Capítulo 37
Colonia, 21 de junio de 1614
La catedral daba la espalda al río. Mostraba su indiferente verticalidad hasta convertir a los edificios que tenía a su alrededor en raquíticas sombras. Suntuosas, ricas y extraordinarias, sus dos torres desafiaban a la gravedad y penetraban en el cielo azul de la tarde. Los tres ojos de sus puertas miraban a la plaza y parecían atraer a los transeúntes hacia dentro para devorarlos. Hércules, Lincoln y Ericeira acompañaron a von Herder hasta la gran plaza. Allí les esperaba Alicia, que había logrado comprar parte del equipo perdido en el viaje de Madrid a Lisboa y buscar un hotel para pasar la noche.
—Buenas tardes. Esperaba impaciente vuestro regreso —dijo Alicia animada.
—No hemos podido venir antes —dijo Hércules.
—¿Vamos a entrar? —preguntó Alicia.
—Deja que te presente al profesor von Herder. Von Herder, Alicia Mantorella.
—Mucho gusto, señora.
—El gusto es mío caballero.
—Es impresionante —dijo Lincoln intentando abarcar con la mirada la inmensa mole.
—Se tardó casi seiscientos años en concluir —dijo von Herder.
—Es gótico, ¿verdad? —dijo Lincoln.
—La mayor parte de la catedral, pero conviven otros estilos.
—¿Aquí es donde se conservan los restos de los Reyes Magos? —preguntó Alicia.
—Según una antigua tradición cristiana, así es.
—¿Cómo llegaron hasta aquí, profesor? —preguntó Ericeira.
—Santa Elena, la madre del emperador Constantino encontró los restos de los Reyes Magos.
—Pero, ¿los Reyes Magos existieron realmente, profesor? —preguntó Alicia.
—Hay diferentes pruebas de ello. Podemos hablar de la evidencia no bíblica a partir de un significado probable de la palabra magoi. Herodoto hablaba de los magos como la casta sagrada de los medos.
—¿Cómo una especie de sacerdotes paganos? —preguntó Alicia.
—Provenían de sacerdotes persas y siempre mantuvieron sobre sus dominios influencia religiosa y política. Como si fueran reyes-sacerdotes. Al jefe de esta casta, Nergal Sharezan, Jeremías da el título de Rab-Mag, «Mago-Jefe». Después de la caída del poder de Asiría y de Babilonia, la religión de los magos perdió influencia en Persia. Ciro sometió totalmente a la casta sagrada de los magos; su hijo Cambises la reprimió severamente, pero los magos se sublevaron y pusieron a Gaumata, su jefe, como Rey de Persia con el nombre de Smerdis. Sin embargo, fue asesinado hacia el año 521 a. C. y Darío fue nombrado rey. Esta caída de los magos fue celebrada en Persia con una fiesta nacional llamada magophonia. No obstante, la influencia religiosa de ésta casta sacerdotal continuó en Persia a través del Gobierno de la dinastía Aqueménida y no es inverosímil pensar que en tiempos del nacimiento de Cristo fuese bastante floreciente bajo el dominio parto.
—No le entiendo bien —dijo Lincoln.
—Es muy sencillo. Los Magos de Oriente provienen de una larga tradición de magos y de sacerdotes.
El pequeño grupo penetró por la puerta central en la catedral, pero antes contemplaron los altos relieves de la portada.
—¿Qué significan esas figuras? —preguntó Alicia.
—Es la vida de Jesús.
—Nos ha hablado del origen de los magos en Oriente, pero... ¿existieron los Reyes Magos?
