Capítulo 69

Berlín, 30 de junio de 1914

El conde Alfren von Schlieffen fue llamado a Palacio a primera hora de la mañana. Los acontecimientos se habían precipitado y antes de lo que nadie esperaba, su viejo plan para invadir Francia estaba a punto de ser ratificado por el Estado Mayor. El conde von Schlieffen llevaba ocho años retirado en su residencia campestre en la zona bávara, pero tras conocer el atentado de Sarajevo había cogido el primer tren para Berlín. Ahora, mientras esperaba sentado fuera de la sala donde estaba reunida la plana mayor del Ejército, experimentaba sentimientos encontrados. Por un lado, se sentía orgulloso de que aquel plan desechado años antes, por fin fuera justamente revisado y aplicado, pero por otro, el ver destruido el complejo sistema de alianzas que Bismarck había construido con tanto esmero le producía cierta desazón. Entonces la puerta se abrió y un oficial le pidió que entrase en la sala. Todo estaba tal y como lo recordaba. La gran mesa con una gran maqueta en relieve de Europa, doce sillas de cuero teñidas de verde, algo ajadas, los cuadros de varias batallas colgados de las paredes y los rostros de la elite militar de Prusia delante de él.

—Conde von Schlieffen, muchas gracias por acudir tan pronto. Ya sabe que el tiempo es fundamental en este tipo de situaciones.

—De nada, general von Moltke.

—Alemania no se encontraba en un grado de alerta roja desde la crisis de Marruecos —dijo von Moltke.

—Ahora la situación es peor. La agresión se ha producido —dijo von Schlieffen.

—Ya sabe cual es mi opinión y por qué deseché su plan hace ocho años.

—«No seáis demasiado osados». Sí, lo recuerdo. Esa indeterminación ha dejado que nuestros enemigos se rearmen.

—Pero ha permitido ocho años más de paz.

—Bueno, la paz nunca debe buscarse a cualquier precio. Desde 1906 hemos sufrido varias humillaciones y no hemos sabido contestar, tal vez la repuesta ahora sea demasiado dura y suponga una guerra más prolongada.

—Dejémonos de suposiciones. Me imagino que ha sido informado de lo sucedido en Sarajevo.

—Estoy al tanto. Ya lo advirtió Bismarck hace mucho tiempo: «alguna locura en los Balcanes hará estallar la próxima guerra».

—Von Schlieffen, tal vez una intervención rápida haga que nuestros enemigos quieran llegar a una solución negociada.

—¿Una intervención rápida? He comprobado la colocación de nuestras fuerzas en el frente sur. El ala derecha está totalmente debilitada, casi todas las fuerzas han sido enviadas al ala izquierda en contra de las indicaciones de mi plan. ¿Es qué no ha leído ese punto?

—El ala izquierda es más vulnerable. El ejército francés está reforzando su frontera con Alemania.

—Precisamente por eso hay que atacar con la fuerza más numerosa en el punto más débil. Es lo primero que le enseñan a uno en la academia.

—El ala derecha tiene un total de 700.000 hombres, suficientes para atravesar Bélgica y controlar en pocas horas las fortalezas de Lieja y Namur.

—Pero en mi plan, general von Moltke, estaba previsto reforzar el ala derecha para que sin añadir más efectivos, atravesara el norte de Francia y llegara hasta París, mientras el ala izquierda soportaba el empuje de las fuerzas francesas; la capital caería y en unas semanas la guerra habría terminado. Pero si no llegamos a París los frentes se estabilizarán, nuestra retaguardia quedará al descubierto y la guerra se prolongará indefinidamente.

—Conde von Schlieffen creo que exagera. Las fuerzas francesas no podrán resistir nuestro avance. Además los franceses tienen efectivos muy inferiores a los calculados por su plan. El general De Castelnau ha desmontado varias de las guarniciones, entre ellas la de Lila.

—Pero un número insuficiente de hombres estirará demasiado nuestro frente. Si no protegemos nuestro avance, podemos dejar a toda el ala derecha aislada en mitad de Francia.

—Conde, no debe ser tan temeroso, hace cuarenta años pusimos a los franceses en su sitio, no veo por qué ahora, con un ejército más moderno y potente no podremos volver a vencerles.

—Las batallas no se ganan evocando las glorias pasadas. Cada generación debe enfrentarse a sus propios retos. Puede que nuestras armas sean más potentes, pero aquel espíritu que empujó a nuestros padres a forjar esta gran nación ha desaparecido. Los jóvenes buscan escapar de su alistamiento o ser destinados a puestos administrativos, la vieja guardia prusiana ya no es lo que era. Nunca un alemán ha infravalorado a sus enemigos y le puedo asegurar que los franceses no se dejarán pisotear sin vender cara su vida.

—¿Entonces conoce las intenciones de los franceses?

El viejo noble alemán miró con desprecio al general von Moltke y acercándose a la mesa señaló con el dedo un punto de la frontera con Francia.

—Los franceses no son tontos e imaginan nuestra intención de atacar por el ala derecha y nuestra invasión por Bélgica.

—Entonces, ¿Por qué no refuerzan esa zona?

—Muy sencillo general, su Estado Mayor está compuesto por hombres como ustedes, que no tienen una estrategia y sólo piensan en como neutralizar la de sus enemigos.

Un murmullo de indignación inundó la sala, pero el conde von Schlieffen miró desafiante a los generales y concluyó:

—Los franceses creen que nuestro frente central estará muy debilitado y que podrán dividir nuestras fuerzas en dos, después envolverán el ala derecha y por último intentarán hacer lo mismo con la izquierda. Nuestra única oportunidad está en llegar a París en una semana. Si lo conseguimos la guerra estará terminada.

El viejo general hincó su dedo índice en la maqueta hasta hundirlo por completo. El resto del Estado Mayor le miró con indiferencia, habían decidido interpretar el Plan Schlieffen a su manera, dijera lo que dijera su creador.

El mesías ario
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