Capítulo 52

Viena, 30 de junio de 1914

La casa estaba silenciosa y vacía. Después de semanas rodeado de gente, por primera vez podía tumbarse en una cama y leer el libro. Durante los últimos días había tenido la intuición de que iban a capturarles. Primero durante la salida de la ciudad y después en cada frontera que tenían que atravesar para poder volver a casa. Ahora estaban en la capital de su peor enemigo, pero al contrario de lo que había supuesto, se sentía a salvo. Dentro de unos días debería cruzar la frontera con Alemania y después llegaría a su amada Rusia. Se levantó de la cama, se acercó a la ventana y observó el amanecer. Se acercó al escritorio y tocó el libro de las profecías. Nunca había visto algo así. El libro parecía de piel de camello o similar. Las hojas eran fuertes, con un color oscuro y estaban muy desgastadas en los lados. El texto estaba en sánscrito, pero cosido a él había otro pequeño libro de tamaño más pequeño con la traducción portuguesa. La traducción pertenecía a un tal Carballo. Sus conocimientos del portugués eran muy limitados, pero lo dominaba mejor que el sánscrito.

—El libro de las profecías de Artabán —leyó en alto.

Durante más de una hora se dedicó a repasar hoja por hoja. A medida que continuaba leyendo su horror y fascinación crecían. A veces lo dejaba de lado y se decía que no lo tocaría más, que lo guardaría hasta llegar a Rusia y allí se lo entregaría al gran duque, pero enseguida regresaba a su lectura y se quedaba embelesado con el hermoso leguaje de las profecías.

Las primeras páginas eran una especie de presentación del cuarto Rey Mago. En ellas se describía el viaje del mago por toda Asia hasta llegar a la Palestina de la época de Jesús. Algunos textos eran escalofriantes.

«En los días del rey Herodes llegamos a Belén de Judea. La región estaba alborotada debido a los crímenes desatados por el rey. Mis compañeros ya no estaban en la ciudad. Unas pocas lunas antes habían dejado Belén y habían regresado a sus hogares. Tampoco estaba el Mesías, que huyendo de la persecución del tetrarca había escapado a Egipto. Mis compañeros y yo marchamos hasta la tierra del Nilo casi sin descanso. De día y de noche forzábamos nuestras cabalgaduras y recorrimos en unos pocos días el desierto y llegamos hasta el delta.»

Unos sonidos provenientes del pasillo le sobresaltaron, cerro el libro y se puso en pie.

—Príncipe Stepan, ¿puedo entrar?

La voz del almirante Kosnishev resonó en la habitación y el príncipe le hizo un gesto para que pasase.

—¿Qué sucede almirante?

—Deberíamos partir cuanto antes. ¿No ha leído los periódicos? Austria le ha dado un ultimátum a Serbia y Rusia ha advertido a los Habsburgo que si atacan a su aliado no dudará en intervenir. La guerra es cuestión de días, quién sabe si de horas. Tenemos que partir hacia Alemania antes de que se cierren las fronteras.

—No podemos irnos todavía. Ya le he explicado mil veces que tenemos que asegurarnos que la misión está realmente terminada.

—Pero, príncipe Stepan, el archiduque está muerto y Austria está haciendo exactamente lo que esperábamos. Todo el plan ha salido a la perfección.

—Este libro no dice lo mismo.

—¿El libro de piel de cabra? ¿Y que sabrá un libro viejo de lo que sucede en Austria o Rusia?

—No lo entiende, aquí están las profecías del Mesías Ario. Las he leído una y otra vez y muchas cosas no encajan.

El almirante Kosnishev comenzó a alisarse su largo bigote y miró aturdido al príncipe, desde que empezó a leer aquel maldito libro Stepan se había vuelto taciturno e irritable.

—El libro tiene que partir con nosotros para Rusia, allí alguien lo leerá. En el servicio secreto hay especialistas que pueden analizar mejor que usted su contenido, pero si nos quedamos, el libro volverá a caer en manos austríacas.

—El archiduque no podía ser el Mesías Ario. Aquí pone que nacería en una ciudad pequeña, donde los arios siguen siendo arios. El archiduque nació en Viena y si hay una ciudad no aria en Austria es ésta.

—Pero, ¿usted cree todas esas patrañas?

—Almirante, no le permito —dijo Stepan levantando la mano—.No saldremos de la ciudad hasta que encontremos a ese Mesías.

—Y, ¿qué le hace suponer que está precisamente en Viena?

—Lo dice el libro. En la ciudad de los cainitas, sufrirá el Mesías sus tentaciones, pero saldrá de ellas con honor.

—¿Viena es la ciudad de los cainitas?

El príncipe se acercó al almirante muy enfadado. Le empujó y éste se revolvió. Los dos comenzaron a pelearse. El príncipe intentó derrumbarle, pero el almirante se resistió. Stepan le propino varios puñetazos y el hombre cayó al suelo. Una vez en el suelo, el príncipe continuó dándole patadas. A medida que le pegaba su rabia aumentaba y le pegaba con más fuerza.

—¡ No me iré de aquí sin cazar a ese monstruo! —gritó el príncipe, mientras sus botas se hincaban una y otra vez en el estómago del almirante. De repente se detuvo y miró hacia el suelo. Kosnishev todavía respiraba. Un leve quejido salía de su cara desfigurada. Sangraba por la boca y los oídos. Miró con sus ojos azules al príncipe Stepan pero no vio en su rostro el menor atisbo de misericordia.

El príncipe se alejó de su compañero, fue hasta el armario y sacó un cuchillo de su funda de cuero. Miró la hoja afilada y se arrodilló junto al cuerpo. El almirante miró el cuchillo e intentó incorporarse, pero sus doloridos miembros no respondían.

—Almirante, un soldado no debe dejar nunca una misión a medias. ¿Acaso no aprendió eso en el Ejército?

El almirante aterrorizado intentó gritar, pero no tenía aliento suficiente.

—Está cansado, ¿verdad? No se preocupe, yo haré que descanse.

El príncipe hincó el cuchillo en la garganta del hombre y éste dio un último suspiro antes de que un gran chorro de sangre empezara a fluir de su cuello.

El mesías ario
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