Capítulo 19

Viena, 14 junio de 1914

El príncipe Stepan se sentía ridículo con el estúpido disfraz escogido por los servicios secretos rusos. Vestir de tirolés en Viena era no tener ningún conocimiento de la cultura austríaca, pero cuando había abierto su maleta justo al atravesar la frontera de la región Rusa con Polonia, había comprobado el traje. El almirante Kosnishev no iba mejor vestido. Con un ridículo sombrero tirolés y unos pantalones cortos, parecía un colegial de San Petersburgo.

—Los servicios secretos que usted dirige son un desastre. Este traje sólo se usa en el Tirol, pero en Viena pareceremos un par de tipos raros.

—Al llegar a la casa de nuestro contacto podremos cambiarnos, pero será mejor que no hable tan alto, su acento ruso le delata.

—¿El acento? Quien más va a fijarse en mi acento si con este traje nos mira todo el mundo. No pasamos precisamente desapercibidos.

—Príncipe Stepan, yo no quería que me acompañara en esta misión. Prefería ir sólo.

—¿Está loco? Hasta un ciego lo haría mejor que cualquiera de sus hombres, pero es demasiado para un hombre sólo.

—No se burle de nuestro servicio secreto, es el mejor de Europa —contestó enfadado el almirante.

—Eso espero, nos jugamos mucho con esta operación. ¿Cuánto queda para llegar a la casa de su confidente? —pregunto el príncipe Stepan.

—La próxima parada. Será mejor que tire de esa cuerda —dijo el almirante señalando a la campanilla.

El tranvía se detuvo chirriante y los dos rusos bajaron de un salto. El príncipe Stepan hizo un gesto y se agarró su pierna mala.

—Maldición —dijo dolorido.

—No grite —dijo el almirante Kosnishev.

Los dos hombres ascendieron por una prolongada pendiente y se adentraron en uno de los barrios bajos de la ciudad. En aquellas calles sucias e infectas se pudría la peor calaña del imperio. Por la calle se veían checos, eslovenos, polacos, húngaros, eslovacos y serbios. El almirante miró la dirección y los dos hombres penetraron en un destartalado edificio de cuatro plantas. El olor a vómito de borrachos y orín revolvió a los dos aristócratas rusos. Ascendieron hasta el último piso y llamaron a la puerta. Poco tiempo después les abrió un hombre pequeño, de pelo moreno y barba negra. Les miró de arriba a abajo, sorprendido por los extraños atuendos y después les dejó entrar. La puerta daba a una sala amplia y luminosa, en ella, media docena de hombres estaban sentados charlando entre sí.

—Los serbios siempre hablando, pero para algo de acción nos necesitan a los rusos —dijo el almirante en ruso.

—Los dos enlaces rusos —dijo un hombre rubio poniéndose en pie. Sus ojos azules escrutaron a los dos visitantes y después de aspirar su pipa dijo a sus compañeros en serbio—. Creo que nos han enviado a los dos agentes más inútiles de Rusia.

—¿Qué ha dicho? —preguntó el príncipe Stepan. El almirante Kosnishev contestó sin dudar:

—Ha dicho que han enviado de Rusia a dos agentes importantes.

—Y, ¿por qué se han reído todos?

—Humor serbio, ¿Quién puede entenderlo?

—Señores —dijo el hombre rubio en un correcto alemán —Serbia está dispuesta a todo por liberar a su pueblo, la Mano Negra les da la bienvenida.

El mesías ario
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