—Ningún Padre de la Iglesia sostuvo que los magos tenían que ser reyes. De hecho la Biblia sólo habla de magos y no de reyes. Tertuliano defiende que fueron de estirpe real, fere reges, y por eso coincide con lo que hemos concluido en la evidencia no-bíblica. Por otra parte, la Iglesia, en su liturgia, aplica a los magos las palabras: «Los reyes de Tarsis y de las islas ofrecerán presentes; los reyes de Arabia y de Saba le traerán sus regalos: y todos los reyes de la tierra le adorarán», según se nos narra en el libro de los Salmos Capítulo 71 verso 10. Pero este uso del texto refiriéndose a ellos no prueba más que eran reyes que viajaban desde Tarsis, Arabia y Saba. Como frecuentemente sucede, una acomodación litúrgica de un texto ha venido a ser considerada con el tiempo una interpretación auténtica fuera de él.
—Pero, yo creía que la Iglesia condenaba la magia —dijo Ericeira, que hasta ese momento se había limitado a traducir las preguntas de sus amigos y las respuestas del profesor von Herder.
—No eran magos o magicians: la palabra correcta es magoi, aunque no se halla en la Biblia, es requerido por el contexto en el segundo Capítulo de San Mateo. Estos magos pueden no haber sido otros que miembros de la casta sacerdotal anteriormente referida. La religión de los magos era fundamentalmente la de Zoroastro y prohibía la hechicería; su astrología y habilidad para interpretar sueños fue ocasión de su encuentro con Cristo.
—Cuando entraron en la catedral se quedaron boquiabiertos. La nave central era tan alta y alargada que parecía que la iglesia había robado un pedazo de paraíso al Edén. Apenas les daba tiempo para asimilar las estatuas, las capillas, los relieves que explicaban historias bíblicas. A esa hora la catedral estaba llena de gente, pero apenas se escuchaba un murmullo y el eco de los pasos sobre el suelo enlosado. El profesor von Herder se puso en uno de los laterales de la catedral y continuó explicándoles.
—La narración evangélica no menciona el número de magos, y no hay una tradición cierta sobre esta materia. Varios Padres hablan de tres magos; en realidad se hallan influenciados por el número de regalos. En el Oriente, la tradición habla de doce obsequios. En el cristianismo primitivo el arte no es un testimonio consistente, ya que a los magos se les ha representado de muchas maneras. Los nombres de los magos son tan inciertos como su número. Entre los Latinos, desde el siglo vil, encontramos ligeras variantes en los nombres, Gaspar, Melchor y Baltasar; el Martirologio menciona a san Gaspar el primero de Enero, san Melchor el día seis y san Baltasar el once. Pero hay otros nombres para designarles, por ejemplo los sirios los llaman Larvandad, Hormisdas, Gushnasaph; y los armenios Kagba, Badadilma. Otros autores han hablado de las tres familias que descienden de Noé que aparecen como provenientes de Oriente.
—¿Desde dónde vinieron los magos? —preguntó Hércules.
—Los magos vinieron desde alguna parte del Imperio Parto. Probablemente cruzaron el desierto de Siria, entre el Eufrates y Siria, llegando a Haleb (Aleppo) o Tudmor (Palmyra), recorriendo el trayecto hasta Damasco y hacia el sur, continuando por el mar de Galilea y el Jordán por el oeste hasta cruzar el vado cerca de Jericó. No hay tradición precisa de la denominada tierra «del oriente». Según san Máximo se trata de Babilonia; también Teodoto de Ancyra defiende Babilonia como la tierra más probable de partida; según san Clemente de Alejandría y san Cirilo de Alejandría vinieron desde Persia; según san Justino, Tertuliano y san Epifanio los magos vinieron desde la próxima Arabia.
—Los expertos no se han puesto de acuerdo —dijo Lincoln.
