Capítulo 25

Madrid, 16 de junio 1914

Las vistas de la biblioteca daban a la avenida principal. Hércules y Lincoln no tardaron más de un minuto en salir por la ventana y descender una planta hasta el suelo. Apenas a unos veinte metros podía verse el carro policial tirado por caballos. Alicia y don Ramón recibieron a la policía y les anunciaron que Hércules no había aparecido en toda la noche y que estaban preocupados. La policía hizo muchas preguntas a Alicia, pero al final decidieron creerla, al fin y al cabo, por qué iba a proteger al supuesto asesino de su padre, don Ramón ayudó a Alicia con todos los preparativos y los dos salieron de la casa de Hércules con todo listo para el viaje. Media hora más tarde los cuatro se verían en un discreto café cercano a la glorieta de Bilbao. Cuando llegaron a la glorieta dejaron las cosas en el moderno coche de Hércules y le pidieron al chofer que los esperara. El Café París, dónde habían quedado, parecía más una taberna que un café. La mayoría de sus parroquianos eran obreros y todo tipo de calaña. Allí se reunía la flor y nata del hampa madrileño. Cuando entraron al café, una densa nube de humo les envolvió. Apenas penetraba luz del exterior y las lámparas de aceite creaban un ambiente propicio a la conspiración y el crimen. Al fondo, en una de las mesas, Hércules y Lincoln les esperaban.

—¿Por qué han tardado tanto? —preguntó Hércules.

—La policía nos estuvo interrogando parte de la mañana y después estuvimos reuniendo todo lo necesario para el viaje —respondió Alicia algo enfadada.

—No hacía falta mucho equipaje para nosotros dos —dijo Lincoln.

—¿Ustedes dos? —contestó Alicia.

—Naturalmente, este viaje es peligroso y será mejor que usted cuide de don Ramón.

—Señor Lincoln, yo ya soy mayorcito para tener un ama de cría. Sé cuidar de mí mismo —refunfuñó el escritor.

—Disculpen, pero viajar a Lisboa no va a ser una excursión.

Hércules que había permanecido callado, se levantó mientras que Alicia se sentó en una de las sillas, y cuando todos estuvieron en silencio, comenzó a hablar:

—He estado meditando sobre los últimos acontecimientos y pienso que lo más seguro es que permanezcamos juntos. Don Ramón tiene que desaparecer de Madrid por un tiempo, por lo menos hasta que alejemos a sus perseguidores de la ciudad. Alicia no puede quedarse sola, aunque me asalta una duda; si nos acompaña no podrá asistir al entierro de su padre.

—La mejor manera de honrar su memoria es encontrando a aquellos que le asesinaron —dijo Alicia con la voz entrecortada.

Los cuatro volvieron a caer en un incómodo silencio que Hércules interrumpió.

—Uno de mis contactos en la policía nos ha informado de que se ha producido una verdadera matanza en el hospital donde estaban los tres profesores.

—¿Una matanza? —preguntó don Ramón.

—Los tres profesores han muerto horriblemente y también un médico, un enfermero y el bedel.

—Pero, ¿cómo ha sucedido?

—Por ahora la policía defiende que el bedel se volvió loco y asesinó y degolló a todos, para más tarde suicidarse —explicó Lincoln.

—Alguien ha vuelto a utilizar el gas letal contra los profesores, para asegurarse de que no se convertían en un estorbo.

—Eso es terrible —dijo Alicia.

—Don Ramón, ¿está seguro que las profecías de Artabán están en Lisboa? —preguntó Hércules.

—Allí las llevó Vasco de Gama y no tengo noticias de que hayan salido de la ciudad.

—Esta noche sale un tren para Lisboa, me he permitido comprar dos compartimentos cama.

—Gracias Alicia —dijo Hércules.

—Nos quedan dos horas antes de que salga el tren —añadió Alicia.

—Será mejor que cenemos algo antes de ir a la estación —comentó Lincoln.

—¡Aquí! —dijo Alicia, observando la suciedad y el tipo de clientela del establecimiento.

—En este lugar se preparan las mejores chuletas de Madrid. A veces las apariencias engañan, querida Alicia. A veces las apariencias engañan —bromeó Hércules.

El mesías ario
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