Capítulo 58

Cuando la policía llegó a la casa, Hércules comenzó a darse cuenta de que había sido una mala idea avisarles. Los gendarmes se hicieron cargo del cuerpo del pobre almirante Kosnishev, pero dos agentes de paisano les llevaron a un cuarto contiguo y comenzaron a interrogarles. El tono de la policía era cada vez más agresivo. No entendían qué hacían unos extranjeros visitando Viena en momentos como aquellos, ni porqué habían entrado en la casa forzando la puerta, ni quién era aquel muerto. Hércules se negó a responder a ninguna pregunta desde el principio y pidió ver a su embajador; Lincoln y Alicia hicieron lo mismo. No podían descubrir la razón de su viaje y mucho menos contar a la policía que el hombre que estaba en la habitación de al lado era uno de los asesinos del archiduque.

—¿Por dónde han entrado a territorio Austríaco? En sus pasaportes veo sello de entrada por Alemania y salida por Hungría.

—Ya les hemos dicho que estamos en viaje de novios. Esta señora es mi esposa española y este hombre negro es mi criado. Yo soy cubano y hemos venido de Luna de Miel para recorrer Europa, ¿Qué culpa tenemos de que vaya a estallar una guerra?

—¿Cómo entraron en la casa? —preguntó el oficial de más edad.

—Escuchamos un grito y mi esposa me dijo que entrara para ver que pasaba.

—¿Forzando un puerta? Eso es allanamiento de morada.

—La puerta estaba abierta —dijo Hércules echándose el pelo para atrás.

—¿Abierta? Usted está mintiendo. Entraron para robar y se vieron sorprendidos —dijo el policía más joven.

—Pero si la casa está abandonada. ¿Qué íbamos a robar, las paredes?

—No se burle de la policía imperial —dijo el oficial más joven hincando el dedo índice en el pecho del español. Este le miró a los ojos y empezó a incorporarse.

—Cariño —dijo Alicia—. Los policías sólo quieren saber lo ocurrido.

Los policías escucharon atónitos cómo la pareja hablaba en español y después discutían entre ellos y con el hombre negro.

—Se lo advertí Lincoln. No era buena idea avisar a la policía. En estos momentos nuestro hombre estará buscando al Mesías Ario o escapando de la ciudad. Por los menos nos detendrán cuarenta y ocho horas y, ¿sabe lo que significa eso?; que el rastro se habrá esfumado y no conseguiremos nada.

—No podíamos dejar que ese hombre se pudriera sin una sepultura cristiana.

—Estaba muerto. ¿Qué importancia tenía que siguiera aquí unos días más?

—Hércules, no culpes a Lincoln, yo también insistí. Hay cosas que hay que hacer y no se pueden pasar por alto. No somos animales.

Uno de los guardias se cansó de aquel galimatías y dijo a Hércules en un correctísimo alemán:

—Seguiremos el interrogatorio en comisaría. Esta noche duermen entre rejas.

—¿Qué? No pueden hacer eso —dijo Hércules levantándose de la silla.

Dos policías de uniforme se acercaron y le sujetaron por los brazos.

Hércules se resistió un poco al principio pero al final se los llevaron a comisaría y los encerraron a los tres juntos en una celda. Cuando los guardias les dejaron a solas, comenzaron a hablar:

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Lincoln.

—Es evidente que nada. A no ser que lleve una lima encima —dijo señalando los barrotes de la celda.

—¿No llamarán a nuestras embajadas? —dijo Alicia.

—Me temo que hasta mañana no. Esto nos pasa por colaborar con la justicia.

Alicia se sentó en un banco de piedra y los dos hombres no dejaron de pasear por la pequeña celda.

—¿No pueden dejar de caminar? Me están poniendo muy nerviosa.

Los dos hombres se pararon de repente y se sentaron junto a la mujer. Después de más de una hora mirando al techo, sin cruzar palabra, un ruido les alertó de que algo pasaba al final del pasillo. Intentaron mirar entre los barrotes, pero eran demasiado estrechos y su cabeza no podía salir por ellos. Escucharon unos pasos que se acercaban y de repente vieron a cinco individuos armados. Hércules enseguida reconoció a uno de ellos, era el hombre que les había dado las llaves de su apartamento. Abrieron la puerta y con gestos les indicaron que salieran y que se dieran prisa. Corrieron por la galería y pasaron por encima de dos policías que estaban inconscientes en el suelo. Bajaron a un sótano y salieron por una bocacalle. Ahora eran unos prófugos buscados por la policía de Viena justo antes de que estallara una guerra. Al final terminarían ahorcados, se dijo Hércules mientras subían al coche de sus salvadores. Cruzaron una Viena repleta de gente que disfrutaba tal vez su última noche de libertad. Muchos parecían contentos, como si hubieran esperado ese momento toda la vida. Cruzaron el río y el coche se alejó de la ciudad. ¿A dónde les llevaban? ¿Hasta qué punto podían fiarse de la Mano Negra?

El mesías ario
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