—Eso es lo de menos, lo más importante es la verosimilitud de la visita a Palestina y su encuentro con el Niño Dios. La visita de los magos tuvo lugar después de la presentación del Niño en el Templo descrita en el evangelio de Lucas Capítulo 2, versículo 38. Los magos habían partido poco antes de que el ángel dijese a José que tomase al Niño y a su Madre y fuese a Egipto según nos narra el evangelio de Mateo Capítulo 2, versículo 13. Antes, Herodes había intentado infructuosamente que los magos regresasen, para informarle de la realidad del nacimiento de Jesús; lo que está fuera de toda duda es que la presentación ya habría tenido lugar. Pero con todo esto surge con ello una nueva dificultad: después de la presentación, la Sagrada Familia volvió a Galilea según narra Lucas 2, 39. Se piensa que este retorno no fue inmediato. Lucas omite los incidentes de los magos, la huida a Egipto, la matanza de los Inocentes y el retorno desde Egipto, y retoma la historia con la vuelta de la Sagrada Familia a Galilea.
—¿En que año sucedió más o menos esto? —preguntó Alicia.
—Era en tiempos del rey Herodes, aproximadamente antes del 4 a. de C. (A.V.C. 750), fecha probable de la muerte de Herodes en Jericó. No obstante, sabemos que Arquelao, hijo de Herodes, sucedió como etnarca a su padre en una parte del reino, y fue depuesto en su noveno año, durante el consulado de Lepido y Arruntio en el año 6 d. de C. Por otra parte, los magos vinieron mientras el rey Herodes estaba en Jerusalén, no en Jericó, por lo que debió ser hacia el año 4 a. de C. o al final del 5 a. de C.
—Entonces, ¿Jesús nació en el año 4 antes de Cristo? —preguntó Lincoln sorprendido.
—Sí, el calendario que utilizamos en la actualidad es el gregoriano. El monje Gregorio calculó mal los años.
—¿Cuándo llegaron los magos a Palestina? —preguntó Alicia.
—Probablemente un año, o un poco más de un año, después del nacimiento de Cristo. Herodes preguntó a los magos el tiempo en que se les apareció la estrella. Considerando esto como el tiempo del nacimiento del Niño, por eso mató a los varones de dos años para abajo en Belén y sus alrededores. Algunos Padres concluyen de esta cruel matanza que los magos llegaron a Jerusalén dos años después de la Navidad. Como defiende san Epifanio y Juvencio. Su conclusión tiene visos de ser cierta; aunque la matanza de los niños de dos años puede haberse debido a alguna otra razón, por ejemplo, al temor de Herodes de que los magos 4e hubiesen engañado en lo que a la aparición de la estrella se refiere o que los magos se hubiesen equivocado en la relación que había entre la aparición de la estrella y el nacimiento del Niño. Arte y arqueología favorecen nuestro punto de vista.
—Entonces Cristo ya no estaba en el pesebre, ni en el establo cuando los magos llegaron —dijo Hércules.
—Únicamente algunas representaciones artísticas ponen al Niño en el pesebre mientras los magos le adoran; en otros, Jesús permanece sobre las rodillas de María y bastante crecido.
A medida que se acercaban al gran relicario en el que se encontraban los restos de los magos, su historia les fascinaba cada vez más.
—¿Cuánto tiempo tardaron en realizar aquel viaje? —preguntó Ericeira que miraba maravillado el relicario dorado.
—Desde Persia, de donde supuestamente vinieron los magos, hasta Jerusalén había un trayecto de entre 1.000 y 1.200 millas, por ello debieron emplear entre tres y doce meses en camello. A esto hay que añadir el tiempo que emplearon en la preparación. Los magos pudieron haber llegado a Jerusalén un año o más después de la aparición de la estrella. San Agustín opina que la fecha de la Epifanía, el seis de enero, prueba que los magos llegaron a Belén trece días después de la Natividad, después del 25 de diciembre. Su argumento conforme a las fechas litúrgicas era incorrecto. Pero Jesús no nació la noche del 24 al 25 de diciembre.
—¿Jesús tampoco nació el 25 de diciembre? Nunca había oído tal cosa —dijo Lincoln algo molesto.
