Capítulo 92
Berlín, 28 de julio de 1914
El Ministerio de Guerra no dejaba de recibir telegramas. Austria había declarado por fin la guerra, pero lo había hecho sin informar previamente a la cancillería alemana ni al káiser. Después de esperar ese momento durante semanas, nadie podía imaginarse el revuelo y el desconcierto que causaría la noticia en el Gobierno.
El káiser pasó toda la tarde leyendo los telegramas de Londres, París y Moscú, tan sólo había descansado unos momentos para tomar un pequeño refrigerio, pero la tensión le había quitado por completo el apetito. A medida que la hora de entrar en guerra se acercaba, sus dudas aumentaban. Llevaba esperando aquella oportunidad toda la vida; una guerra era lo único que podía devolver a Alemania el lugar que le correspondía, pero siempre existía la posibilidad de que perdiesen, entonces ¿qué sucedería con el pueblo alemán?
—Majestad —dijo una voz ronca. El káiser se despojó de sus pensamientos negativos y miró al general Moltke.
—Dígame general.
—El número de soldados rusos en la frontera se ha triplicado en las dos últimas semanas. El zar ha reunido un ejército fabuloso, suficiente para invadir toda Europa.
—¿Cómo va nuestra movilización?
—Muy bien, majestad, pero nuestros efectivos son inferiores, sobre todo nuestra armada. Esperemos que la flota de submarinos sea efectiva.
—Es una apuesta arriesgada, pero no podemos competir con la armada británica. ¿Cuál será la posición de los Estados Unidos?
—Por ahora nos han confirmado que no intervendrán.
—¿Y que hará Italia? ¿Cumplirá sus compromisos y entrará en la guerra?
—Ellos han afirmado su apoyo incondicional, pero ya sabe como son los italianos, mejor no contar con ellos.
—¿Turquía está movilizada?
—Sí, majestad. Está preparando un asalto a todo el Este de Europa.
—La pinza sobre Serbia dividirá el frente oriental en dos pedazos —dijo el káiser algo más animado.
—¿Cuándo declararemos nosotros la guerra?
—Esperaremos a que lo hagan los rusos primero.
—Muy bien, majestad. El Alto Mando de Austria nos ha informado que mañana mismo bombardeará Belgrado.
—Los cañones están a punto de sustituir a las palabras, general. Esperemos que no nos dejen mudos a todos.