Capítulo 105
Moscú, 1 de agosto de 1914
El Estado Mayor estaba reunido en pleno. La noche iba a ser larga, miles de personas esperaban en las plazas de la capital a que expirara el ultimátum. El zar miró el reloj y dirigiéndose a sus generales dijo:
—Señores, como ustedes saben hemos agotado todos los medios para llegar a una solución pacífica, pero nuestros enemigos se preparan para destruirnos. El derecho de cualquier pueblo a defenderse nos ampara. He ordenado hace unos minutos que se enviase mi negativa a aceptar el ultimátum impuesto por Alemania. Los rusos no aceptamos amenazas, tan sólo tememos a Dios.
El silencio invadió la sala. El zar repasó los rostros del Alto Mando y levantando la voz continuó hablando.
—Esta guerra será corta, pero será total. Nunca antes tantos hombres se han levantado en armas en nuestra gran nación. En unas semanas estaremos en Berlín y en Viena. ¡Dios salve a Rusia!
—¡Dios salve a Rusia! —contestaron todos a coro.
En esos momentos el tintineo del telégrafo se escuchó en la habitación contigua. Los cables llevaron el mensaje a través de la gran estepa rusa y lo introdujeron en el alma misma de Alemania, Berlín. Ya no había marcha atrás, Rusia había declarado la guerra indirectamente al rechazar el ultimátum alemán.