Capítulo 44
Frontera entre Croacia y Bosnia, 27 de junio de 1914
Lincoln observaba a Alicia mientras dormía enfrente de él. Su pelo pelirrojo cambiaba de tonalidad según la luz que penetraba por la ventana. Los primeros rayos de la mañana reflejaban los tonos rojizos del pelo, palideciendo aún más su piel; cuando la luz entró con más fuerza, el pelo se fue oscureciendo hasta parecer casi moreno. Su traje de color verde parecía un prado a punto de florecer. Allí, enfrente, con la cabeza inclinada y el cabello suelto, su semblante era como el de una ninfa, una diosa reposando en un dulce sueño. De repente, sus ojos se abrieron y se cruzaron con los del americano. La sorpresa le impidió apartar la mirada y sintió como se ruborizaba.
—¿Hace mucho que amaneció? —preguntó ella.
—Tan sólo un instante.
—Que bonito es todo esto. Nunca había salido de España desde que llegamos de Cuba y en unos días estoy atravesando toda Europa.
—Lo triste es que tengamos que verla en estas circunstancias.
—Tal vez el regreso sea más calmado y podamos disfrutar del viaje —contestó optimista Alicia.
—Eso espero. Desde mi llegada hace unos días no he dejado de correr de un lado para otro —bromeó Lincoln.
—Por otro lado, tengo que confesarle que todo esto es emocionante. Uno siente que su vida tiene sentido, que sirve para algo.
—¿Puedo hacerle una pregunta indiscreta, Alicia?
—Claro, mi vida es demasiado monótona para tener secretos.
—¿Cómo es que no tiene un prometido o un esposo?
Alicia se ruborizó. Se incorporó un poco y esperó unos segundos antes de contestar.
—Hay varios motivos. En primer lugar, porque mi padre estaba sólo, le he visto sufrir durante años por la muerte de mi madre, no me atrevía a dejarle para casarme.
—Su padre era un hombre adulto, seguramente hubiera podido sobrellevar que su única hija se casara. Todos los padres buscan la felicidad de sus hijos.
—Pero hay otra razón, sr. Lincoln.
—Por favor, llámeme George.
—George, la segunda razón es muy sencilla. Yo nací en Cuba, era alguien ajena a la sociedad madrileña y eso no me lo podían perdonar. Ninguna buena familia hubiera permitido que su hijo se casara con una cubana.
—Es absurdo, si usted es española, ¿Qué importa dónde naciera?
—Para muchos peninsulares nacer o vivir fuera de España es como provenir de una tribu indígena.
—Me cuesta comprenderlo, yo provengo de un país de inmigrantes.
—En su país se discrimina a la gente también. Hércules me ha contado muchas cosas de Estados Unidos.
—Es cierto, pero en muchas partes se acepta a uno por lo que es y por lo que es capaz de aportar. No importa el origen o la familia de la que provengas.
Hércules apareció por la puerta con algo de comida, pero al ver a Lincoln y Alicia conversando decidió darse la vuelta y esperar un poco antes de entrar. Hacía días que notaba que los dos se lanzaban miradas furtivas y buscaban cualquier momento para estar solos y conversar. Lincoln era un hombre bueno, lo mejor que le podía pasar a alguien como Alicia; con sus ideas liberales y su deseo de sentirse valorada como persona. También era consciente de los límites de una sociedad como la española, pero él hacía mucho tiempo que había dejado de aceptar esos convencionalismos. El amor podía abrirse camino y superar cualquier obstáculo.