Al final de la procesión hay tres personajes vestidos a la forma de los persas, tocados con un gorro frigio y con una actitud reverente. Le llevan varios regalos a la Virgen, que está sentada en un trono y tiene al Niño en su rodilla izquierda. Lo más sorprendente es que encima de sus cabezas se pueden leer tres nombres; de derecha a izquierda aparecen los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar.
—No sabía que era una tradición tan antigua —dijo Alicia.
—Hércules se levantó de la mesa y todos se dirigieron a la biblioteca.
—Creo que tengo algo sobre la historia de los Reyes Magos —dijo Hércules mientras ascendía por la escalera de madera a las estanterías más altas. El resto se acomodó en las butacas y don Ramón sacó unos cigarrillos de una pitillera y ofreció a Lincoln.
—Gracias, pero no fumo.
Hércules bajó con un libro encuadernado con grabados en oro y lo puso sobre su atril.
—A ver... Sí, está aquí: «Según las diversas tradiciones de los reyes magos, el número de ellos varía; así se pueden encontrar los siguientes reyes magos:
Tres reyes magos: Sumado a la leyenda extensamente difundida por la iglesia católica de que los llamados reyes magos fueron tres, lo cual se desprende del hecho de que fueron tres los regalos otorgados por los magos al niño Jesús, sin embargo, es una teoría. Se les han asignado los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, que supuestamente equivalen en griego a Appellicon, Amerín y Damascón y en hebreo a Magalath, Galgalathy Serakin.
Cuatro reyes magos: Otras leyendas, indican que además de los tres reyes magos nombrados anteriormente, había un cuarto rey mago, al cual, en algunas leyendas, se le da el nombre Artabán. Este rey mago tampoco tiene fundamento bíblico.
Doce reyes magos: Los armenios suponen que fueron 12, por lo que les asignan doce nombres diferentes. Estos nombres tampoco se mencionan en la Biblia».
—Tres, cuatro, doce. ¿Cuál es la verdad de los Reyes Magos? —preguntó Lincoln.
—Algunos afirman que cuatro fueron los reyes y que cada uno pertenecía a una raza diferente. El cuarto rey mago se llamaba, como hemos dicho Artabán. Artabán, también contempló la estrella y salió para adorar al Mesías, pero cuando llegó al encuentro de los otros tres magos, a los pies del Zigurat de Borsippa, sus compañeros ya habían partido. La torre de siete pisos, cercana a Babilonia, estaba vacía. Artabán parte de inmediato, pero en su camino va a encontrar varios impedimentos.
—¿Qué impedimentos? —preguntó Lincoln.
—Artabán se encuentra con varios personajes en su viaje a Belén.
—¿Cuál era el presente que Artabán llevaba al Mesías? —preguntó Alicia.
—Artabán llevaba los presentes más valiosos: un diamante de clarísimo fulgor, un rubí luciente y un pedazo de jaspe.
—A pesar de llegar tarde a la cita con los otros tres magos, ¿Artabán continuó su viaje? —preguntó Hércules.
—Sí. Artabán llegó tarde debido a su gran corazón. La leyenda nos narra como emprendió su viaje a tiempo. Artabán no viajaba en dromedario, como la tradición ha representado tradicionalmente a los magos. Cabalgaba sobre un caballo llamado Basda. En su camino encuentra a un hombre que, debilitado, en medio del camino imploraba socorro. Los ladrones lo habían golpeado con palos, y, después, lo habían abandonado a su suerte. Artabán se compadeció del hombre, paró su búsqueda y montándole en su cabalgadura le llevó a una posada para que pudiera recuperar fuerzas. Allí curó sus heridas y le cuidó hasta que se recuperó. Antes de irse, Artabán entregó al hombre el diamante, para que pudiera recuperar parte de lo que había perdido. Después, intentó llegar a tiempo al templo de Borsippa. Ya hemos dicho que cuando Artabán llegó ante el colosal zigurat, los otros magos ya habían partido.
—¿Cómo podía Artabán encontrar el camino a Jesús? —preguntó Alicia.
—Melchor, Gaspar y Baltasar deciden dejar atrás algunas pistas, alguna señal de su presencia. Por ello le dejaron un pergamino que decía: «Te hemos aguardado en vano hasta la media noche. No podemos aguardarte más. Nos dirigimos hacia el desierto. Ven, alcánzanos». Artabán leyó el pergamino y se dirigió al desierto. Cambió de cabalgadura, dejó a Basda y compró un camello para atravesar el desierto. Artabán cruzó el desierto sin descanso, viajando de día y de noche, hasta que llegó a Belén de Judá. Pero allí no encontró ni a los Reyes Magos, ni a la estrella, ni al Niño Jesús nacido, ni a José ni a María. Todos habían desaparecido y sólo se veía a los niños mutilados y asesinados por los soldados del rey Herodes. La ira del Rey no pudo alcanzar su objetivo y el Niño Jesús con sus padres María y José, huyeron a Egipto, mientras una turba loca de soldados asesinaban a los niños.
