Capítulo 40

Colonia, 21 de junio de 1914

La sombra se acercaba hacia ellos. Hércules y Lincoln se alejaron del gigantesco relicario y sacaron sus pistolas. Alicia, que seguía aterrorizada, tardó en utilizar el farol de gasolina y levantarlo lo suficiente para ver con claridad la figura que se aproximaba cada vez más. Cuando estuvo a unos pocos metros, Hércules quitó el seguro de su pistola con un leve chasquido.

—Será mejor que no se acerque más —dijo en inglés.

La figura se detuvo y se quedó quieta como una estatua. Durante unos segundos todos estuvieron paralizados, esperando la reacción de aquella sombra misteriosa. Después Hércules y Lincoln comenzaron a aproximarse muy lentamente. Cuando estuvieron a poco más de un metro, pudieron comprobar que la sombra vestía una especie de hábito negro. Entonces Hércules le dijo en alemán.

—¿Quién es usted?

—¿Qué hacen aquí de noche? Este es un lugar sagrado.

—Hércules, creo que es un cura —dijo Lincoln.

—Un canónigo de la catedral —rectificó el español—. ¿Qué hace usted aquí?

—Por la noche vengo a comprobar que todo está en orden antes de irme a acostar —contestó el hombre, que apenas parecía una sombra con su hábito negro.

El hombre parecía tranquilo, como si mantuviera una amigable charla con unos conocidos. Lincoln se acercó a él y comenzó a cachearle. El canónigo no se movió, se limitó a levantar los brazos y dejarse hacer.

—No tiene nada—dijo Lincoln, mientras se alejaba de nuevo del hombre.

—¿Qué buscan en el relicario? ¿No saben que abrir eso sin la autorización de la Iglesia es un sacrilegio?

—Discúlpenos, pero es un caso de vida o muerte. Buscábamos algo que creíamos que estaba dentro del relicario. Pero ya nos vamos —se disculpó Ericeira, que se había bajado del relicario y se había acercado al resto del grupo.

—¿Usted conoce la leyenda del cuarto Rey Mago? —preguntó Hércules al canónigo.

El hombre sin mediar palabra se dirigió al relicario y con sumo cuidado comenzó a cerrarlo. Hércules tuvo que repetir la pregunta para obtener una respuesta.

—¿Sabe si había algún tipo de manuscrito dentro del relicario?

El canónigo se dio la vuelta y su rostro se iluminó. Sus rasgos permanecían medio en sombra debido a la capucha, pero su barba negra sobresalía hasta taparle parte del cuello. Su cara era enjuta y el hábito le estaba demasiado grande.

—Hace unos meses, una persona muy importante pidió abrir el relicario. El arzobispo le autorizó.

—¿Quién era? —preguntó impaciente Lincoln.

—Eso no puedo decírselo.

—Padre, necesitamos saber quién era cuanto antes. Muchas personas inocentes han muerto por su causa y otras muchas pueden morir.

El canónigo agachó la cabeza y por unos instantes todos temieron que echara a correr y diera la voz de alarma, pero se limitó a permanecer en silencio.

—Hay algo diabólico en todo esto. Ayúdenos a terminar con el mal —dijo Alicia, con la voz entrecortada.

El canónigo se acercó al grupo y sin levantar la cara les dijo:

—El archiduque Fernando estuvo aquí hace unos meses en visita oficial a Alemania. Pasó varios días entrando y saliendo de la biblioteca de la catedral y, después, solicitó que le dejaran abrir el relicario para buscar una cosa de vital importancia.

—¿No les dijo que buscaba? —preguntó Hércules.

—No. El archiduque habló de su devoción a los Reyes Magos y de la búsqueda de un objeto que podría estar en el relicario. Después se marchó sin informarnos de lo que había descubierto.

—Pero usted sabía que se trataba de un manuscrito. Hace un momento acaba de comentarlo —dijo Ericeira.

El hombre rodeado por todos lados comenzó a ponerse visiblemente nervioso. Bajó las manos y las metió entre sus mangas.

—Observé lo que cogía el archiduque, eso es todo. Desde allí arriba puedes mirar lo que sucede en la capilla, sin que nadie te vea a ti —dijo señalando un disimulado pasillo en la fachada.

—¿No oyó ni vio nada más? —dijo Hércules.

—Palabras sueltas. Algo de profecías y una fecha, no escuché bien el día ni el mes, pero se refería a 1914.

Hércules bajó su pistola y Lincoln le imitó al instante. El canónigo se relajó un poco y levantó la cara. Sus ojos pequeños, azulados y achinados se clavaron en los del español.

—¿De veras es tan peligroso lo que encontró el archiduque?

—Sí lo es. Al menos cuatro personas han muerto ya por su causa.

—El archiduque después de su viaje regresaba a Viena, pero al poco tiempo partía para Sarajevo. Escuché parte de la conversación entre el arzobispo y el archiduque.

—Gracias —dijo Hércules agarrándole por un brazo. El tacto de la tela rugosa y áspera al contacto con la mano, no disimuló la sorpresa del español al tocar un brazo escuálido y frío. Por unos instantes, Hércules sintió un escalofrío, tenía la sensación de estar enfrente de un espectro más que delante de un ser humano.

El canónigo dio un par de pasos hacia atrás y en cuanto salió de la isleta de luz desapareció sin dejar rastro. Todos se miraron sorprendidos, hasta que Alicia levantó el farol ampliando un poco el campo de visión.

—Se ha evaporado —dijo Lincoln.

—Da igual, ya tenemos la información que necesitábamos.

—Hércules, el archiduque tiene el libro, tendremos que ir a Sarajevo —dijo Alicia.

El español miró hacia la oscuridad y forzó a sus ojos para que intentaran distinguir algo en medio de la negrura, pero sólo vio el reflejo centelleante del relicario y un vacío infinito que se abría ante él.

El mesías ario
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