Capítulo 87

Múnich, 15 de julio de 1914

Poco antes de que el reloj del ayuntamiento diera las doce de la noche, las calles de Múnich estaban completamente desiertas. En la ciudad no se veía la actividad militar de Viena, pero el número de jóvenes que se acercaba de los pueblos de alrededor iba en aumento. Su mentor von Liebenfelds le había prohibido que se presentara voluntario, pero Adolfo quería enrolarse cuanto antes en el Ejército y demostrar su heroísmo. ¿Qué clase de alemán podía ser, si se escondía como una rata mientras otros corrían a alistarse? Adolfo caminó durante media hora hasta llegar a su pensión. Abrió la puerta del piso con su propia llave y entró en silencio para no despertar a la familia Popp. Dejó unos libros sobre la cama y empezó a desnudarse. Lo hizo deprisa, odiaba ver desnudo aquel cuerpo pálido, fofo y débil. Le parecía la peor de las prisiones. Tener que comer, beber e incluso dormir eran para él una condena. En otras épocas se había dejado llevar por su naturaleza animal; holgazaneando por la ciudad o simplemente no levantándose de la cama durante días enteros. Pero todo eso se había acabado, ahora era un hombre nuevo, un superhombre. Colocó su ropa ordenadamente sobre la silla y encendió una pequeña lámpara de lectura. La treintena de libros que tenía apilados al lado de la cama estaban completamente desgastados. Algunos los había releído más de cien veces. Se tumbó en la cama y abrió uno de ellos, pero enseguida su mente fue dando saltos de una idea a otra.

Primero recordó algunos retazos de su conversación en la cervecería, ciertamente von Liebenfelds era más culto y preparado que el viejo von List, pero él no tardaría mucho en superarle. Su mente privilegiada era puramente aria, lo que le permitía tener una gran inteligencia, se dijo mientras pasaba las hojas sin atender a las palabras. De repente una idea inesperada le aguijoneó la mente. Su padre azotándole con un cinturón de cuero y su madre suplicando que parase a su lado. Intentó borrar la imagen, pero no podía dejar de pensar en su odio y en su miedo. Notó como se le secaba la boca y golpeó con furia uno de los cojines con la mano. Cuando parecía que recuperaba la calma, escuchó un ruido a los pies de su cama y con el libro aún en la mano se incorporó un poco. Miró el rincón oscuro de la habitación pero no observó nada extraño. Volvió a tumbarse y entonces notó una presencia que se sentaba al lado en la cama. Aguantó la respiración y se apartó lentamente para un lado, no era la primera vez que le sucedía, pero una sensación de pánico le invadía por momentos.

—¿Quién eres? —dijo por fin con voz temblorosa. Después añadió—: ¿Qué quieres de mí?

Guardó silencio esperando una contestación, entonces experimentó una sensación agradable, como si flotase en el aire, y se relajó. Comenzó a hablar como en sueños, primero palabras sueltas, después números y frases sin sentido. Cada vez más deprisa hasta que las palabras se mezclaron y se convirtieron en una verborrea sin sentido. Su boca balbuceaba sin parar pero su mente seguía despierta, escuchándose a sí mismo. De repente se hizo el silencio. Adolfo volvió a relajar el cuerpo y soltó el libro arrugado que tenía entre las manos. Respiró hondo y apagó la luz, sufría aquellos ataques desde niño. Los médicos le habían diagnosticado epilepsia, pero él sabía que era algo más. No podía explicarlo, pero cuando el temor lo invadía y su cuerpo quedaba a merced de aquellas horrorosas convulsiones, notaba que no estaba sólo, alguien le hablaba dentro de su cabeza. El precio del poder, pensó mientras sus ojos se cerraban cargados por el sueño. Minutos después estaba completamente dormido.

El mesías ario
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