—¿Artabán llegó mientras los hombres de Herodes exterminaban a los niños de Belén? —preguntó Alicia.
—Sí y su llegada impidió al menos uno de aquellos crímenes. El mago Artabán vio a un soldado que había tomado en sus manos a un niño. Con una de sus manos lo sostenía mientras que con la otra lo amenazaba con una espada y se detuvo en el último momento. En recompensa por la bondad del soldado, le regaló el rubí luciente, que era la segunda de las ofrendas que el mago preparaba para el Niño Jesús.
—Ya sólo le quedaba uno. ¿Cómo continúa la historia? —preguntó intrigada Alicia.
—Desde entonces, errante durante treinta y tres años, de Norte a Sur, Artabán recorrió tierras y tierras en busca del Mesías prometido. Cuando, desalentado y enflaquecido, llegó un día al pie de las murallas de Jerusalén y atravesó la puerta de la ciudad, detuvo a un hombre que avanzaba en sentido contrario. Y le preguntó: ¿Dónde está Jesús de Nazaret? Aquí ya no puedes encontrarle, le dijo el hombre. Jesús ha sido juzgado y en este mismo instante los soldados romanos le llevan hasta el Gólgota; toda Jerusalén ha salido para ver como le crucifican.
—Al final no iba a llegar a ver al Mesías que llevaba treinta y tres años buscando —dijo Lincoln totalmente embelesado con la historia que les estaba contando don Ramón.
—Artabán se dirigió corriendo hacia la montaña, queriendo comprar la libertad de Jesús con la última joya, pero en el camino fue detenido por una doncella que corría con sus ojos encendidos en lágrimas. Su padre debía una fuerte suma de dinero y el acreedor estaba dispuesto a convertirla en su esclava. Artabán, conmovido, compró con el pedazo de jaspe maravilloso que llevaba en sus bolsas la libertad de la muchacha, mientras Jesús estaba siendo clavado en la cruz y muriendo para salvar a todos los hombres. En ese momento dicen los evangelios que los muertos resucitaron, abriendo sus tumbas. Un gran temblor hizo saltar piedras disparadas de las montañas y de la orilla de los caminos. Una de ellas, según cuenta la leyenda hiere violentamente a Artabán, dejándolo muerto. Cuando despertó, ante él estaba un rey desconocido que le dijo: cuando tuve hambre me diste de comer; cuando tuve sed me diste de beber; he sido tu huésped y me has recogido con todo el amor, me has encontrado desnudo y has querido vestirme, he estado enfermo y me has cuidado, he estado en la cárcel y has venido a visitarme. Artabán, sorprendido le contestó: ¿Cuándo he hecho estas cosas? En verdad, te digo que lo que has hecho por mis hermanos lo has hecho por mí..., le contestó aquel majestuoso rey. Y Artabán comprendió entonces que cuantas obras buenas había hecho, honraban a Jesús, a aquel a quien con tanta ansiedad buscaba, y al que, sin saberlo, había encontrado hacía ya muchos días a Jesús en la vida de las personas que había ayudado.
—La historia es muy bella, pero no sé por qué una leyenda puede provocar la muerte de una persona y la mutilación de otras tres —dijo Alicia apoyando su cara sobre las manos.
—Esa es una de las cosas que tenemos que averiguar —dijo Hércules.
En ese momento alguien llamó a la puerta de la biblioteca y todos se sobresaltaron.
—Adelante —dijo Hércules.
—Perdonen que les interrumpa —dijo el mayordomo.
—¿Qué sucede? —preguntó Hércules.
—Hay unos policías que le esperan en la entrada.
—¿Unos policías? ¿Y qué quieren?
—Traen una orden de arresto contra usted.
—¿Una orden de arresto contra mí? ¿Y por qué causa?
—Tenga —dijo el mayordomo extendiendo una bandeja de plata con un papel encima.
Se hizo un silencio largo y todos miraron a Hércules esperando que les leyera lo que decía el escrito.
—¿De qué se trata Hércules? —preguntó por fin Lincoln.
—Me acusan de asesinato —contestó sin mucha sorpresa.
—¿De asesinato? Y, ¿a quién ha asesinado?
—Al jefe de la policía de Madrid, al Sr. Mantorella.