Capítulo 89
Berlín, 15 de julio de 1914
El káiser no probó bocado. Se levantó de la mesa y despidiéndose de su mujer se dirigió a sus habitaciones. Durante todo el día había mantenido contactos con Jorge V, rey de Inglaterra, pero habían sido infructuosos. Si Alemania declaraba la guerra a Rusia, Francia respondería y los ingleses se verían en la necesidad de entrar en el conflicto. La participación de los británicos supondría la extensión de la lucha a nivel mundial. Guillermo, el káiser, había intentado razonar con el rey de Inglaterra, pero no había conseguido nada. Aquella misma tarde había dado instrucciones al Alto Mando para poner en alerta máxima a todas las tropas del Reich y activar el plan para invadir Francia y reforzar las defensas de la frontera norte, para resistir el primer empuje del rodillo ruso. Sabía que el emperador Francisco José estaba redactando el ultimátum para Serbia y en unos días lo haría público. La suerte estaba echada. En unas semanas los ejércitos más poderosos de la tierra se enfrentarían, sólo podrían sobrevivir los mejores.
El káiser se sentó en la cama y rezó fervientemente, como nunca lo había hecho. Pidió por su país, por los que habrían de morir, por sus viudas e hijos. Después sacó de su mesita una botella de licor y se sirvió un trago. Mientras el alcohol le raspaba la garganta, sintió ganas de llorar y ahogó el llanto con un nuevo trago. Cuando llevaba media botella, dejó encima de la mesita el vaso vacío y se quedó profundamente dormido.