—La fecha del nacimiento no se conoce. En el siglo iv las Iglesias de Oriente celebraban el 6 de enero como la fiesta del Nacimiento de Cristo, la Adoración de los Magos y el Bautismo de Cristo, mientras que en el Occidente el Nacimiento de Cristo era celebrado el 25 de diciembre. Esa fecha tardía de la Natividad fue introducida en la Iglesia de Antioquia en tiempos de san Juan Crisóstomo y todavía más tarde en las Iglesias de Jerusalén y Alejandría.
—¿Y que explicación hay para lo de la estrella? —preguntó Lincoln.
—La filosofía de los magos les condujo en su viaje hasta que encontraron a Cristo. La aparición repentina de una nueva y brillante estrella sugirió a los magos el nacimiento de una persona importante. Ellos vinieron a adorarlo y conocer la divinidad de este Rey recién nacido. Algunos Padres de la Iglesia pensaron que los magos vieron en la estrella el cumplimiento de la profecía de Balaam: «Una estrella brillará sobre Jacob y un cetro brotará de Israel». Además, es probable que los magos estuvieran familiarizados con las grandes profecías mesiánicas. Cuando nació Cristo, había indudablemente población hebrea en Babilonia, y probablemente también en Persia. Por alguna razón, la tradición hebrea sobrevivió en Persia. Por otra parte, Virgilio,
Horacio y Tácito dan testimonio de que, en tiempos del nacimiento de Cristo, había por todo el Imperio Romano una inquietud y expectación generalizadas de una Edad de Oro y un gran liberador.
—Los magos no siguieron la estrella solamente, sino a las profecías —dijo Ericeira.
—La venida de los magos causó gran conmoción en Jerusalén; todos, incluso el rey Herodes, escucharon su pregunta. Herodes y sus sacerdotes deberían haberse puesto contentos con las noticias, pero estaban horrorizados. Los magos siguieron la estrella unas seis millas hacia el sur de Belén.
—¿Por qué le hicieron los tres regalos de los que habla la Biblia? —preguntó Alicia.
—Los magos adoraron al Niño Dios, y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Dar regalos era una extendida costumbre oriental. La intención del oro está clara: el Niño era pobre. No conocemos la intención de los otros regalos. Los magos pretendían probablemente un significado simbólico. El Incienso se ha identificado como símbolo sacerdotal y la mirra, como señal de la muerte de Jesús, ya que ésta se utilizaba para perfumar a los cadáveres después de embalsamarlos.
—¿Los magos reconocieron a Cristo como el verdadero Mesías? —preguntó Hércules.
—Sí, de hecho los magos escucharon en sueños que no volviesen a Herodes y «volvieron a su país por otro camino». Ese camino pudo haber sido un camino por el Jordán, de tal manera que eludiese Jerusalén y Jericó; o un rodeo hacia el sur a través de Berseba, al este del camino principal en el territorio de Moab y cerca del mar Muerto. Se dice que después de su retorno a su patria los magos fueron bautizados por santo Tomás y trabajaron mucho para la propagación de la fe en Cristo.
—Entonces los magos al final se hicieron cristianos —comentó Hércules.
—Eso parece. La historia es narrada por un escritor arriano por el siglo vi, cuya obra está impresa como Opus imperfectum in Mattheum entre los escritos de san Juan Crisóstomo. Éste autor admite que lo ha descrito a partir del apócrifo Libro de Seth, y escribe sobre los magos algo que es claramente legendario.
—Y aquí están esos restos —dijo Hércules señalando el gran relicario sagrado.
—La catedral de Colonia contiene los que pretenden ser los restos de los magos; dichos restos, según se dice, fueron descubiertos en Persia, llevados a Constantinopla por santa Elena, transferidos a Milán en el siglo v y a Colonia en 1163.
—Dentro podría estar el libro de las profecías de Artabán.
—Si el archiduque no se lo llevó, aquí dentro es donde los dejó Rodolfo II.
Todos dirigieron sus miradas hacia el gran relicario. Nunca habían estado tan cerca de descubrir qué se ocultaba detrás de las profecías de Artabán. ¿Permanecería allí el libro después de más de doscientos años?