Capítulo 20

Madrid, 14 de junio de 1914.

—Dime la verdad, necesito saber la verdad.

Las palabras de Alicia le partieron el corazón. Hércules había dejado el cuerpo sobre la alfombra del estudio y lo había tapado con una sábana. El despacho estaba desordenado y no se había atrevido a coger nada, tan sólo el informe que se encontraba sobre la mesa. Después llamó a Lincoln para informarle de lo ocurrido y a la policía. Antes de que los primeros agentes llegaran al edificio abandonó la casa y buscó a Alicia por algunos salones que frecuentaba por la tarde. La encontró en la casa de una de sus íntimas amigas. Prefirió decirle tan sólo que tenía que acompañarle y que su padre estaba en estado grave. Estuvieron en silencio todo el camino. Alicia había perdido a su madre unos años antes y la idea de quedarse sola en el mundo le horrorizaba. Hércules sentía un nudo en la garganta y la sensación de que podía haber hecho algo más para evitar la muerte de su amigo.

Cuando llegaron a su residencia, Lincoln, que sí conocía lo sucedido, comenzó a preguntar a Hércules sobre el incidente y la preocupación de Alicia se acentuó. Ahora estaba delante de él suplicando una respuesta, pero Hércules no sabía que decir.

—Cuando entré a tu casa lo encontré todo a oscuras. Subí con sigilo hasta el despacho de tu padre. Cuando estuve frente a la puerta comprobé que estaba muerto, le habían degollado. Capturé al asesino, pero poco después se quitó la vida.

—Pero, ¿quién querría matar a mi padre?

—La profesión de tu padre era peligrosa y persiguiendo a criminales se consiguen muchos enemigos —dijo Hércules.

Alicia se sentó en el butacón de la biblioteca y rompió a llorar. Don Ramón había permanecido impasible hasta ese momento, pero se acercó a la mujer e intentó animarla. Lincoln estaba paralizado, los sentimientos siempre le hacían sufrir una intensa angustia.

—La muerte de tu padre está relacionada con la investigación que estamos llevando a cabo. El asesino era de origen alemán y confesó antes de morir que servía a los intereses de una sociedad que espera el advenimiento de un nuevo Mesías.

—¿Un nuevo Mesías? —preguntó don Ramón.

—Para ser exactos un Mesías Ario —especificó Hércules.

—Yo he leído algo sobre eso en los escritos de Madame Blavatsky —dijo don Ramón.

—¿Madame Blavatsky? —preguntó Hércules.

—Es muy conocida en los Estados Unidos —dijo Lincoln.

—Madame Blavatsky es una aristócrata rusa de origen alemán. Después de realizar varios viajes por Oriente se asentó en Nueva York y fundó la Sociedad Teosófica —explicó don Ramón.

—No sabía de su afición por lo esotérico —dijo Hércules.

—Estoy recopilando información para un libro que tengo entre manos. Seguramente lo titule La lámpara maravillosa.

—¿De que tratará? —preguntó Lincoln.

—Será muy diferente a todos los libros que he escrito hasta ahora. Mi idea es hacer una especia de libro de ejercicios espirituales.

—¿Ejercicios espirituales? —dijo Lincoln frunciendo el ceño.

—Hay un mundo espiritual que se escapa a nuestros sentidos —dijo don Ramón mientras señalaba alrededor.

—Lo siento, maestro, pero yo no creo que haya ningún mundo espiritual —contestó tajante Hércules.

—La Teosofía defiende algunos principios interesantes. La mayor parte de los pensamientos de Madame Blavatsky se encuentran en su libro titulado La Doctrina Secreta.

—Es un libro esotérico —afirmó Lincoln.

—Muchos lo consideran su Biblia —dijo don Ramón.

—Creo que tengo una copia de esos libros. Pero la verdad, nunca les había prestado mucha atención.

Hércules se dirigió a uno de los estantes y señaló con la mano varios tomos.

—No sé por cual empezar.

Don Ramón se acercó a los volúmenes y sacó el tomo vi. Lo colocó sobre el gran atril y comenzó a leer.

—«De Jesús dijeron los gnósticos bardesanianos y otros, que era Nebo, el falso Mesías, el destructor de la antigua religión ortodoxa. Otros sectarios lo tuvieron por "fundador de una nueva secta de nazars". En hebreo, la palabra naba significa "hablar por inspiración"».

—Blavatsky no creía en Jesús como el Mesías —dijo Alicia, que se había recuperado un poco de la trágica noticia y había decidido dedicar todas sus fuerzas en encontrar a los asesinos de su padre.

—Ella esperaba otro Mesías —dijo don Ramón—. Escuchen esto: «Los orientalistas la designan con el mítico nombre de un fabuloso país; pero de esta tierra espera el hinduísta a su Kalki Avatâra, el buddhista a su Maitreya, el parsi a su Soshios, el judío a su Mesías, y también esperaría el cristiano a su Cristo, si conociese esto».

—¿Otro Mesías? —preguntó Lincoln.

—Un Mesías que pertenezca a la Quinta Raza.

—¿Cuál es la Quinta Raza? —preguntó Hércules.

—La Quinta Raza es la raza aria —dijo don Ramón y su voz retumbó en la biblioteca.

El mesías ario
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